Miguel Periago Lorente, la pasión por el estudio
Cuando conocí a Miguel Periago (1936-2025) en 1986 me produjo la sensación de encontrarme ante alguien excepcional. Catedrático e inspector de Educación. Ilustrado, intelectual, con un conocimiento enciclopédico, traducía libros del griego clásico, tenía pasión por el estudio y coleccionaba figuras de búhos. Pronto formé parte de su familia y tuve la suerte de tenerlo como suegro más de treinta años.
He visto crecer a su familia y nacer a todos sus nietos y la relación que han tenido con su abuelo Miguel como un referente intelectual, un abuelo en el que mirarse y entender el resultado del esfuerzo y el estudio. Miguel Periago nació en Lorca el año que comenzaba la Guerra Civil y con apenas unos meses perdió a su padre, Maximiliano Periago, juez de primera instancia. Quizás este hecho y que creciera en tiempos difíciles de la mano de su madre, María Jesús, junto a sus dos hermanos le marcó su singular carácter.
Licenciado y doctor en Filología Clásica por la Complutense de Madrid, su labor como inspector de Educación, fuera y dentro de España, le permitió regresar a la Región de Murcia, a la que dedicó el mayor tiempo de su ejercicio profesional.
Su etapa como inspector de Educación es recordada por su preocupación por mejorar el sistema; y como traductor del griego antiguo, era un referente
Su etapa como inspector es recordada por su preocupación permanente por mejorar el sistema educativo regional. Hoy aún me preguntan por él y me lo recuerdan en numerosos puntos de nuestra geografía regional.
Unido a su Lorca natal
Miguel era discreto, esposo de María Teresa, padre de cuatro hijas y abuelo de nueve nietos. Apasionado por el mundo clásico, por la lectura, por el estudio, amante del tenis, amigo de sus amigos, enamorado de su casa en Calabardina y de atender su pequeño campo en Lorca, su ciudad natal, y a la que siempre estuvo unido.
Preciso en las palabras, Miguel era la persona que ponía el acento olvidado o el término adecuado en la perfección que le caracterizaba. Miguel fue también un amante del mundo clásico, traductor del griego antiguo, un referente entre los filólogos clásicos y que deja un importante legado. La magnitud de su obra la pude entender en mi estancia en Madrid, cuando sus traducciones eran bien conocidas por los helenistas o los latinistas.
Parte de ella editada por Gredos en su biblioteca clásica, su obra se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional. Tradujo obras de autores como Porfirio, Jámblico de Calcis y Procopio de Cesarea. Primeras traducciones de obras como 'Las grutas de las ninfas', 'Carta a Marcela', 'Los edificios' o 'Vida de Pitágoras'. Como me recordaba el latinista y escritor Emilio del Río, Miguel era un traductor único y siempre que venía a Murcia le gustaba saludarle y hablar con él. Echaremos de menos sus comentarios inteligentes, su risa singular, sus aportaciones siempre precisas, sus correcciones siempre acertadas. Ya te echamos de menos.