El gran debate
¿Es mucho pedir a los candidatos que cambien la sonrisa profidén por encuentros personales y sin censura previa con grupos de ciudadanos, como ha hecho el presidente francés, les muestren cuánto saben de sus problemas y les garanticen respuestas claras en el plazo de un mes?
Qué sería de los candidatos, ahora que vuelven las elecciones, sin un fotógrafo a su vera que recogiera la sonrisa profidén que esparcen a su paso e inmortalizara su omnipresencia en fiestas, carriles de bolos, procesiones y donde haga falta, y mejor aún si la réflex del profesional pudiera capturarle un gesto epopéyico que evocara siquiera de lejos al del miliciano de Robert Capa, aunque la gesta del candidato se limitara a darse un atracón de pelotas en Patiño, por poner un ejemplo. Qué sería de un político que no regalara besos y apretones de manos a mansalva. Julio Anguita se negaba a firmar autógrafos y rehusaba el aplauso fácil, incluido el de los suyos; recuerdo el instante álgido de un mitin en el parque Fofó, cuando los allí reunidos rozaban ya el arrobamiento y el líder de aquella Izquierda Unida después abrasada en la zarza de Podemos les regañó, inopinadamente: «No me aplaudáis. Lo que tenéis que hacer es votarme, que me aplaudís pero luego no me votáis, ni les decís a vuestros hijos que me voten». Así le fue, y no sería porque su parábola de las dos orillas no resultaba sugestiva, aquello de los poderosos viven en una orilla y nosotros malvivimos en la de enfrente.
Pero eso era cuando las campañas eran analógicas. Teodoro García, el secretario general del PP y cabeza del cartel regional al Congreso, subió días atrás a las redes sociales un vídeo en el que se le ve encimando con los esquíes la cumbre de Sierra Nevada, nada menos, total para vender esfuerzo, confianza (en su partido) y éxito (el de Pablo Casado), tres mensajes mercadotécnicos en el mismo paquete. También al socialista Diego Conesa, menos dado al espectáculo, le ha producido el PSOE un vídeo, de efectismo logrado, en el que muestra su lado más personal, las fotos de niño, la emoción contenida de su mujer, las lágrimas de su padre, el Conesa más cercano.
Me gustaba más el lirismo de Anguita, dónde va a parar, y las plazas de toros rendidas ante la fuerza carismática de Felipe González, de Manuel Fraga, de Adolfo Suárez. Ahora los candidatos hablan menos, tal vez porque tienen menos discurso, y por eso juegan más con las imágenes. Necesitan a un fotógrafo a su lado y una cámara de vídeo y un gabinete de prensa y un puñado de asesores y alguna que otra 'fake new'. «Mucho selfi y poca palabra», lamentaba el profesor Ramón Almela en la presentación de su 'Manual de buenas prácticas ortográficas' que acaba de editar la UMU. Se refería el profesor a la juventud, pero también es aplicable a la clase política, siempre que se contemple como una excepción a Teodoro García, de cuya preparación no es aconsejable dudar, porque te calla la boca interpretando al piano a Mozart a la puerta del Congreso o explicándote su tesis doctoral de 'teleco' sobre dispositivos BCI (Brain Computer Interface) y, llegado el caso, enfundándose el judogi -de cinturón azul-, sin olvidar que a su currículo tampoco le falta un campeonato mundial de lanzamiento de huesos de oliva.
Pero no es el caso de la mayoría de los políticos, más dados a recurrir a la foto de encargo y al comunicado sin fuste. Las agendas oficiales, y en esto da igual la significación partidaria, se nutren a menudo de epígrafes como 'asiste a' o 'declara que' o 'visita...'. como si verbos tan poco proactivos como 'estar' o ' asistir' fueran activo suficiente.
Bajar a la arena
Que aprendan de Macron. El presidente francés, a quien la revuelta de los chalecos amarillos dejó noqueado en diciembre, ha remontado desde entonces en los sondeos, pese al inesperado rebrote vandálico de los últimos fines de semana, gracias a una iniciativa inédita a la que prácticamente apostó su carrera: el Gran Debate Nacional. Durante dos meses, Emmanuel Macron ha recorrido el país y se ha sometido a cuantas preguntas le formulaban miles de ciudadanos de cada lugar elegidos por sorteo. Llegaba, se colocaba en medio del círculo que los vecinos formaban, se remangaba y, equipado con un bolígrafo y un folio en blanco, departía sin límite de tiempo ni censura previa con ganaderos de Alsacia, fabricantes de quesos, alcaldes normandos y adolescentes de Borgoña. Macron, 'el político arrogante', 'el presidente de los ricos', es ahora un gobernante resucitado cuyo partido parte como favorito ante las elecciones europeas, gracias a que cambió la estrategia convencional, la de fotos de pose y sonrisas impostadas, por esta otra de bajar a la arena, dejarle el micrófono a los franceses, saberse al dedillo cualquier asunto por el que se le pudiera preguntar, contestar sin vaguedades y -ojo- prometer la publicación en un mes de respuestas confiables a todas y cada una de las inquietudes que le fueron trasladadas en el Gran Debate Nacional.
¿Es mucho pedir?
«La Región de Murcia, una realidad inconclusa»
Reaparece Ángel Martínez, 'el león de Casillas'
Lo fue todo en la economía regional, hasta que hizo mutis tras los líos de la CAM, de los que salió indemne al quedar probado en la Audiencia Nacional que Ángel Martínez, presidente territorial y vicepresidente de la entidad, era ajeno a la mala gestión de la Caja. Ocho años lleva sin apariciones públicas Ángel Martínez, que nació a la política desde UCD con el sobrenombre de 'el león de Casillas' y la dejó como ejecutivo del PP. Pero no ha estado quieto. No habría podido. Acaba de meter en la imprenta su decimocuarto libro, 'La Región de Murcia, una realidad inconclusa', con todos los datos que alguien pudiera necesitar para conocer la evolución socioeconómica regional y con algunas recetas para subsanar el déficit en infraestructuras que Ángel Martínez empezó a denunciar hace ya treinta años, cuando -ayer como hoy- reclamaba alta velocidad a Madrid por Albacete, El Gorguel y una estación intermodal de Murcia en la zona de Nueva Condomina.