Esos pasteles… de nada
A ver si alguien me explica, aunque me costará entenderlo, el terrible motivo de que hayan proliferado como setas venenosas, pues tal es su sabor, ... esos supuestos pasteles de carne que son, más bien, pasteles de nada. De nada, nada. Quizá sea más prudente escribir que nada contienen que aclarar que contienen mierda, con perdón de la mesa.
Pero es así. De hecho, cuando se les asesta el primer bocado, se le tuerce a uno el morro como si la estuviera oliendo. O masticando estiércol. En lugar de saber a gloria bendita, que es lo tradicional. Y por ahí, señores, no podemos pasar.
Vale que nos nieguen el agua que otros desperdician, que viajemos en el tren de la bruja o por la autovía del bancal, que Telefónica cuelgue sus cables, como si guirnaldas fueran, en las fachadas de los edificios históricos… Pero tocarnos los pasteles es tocarnos también otra cosa.
Algunos empresarios, intuyo que no son murcianos, llevan un tiempo produciendo pasteles congelados que son, a mi entender, un insulto a nuestra tradición más afamada y sabrosa. También son una afrenta a los respetados obradores que todavía, cuando hasta morirse resulta caro, emplean productos de calidad y le dedican el tiempo requerido. Para luego encontrarse esos sucedáneos en alguna gran superficie comercial. Entretanto, nunca ha prosperado ninguna iniciativa, que alguna hubo, para proteger la receta y el producto. Así somos en esta tierra.
- ¡Hombre, pues yo probé uno y tenía un pase!
- Supongo que lo maridó con una bala de paja.
No crean que exagero. El otro día me impuse, aunque no estamos en Cuaresma, la penitencia de comprobar si es cierto cuanto sospechaba. Y miren, acostumbrado a vivir en los límites, le hinqué el diente a uno.
Total: ni rastro de ese relleno espeso, blando, húmedo, suculento, que se funde en la boca y, por su aroma a tradición, cautiva el olfato. Ni rastro de ese hojaldre, entre amarillo apetitoso y dorado, que cruje y se quiebra al morderlo, mezclándose con la ternera, untuosa y aromática, con la pizca de chorizo cuando el bocado acierta en el exacto lugar que ocupa, o con el trozo de huevo que ofrece su yema como caricia sustanciosa al paladar.
Ni rastro, desde luego, de los esponjosos y tiernos sesos que encandilan a los amantes de esa variedad. O de la deliciosa carne de pichón. Ni rastro de los gustosos mejillones en escabeche que otros les añaden.
Ni rastro, en fin, de las expertas manos de Bonache, Zaher, los Espinosas o los Roses, Jiménez, Maite, Ricardo, Megías, Andrés Mármol, Luis Miguel, Mazón, Máiquez o Fernando, el de Sangonera la Verde. Como sentenciaba José Gil, aquel célebre camarero apodado 'El Bicho': «Los pasteles más ricos se levantan a mano y se hacen a ojo». Pues eso.
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