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Un año de guerra política

PRIMERA PLANA ·

La política se ha vuelto volátil y sus liderazgos fugaces. Pero aunque es impredecible, hay una fuerza invisible que a posteriori explica sus dinámicas: el deseo de conquistar o mantener el poder. Como ya no hay líneas rojas, asistimos en estos doce meses a una degradación de la calidad democrática que ya roza la involución

Domingo, 13 de marzo 2022, 07:20

En el año transcurrido desde la fallida moción de censura en la Región ha quedado en evidencia la imprevisibilidad de la actividad política nacional. Tras ... frustrar la moción de PSOE y Cs, Teodoro García Egea proclamaba que la «reunificación del centro derecha empieza hoy en Murcia». Doce meses después, ni el ciezano es el ya secretario general de los populares ni Casado el líder de un partido que estuvo al borde de un auténtico cisma y quedó a merced de Vox para mantenerse en el poder en Castilla y León. Las réplicas sísmicas de aquella operación política en la Región también se llevaron por delante a políticos de otros partidos, algunos retirados o en un discreto segundo plano, desde Pablo Iglesias a Diego Conesa. Todo es volátil, fugaz e impredecible, pero eso no significa que no hay una fuerza tractora que actúa, moldea y ayuda a entender los acontecimientos. Una fuerza similar a la selección natural de los seres vivos, pero que opera en la dinámica evolutiva de las formaciones políticas. Esa fuerza invisible que todo lo explica es el deseo de ocupar el poder. Para mantenerlo o para conquistarlo, adecuando convenientemente el relato argumental, nuestros partidos traspasan cuantas líneas rojas hagan falta, pactando presupuestos, traspasos de competencias o la entrada en las instituciones con independentistas, formaciones de la izquierda proetarra, la derecha más radical o diputados tránsfugas. Normalizándose todo lo anterior, ya parece peccata minuta que no haya reparos en dar la espalda a quien se adulaba como líder hasta la víspera de su defenestración, bajo el argumento de que ahora está en juego un bien superior y el interés general. El temor a perder el poder también explica las anchas tragaderas para ceder a los caprichos y extravagancias de socios absolutamente minoritarios, pero cuyo voto es necesario para conservar el sillón. Por eso, cada cierto tiempo asistimos a escenas impúdicas que causan bochorno. Es triste observar cómo la llamada nueva política, esa que venía a limpiar, ha dilapidado el capital político que heredó de una sociedad con anhelos de regeneración porque ese depósito de confianza quedó en manos de personas de escasa talla profesional y política, buscavidas que se lanzaron a medrar y trepar para figurar y tener mando en plaza o directamente para disponer de un salario estable. Hay muchas excepciones pero tambén excelsos ejemplos en la Región en puestos tan elevados que suscita sonrojo, sobre todo cuando se les escucha hablar de sí mismos en tercera persona.

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