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A menudo, incluso más a menudo de cuanto nos figuramos, la historia nos asalta en nuestra Murcia de paradojas y dualidades. En esta ocasión, no ... existe mayor homenaje al Quijote, salvo una avenida y la espléndida escultura que donó Antonio Soler a la Facultad de Letras, que una simple y anónima persiana.
Cervantes conocía bien estas tierras. Y a sus grandes autores. De hecho, en la obra 'Viaje al Parnaso' citó a Gaspar Dávila, el insigne poeta murciano que también reconocería Lope de Vega y hoy, en esta Murcia desmemoriada, nadie recuerda. Bueno, no todos olvidan. Lean ustedes esa obra indispensable que es 'Historia de la Literatura Murciana', donde otros dos ilustres murcianos, Javier Diez de Revenga y Mariano de Paco, honran su memoria.
El autor del Quijote escribió en su inmortal novela sobre aquellos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Sin olvidar al morisco Ricote, a quien cita en la Segunda Parte. Era el pueblo de Ricote uno de los últimos bastiones, bien avenido, de los musulmanes en España.
Cervantes desembarcó en Cartagena una mañana de 1569, junto al séquito del cardenal Aquaviva, camino de Roma. Era, en realidad, un prófugo que se escondía desde hacía un año tras atacar al maestro de obras Juan de Sigura. El colega Nacho Ruiz lo contó en su día. La condena no era moco de pavo: diez años de destierro y la amputación de su mano derecha.
En 'Viaje al Parnaso' relataría que «con esto poco a poco llegué al puerto, a quien los de Cartago dieron nombre, cerrado a todos vientos y encubierto». A la ciudad portuaria regresaría más tarde tras su cautiverio en Argel.
Hasta no hace muchos años podía leerse, a la altura del número 43 de la murcianísima Calle Sagasta, una placa que rezaba: «En este lugar, y en una antigua posada aquí existente, pernoctó durante un mes Miguel de Cervantes, en el año 1602. Según el historiador M. Oliver, aquí escribió algún pasaje del Quijote y se inspiró para escribir posteriormente La Gitanilla». Era una murciana llamada Preciosa, hija del corregidor de Murcia. Según la tradición, da nombre a una de nuestras históricas plazas.
En la actualidad, donde antaño se alzó esa histórica posada no queda rastro de la antigua lápida. Pero existe una persiana donde aún cabalga el hidalgo y su escudero, sin que nadie repare en el significado.
Los remotos molinos de viento lucen ahora más modernos, aunque para el caso es igual. En esa tienda, por cierto, se despachan calcetines de la marca Acho Socks, bordados con huertanos, paparajotes, coloridos nazarenos de todas las cofradías y hasta la Virgen de la Fuensanta. Tienen mucho éxito entre los parroquianos. El dueño, Pedro Pablo Jiménez Gómez, nacido en la misma calle, creció viendo aquella placa de bronce que, como el recuerdo del paso de Cervantes por Murcia, pasó a la historia. Pero a la historia de la desvergüenza patrimonial.
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