«¡Que la piqueta entre en Verónicas!»
Que no cunda el pánico. No es necesario que el señor obispo convoque al exorcista de la Diócesis, que existe y le sobra trabajo, para ... sacarme del cuerpo una legión de demonios. Ni tampoco que el alcalde me envíe a los loqueros municipales o que la Guardia Civil compruebe si soy peligroso. No hace falta que en Patrimonio, sobre cuya gestión reconozco que nunca he visto otra igual, se metan un chute de nitroglicerina sublingual.
¿Perdone? Nitrogliqué? ¿Por dónde?
La pastillita para la angina de pecho de toda la vida.
No. Me encuentro, como diría el recordado Azagra, entre bien y muy bien. Aunque hoy, por vez primera en mi vida e igual la última, reconozco que el improbable binomio piqueta-edificio histórico puede ser positivo. Hasta recomendable. Y la invoco para entrar a saco en la mismísima plaza de Verónicas.
¡Oh bendita piqueta, a pesar de tu condenada ascendencia! Tu abuela, Dios la tenga donde se merezca, arrasó los baños árabes y rasgó el corazón medieval de la urbe para abrir una supuesta Gran Vía que jamás lo fue. Tu abuela, gloria llevó como paz urbanística dejó, arrambló con no pocos palacetes y conventos hasta arrasar 200 monumentos entre los años 1950 y 1980. Pero tú, piqueta moderna y sostenible, ahora resarcirás tanto daño.
Me explico. Aunque antes «les pongo en contexto», que así se escribe pero se lee en murciano: «Les voy a contar 'volao' cómo va la cosa». El diario 'El Liberal', allá por octubre de 1922, abrió su portada con este gran titular: «¡Ya era hora!».
Así celebraba el remate de las interminables obras del nuevo mercado de Verónicas. Un siglo después podríamos exclamar lo mismo. Acaso añadiendo algún taco, pues también era ya hora, tras años de peplas, de que comenzara la rehabilitación de tan bello edificio. Hay que reconocer, a cada cual lo suyo, que el concejal Jesús Pacheco ha logrado impulsar un proyecto que muchos creían imposible.
Vamos al cogollo. Del artículo y de las lechugas. Las obras, que van por fases para que la plaza no cierre, han obligado a reubicar abajo los puestos de frutas y hortalizas que ocupaban el piso superior. Y el milagro se ha producido. No dejen pasar la oportunidad de disfrutarlo.
Paseando por su interior, a un lado, uno descubre esas paradas multicolores repletas de pimientos y moradas berenjenas, de 'pavas' de La Arboleja y apio de Patiño, de calabacines y brevas, que estamos en su tiempo. Al otro, a tres metros, el pescado fresco, la gamba roja de Mazarrón, las lubinas y las doradas, que son plateadas, y los langostinos del Mar Menor, que no permita el Señor que falten en ninguna casa.
Más adelante, en el mismo pasillo, cuelgan salchichas y morcillas, de esas buenas, las de piñones, las que amasa Juan, el de Los Martillos. Y exquisitos lomos de chato murciano que se disputan la cámara con el cordero segureño (pongo por caso el de Paco, de La Consuelo), una 'morterá' de sobrasada y negros morcones a la vera del suculento chiquillo. Justo enfrente puede olerse la roja frescura de las sandías, que en Murcia se llaman melones de agua. O de los melones, que llamamos melones de año.
Aromas a especias y a pan recién horneado, a cascaruja y moscatel, a hueva de maruca, bonito y viso se mezclan con las auténticas fragancias que emanan de la plancha de otro Juan, 'El Picaor', en el diminuto bar donde los parroquianos más avisados se disputan quinticos y boquerones ahogados en orégano.
Este es el milagro: Tanta belleza junta, a golpe de vista, en un solo lugar. Por eso urge devolverle a nuestra plaza su diseño original. Por eso hay que derribar el antiestético primer piso. Esa entreplanta fue añadida hace medio siglo e hizo lo que mejor se nos da por estos lares: destrozó la estructura inaugurada en 1922 y que diseñaron Pedro Cerdán y José Antonio Rodríguez.
Desde el Consistorio aseguran que el proyecto prevé recuperar el alto techo original, lo que permitirá disfrutar del mercado entero nada más entrar por sus grandes cuatro puertas. Grandes porque, precisamente, fueron hechas para una sola nave espaciosa. Eso, cuentan, será en una segunda fase. Y si encuentran financiación, claro. A mi juicio, la idea merece la pena. Incluso más que ir a Verónicas a por chirretes a partir de octubre.
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