Cuarenta y cuatro años de Trasvase Tajo-Segura
Miles de años después de lo que supuso la prodigiosa revolución humana de generar agricultura estable –fin del nomadismo, aparición de las civilizaciones, etc.– algunas ... políticas del viejo continente europeo la satanizan, la deconstruyen con normativas asfixiantes. Europa, empeñada en ser solo continente dormitorio, comienza a renegar del principio más básico de la humanidad, uno de los pilares de la supervivencia humana... la necesidad de generar alimentos. La clase política europea se sumerge en aguas de radicalidad ecologista sin reparar en las serias consecuencias que la deslocalización agraria y ganadera podría tener en un futuro no tan lejano.
Y es en España, precisamente en España, país tradicional y eminentemente agrícola y ganadero, donde ese radicalismo vestido de falsa ecología campa a sus anchas, haciendo presa en la carne política del gobierno. Ese radicalismo demoniza primero y ahoga después con normativas cada vez más restrictivas, a un sector cuyo principal objetivo no es otro que el de cubrir las necesidades alimenticias de la sociedad. Las políticas del Ministerio de Medio Ambiente ahuyentan, abocan al abandono o bien al exilio a miles de empresarios del sector, la flor y nata de la agricultura más sostenible y resiliente del planeta.
Fruto de esas tesis es el constante señalamiento que sufre el mundo del regante. Ya no es un oficio querido, cercano. El agricultor es visto como un sujeto contaminante, como un voraz derrochador de agua. Son clichés que, por desgracia y a través de la corriente de un mal entendido progresismo –no hay progreso posible sin alimentos–, inundan las redes sociales y el pensamiento contemporáneo haciéndolos virales por su atractivo. El consenso promovido, gracias al continuo martilleo mediático, de esa corriente ecologista radical europea, quiere ser verde a toda costa y a toda velocidad y lo será acabando con la debilitada agricultura europea. El fin de la agricultura europea no evitará que terceros países sigan introduciendo sus productos, haciendo de su capa un sayo, extorsionando la naturaleza en un grado brutalmente mayor al que lo pueda hacer la mejor y más respetuosa agricultura del mundo, la española. Pero el esnobismo actual funciona ajeno a la realidad, buena parte de la Europa política finge vivir al margen del planeta. Son hámsteres dando vueltas en su rueda, pensando que van a cambiar el mundo con sus ocurrencias.
En estas removidas aguas, la sociedad levantina acaba de librar y, como es habitual, perder una batalla contra el totalitarismo imperante en lo que a lo 'agro' y gestión del agua se refiere. Hemos defendido el Trasvase hasta donde hemos podido y nos han dejado. Nos hemos enfrentado con pundonor al Estado o, mejor dicho, a los que detentan, ostentan más bien, los poderes del Estado. Hemos demostrado que la ministra de «Transición al Secarral» –R. Vivo 'dixit'– ha planificado ebria de ideología, sin mirar ni de soslayo los intereses generales del Estado, alimentando una histórica, banal y estéril guerra intestina entre los vecinos de comunidades autónomas hermanas. Aplastando las necesidades y aspiraciones legítimas, medioambientales, económicas y sociales del Levante y, por lo tanto, de España, en favor de un simple balón de oxígeno electoral para el todopoderoso barón socialista regional de Castilla-La Mancha. Y todo bajo la mirada displicente y abúlica del 'Ninistro' de Agricultura. No he errado, quise escribir 'Ni-nistro'. Él ha tolerado –y votado, ojo– sin reparos que se juegue con el pan de millares de agricultores y que se ponga en suspenso el futuro de miles de hectáreas del más productivo y mejor regadío español. Y, según me cuentan, pásmense, reconoce no haber leído el dictamen del Consejo de Estado.
Incluso el intento loable y honrado del equipo técnico del Ministerio de Transición de parar el golpe al Trasvase en 7 m3/segundo en Aranjuez fue en vano ante los embates ideológicos de la ministra, avalada, finalmente, por el presidente de Gobierno.
Ni siete, ni seis, ni diez, ni cinco metros cúbicos, no hay componendas posibles cuando hablamos del futuro de los nuestros. Nosotros exigimos la mayor calidad posible de las aguas del Tajo, como usuarios que somos de las mismas. Respetamos los usos medioambientales y demás del Tajo, que son preferentes. Pero no renunciaremos, nunca, al derecho incuestionable del Levante a recibir agua sobrante de ese río y de cualquier otro río español. Y allí se ha planificado para que no baje agua. Nuestros informes no avalan siete metros cúbicos en Aranjuez. Y créanme, después de escuchar lo que estos oídos han escuchado durante estos meses, la decencia tampoco puede dar por válida la planificación del Tajo.
Hoy, 44 años después de la llegada del Trasvase, manifestamos nuestra intención de seguir peleando en los tribunales, en los despachos y en la calle el derecho a recibir un trato igualitario en materia de agua al del resto de los regantes españoles y, por descontado, seguir ejerciendo, mientras nos sea posible, uno de los más antiguos, nobles y gratificantes oficios del mundo, y alimentarlo con nuestra agricultura.
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