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En esta fotografía puede verse el primer observatorio que tuvo Murcia, sobre el instituto Cascales actual, a cargo del físico Olayo Díaz.
La Murcia que no vemos

El tórrido día en que Murcia padeció casi 48 grados a la sombra

Hace siglo y medio se alcanzó en la ciudad la temperatura más alta jamás registrada a lo largo de su historia

Domingo, 6 de julio 2025, 07:29

Quizá sea la única noche, a lo largo de los 1.200 años que cumple la ciudad, en que un obispo ha dormido en el balcón de su palacio, en pleno corazón de Murcia. Aquella madrugada se recordará por siempre por esa insólita decisión episcopal: el prelado, asfixiado el pobre, durmió a la intemperie, como cualquier vecino del común. Fue, según los muchos testigos que dejaron constancia de ella, una noche de bochorno insoportable, tan sofocante que ni el protocolo eclesiástico resistió la embestida del verano.

Ocurrió un 29 de julio de 1876. El mercurio alcanzó de día 47,8 grados centígrados a la sombra. Al sol, se midieron 65 grados, cifra que nadie se atrevió a discutir: el dato lo firmaba Olayo Díaz, catedrático de Física con experiencia y reputación. Esa noche, mientras los abanicos y cartones hacían de ventiladores improvisados, el termómetro no bajó de los 34 grados, manteniendo en vela a toda la ciudad.

Los periódicos locales no pasaron por alto aquel fenómeno extremo. El 30 de julio, 'La Paz de Murcia' publicó escuetamente que la temperatura había rozado los 46 grados al aire libre, y que a la una de la madrugada aún persistían los 34º. «Ayer subió a 46º centígrados el calor a la sombra y al aire libre», publicó ese diario. Las consecuencias no tardaron en sentirse aquellos días: los cultivos de la huerta agonizaban y el agua escaseaba de forma alarmante.

El periódico 'La Paz' alertaba el 1 de agosto de 1876 de los alarmistas respecto a las altas temperaturas que se padecían.

Desde el Ayuntamiento se elevó una súplica para que llegase el tradicional «agua de gracia» del mes de agosto. Las acequias estaban llenas de residuos y sin apenas corriente. Se pedía un riego generalizado para evitar la ruina agrícola y el avance de la sequía, que cada día era más alarmante.

El 3 de agosto, el profesor Díaz compartió sus observaciones en el mismo rotativo. Confirmó lo que todos intuían: se había vivido una ola de calor fuera de lo común, aunque para él, científicamente, encajaba en los patrones de la estación. Sin embargo, admitía que en los últimos 14 años no había registrado temperaturas tan extremas en su laboratorio.

¿Dónde hizo las mediciones? También en el centro de la ciudad, en la primera estación meteorológica que tuvimos desde 1862. Estaba ubicada en el instituto Alfonso X el Sabio, hoy renombrado Cascales, junto al Palacio Episcopal donde el obispo, por la calor, pasó las de Caín. Y allí seguirían los aparatos de medición hasta 1955, por cierto.

Un dato adicional, según el físico, causó alarma: la marca anterior más alta se remontaba a julio de 1863, con 44,6 grados a la sombra y 63,9 al sol. Tampoco era moco de pavo. El fenómeno se debía a los vientos procedentes del norte de África, cargados de sequedad y polvo. Traían, además, langostas y partículas de arena en suspensión, provocando una atmósfera apocalíptica. «Plagas de langosta y nubes de arena finísima que en el periodo canicular caen sobre esta comarca como una lluvia de fuego», escribió el profesor.

Aquella mañana del 29 de julio amaneció nublada, aunque luego se impuso una calma absoluta. La ausencia de viento hizo que el calor se estancara, elevando aún más la sensación térmica. En su análisis, Díaz comparó lo vivido en Murcia con otras zonas calurosas del mundo, como Abisinia (hoy Etiopía) o la costa del Mar Rojo, donde también se habían alcanzado los 65 grados.

El 20 de julio de 1876 dio cuenta 'La Paz' del calor que había padecido la ciudad la jornada anterior.

Muchos murcianos, como era tradición en agosto si el bolsillo lo permitía, optaron por dejar la ciudad. Prueba de ello fue que el día 4 no hubo sesión municipal «por falta de número; muy pocos de sus individuos se encuentran en esta capital», como informó la prensa.

Aun así, las autoridades actuaron. El gobernador civil emitió una orden para desinfectar cloacas, letrinas y mataderos, y exigió el sacrificio inmediato de animales callejeros. Así que ordenó «matar los animales inútiles» y asegurarse de que eran bien enterrados.

Se vigilaban los alimentos en mercados y tabernas, así como el estado de los almacenes de pescado, las fábricas de curtidos y otros focos de contaminación que pudieran causar alguna epidemia. Esa misma semana llegó, por fin, el permiso para utilizar el «agua de gracia». El alivio fue general, aunque no inmediato.

Los baños públicos eran comunes en Murcia, como prueba este anuncio de 'la Paz' del año 1876.

Lo curioso es que, durante décadas, los datos del profesor Olayo Díaz fueron ignorados por la comunidad científica. Sin embargo, su trabajo quedó registrado. Aún se conservan los instrumentos que utilizó para su medición en el magnífico museo del Alfonso X, tan desconocido por todos como rico en fondos.

El episodio de 1876 aparece en los archivos del Instituto Nacional de Meteorología (Aemet), siendo la marca más alta hasta que, en 1994, se alcanzaron 47,2 grados. Aparece, pero no se le da fiabilidad puesto que, según la agencia, no se emplearon las normas aprobadas en 1912 para tales mediciones.

La expresión «ola de calor», por otro lado, lejos de ser invención reciente, ya se empleaba en la prensa a inicios del siglo XX. En 1906, el diario 'El Liberal de Murcia' contaba cómo decenas de personas fallecieron en Nueva York por temperaturas extremas. En 1896, 420 neoyorquinos murieron tras nueve días por encima de los 32 grados, lo que en Murcia muchos considerarían un día templado, tirando casi a primaveral. Abran sus ventanas y juzguen.

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