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Vecinas de Abanilla, en el lavadero público municipal, limpian la ropa mientras charlan entre ellas. C. Caballero

La estirpe de lavanderas sigue viva en Abanilla

El lavadero público sigue recibiendo a mujeres que, fieles a una costumbre ancestral, realizan su colada en estas instalaciones

Lunes, 14 de octubre 2024, 00:08

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No es aún mediodía en el reloj de la iglesia de San José de Abanilla, pero María Saurín, fiel a la costumbre, atraviesa el estrecho callejón que la conduce al lavadero público de esta población, construido en 1880. Desde que tiene uso de razón, y salvo contadas ocasiones, no ha dejado de acudir hasta este lugar por el que el tiempo parece no haber pasado. Pese a los 90 años que la contemplan, María desciende por la rampilla que la dirige hasta las pilas de lavar. Lleva consigo un barreño repleto de ropa, desde pantalones y jerséis hasta toallas y servilletas.

Una vez allí, desenfunda de sus bolsillos el casero jabón de aceite que ella misma ha fabricado y extiende las prendas por las onduladas plataformas que servirán para friccionar estas ropas, desprendiendo de ellas manchas de toda naturaleza. Mientras refriega, hasta este enclave del pasado más pragmático siguen llegando más mujeres, hijas de un tiempo de hambruna, pero nostálgicas de juventud y, por ende, de fuerza, felicidad e ilusión de futuro.

«Así se ha hecho toda la vida, y yo lo llevo haciendo desde que nací», exclama orgullosa esta abanillera, mientras las demás lavanderas se van organizando. Y no es porque en sus casas no tengan cada una de ellas una moderna lavadora automática para hacer la colada, sino porque no quieren dejar de cumplir con un hábito anclado en sus vidas desde hace casi un siglo. «Lo seguiremos haciendo hasta que Dios nos de fuerzas», exclama Matilde Cutillas, otra de las asiduas de tan ancestral costumbre. «Aquí vengo y de distraigo, y encima con el agua fresca me espabilo», afirma esta septuagenaria amante de las tradiciones de su pueblo natal.

María Dolores Lozano es otra de las mujeres que no falta a las tertulias que cada mañana se organizan entre sus amigas. «Esta es la historia de un pueblo y hay que hacer todo lo que está en nuestra mano por conservarlo, y las autoridades deben procurar que haya un respeto hacia estas instalaciones por parte de todos los que vienen», apunta María Dolores, quien se emociona al recordar las muchas vivencias que ha experimentado en este atávico lugar. Lo mismo le ocurre a Maruja, que tiene 70 años y que «aunque sea arrastrando» seguirá yendo a lavar, pero fundamentalmente a relacionarse con sus amigas y «a hablar del día a día, de las noticias y de todo lo que sea menester».

Nuevas generaciones

El Ayuntamiento de Abanilla sigue fomentando el uso del antiguo lavadero con un mantenimiento diario y realizando actividades para conocer las costumbres de antaño y, si fuera posible, para fomentarlas entre las nuevas generaciones. De cualquier forma, la estampa de ver en pleno siglo XXI a un grupo de personas haciendo uso de estas instalaciones transporta al visitante a un pasado que, tal vez no vivió en primera persona, que sí se visualizó en los archivos históricos de muchos municipios de todo el mundo.

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