El obispo murciano y los 'chochos' lorquinos
En el Parlamento catalán ya no se despachan Conguitos, esos exquisitos cacahuetes negros. Perdón, cacahuetes del color que ustedes quieran menos negros. Por ahí van ... los tiros. Al parecer, algún desocupado tachó de racista el producto en cuya bolsa aparece un negrito orondo de grandes labios rojos. El negrito (no el del Colacao, que también) es más viejo que el hilo negro. Más incluso que orinar a pulso. Y ahora vienen a echarse las manos a la cabeza.
-¡Échale hilo a la birlocha!
-O échame cartas, Pencho, que significa lo mismo.
Si estas prohibiciones, por no escribir 'capullás', se aplicaran a nuestra amada Murcia tendríamos que cambiar buena parte del recetario regional. Pongo por caso,la sabrosa olla gitana, ese potaje de judías y garbanzos al que se le añade calabaza, berenjena, almendra picada y peras. Pero a ver, ¿a quién se le ocurrió llamarla gitana y no paya? ¿Y lo del dulce brazo de gitano? Acabaremos en los juzgados.
Misma sinrazón racista observo en denominar judío, según el diccionario murciano-castellano que ando improvisando, a la 'bajoca tardía, de fuerte fibra, a diferencia de la panicera o sin hebra'. ¿Dónde se ha visto eso? En cuanto Israel acabe en el Líbano le toca el turno a La Arboleja.
Luego están, aparte de las 'tetillas' o los 'suspiros' de monja, otra que te pego contra el clero, los deliciosos 'mantecados de Julia'. Propios de la Pascua, están elaborados con pasta de harina, azúcar, manteca, yema de huevo, chocolate, raspadura de limón y canela. Muy ricos aunque… ¿alguien le ha preguntado a la tal Julia si acepta que relacionen su nombre con la manteca?
La remataera, que en murciano se traduce como 'la fin del mundo', son los exquisitos 'chochos' de Lorca, que deben comerse, según la tradición, por Semana Santa. Miren si el año es largo. Estos chochos son avellanas cubiertas de un glaseado de azúcar de diversos colores, sobre todo azul y blanco. Resulta evidente: en honor a las dos señeras cofradías lorquinas.
Quizá no levante tanta polvareda otro plato huertano de toda la vida del Señor: el mondongo viudo. Supone, por cierto, un nuevo ejemplo de las paradojas y dualidades que atesora la ciudad y sus pedanías. Así, el mondongo viudo es como llamamos en Murcia a los callos… sin callos. De ahí lo de viudo (sin carne) y que no se me enfaden los pocos viudos que aún vivan.
Aguarden que, si acaso querían caldo, tres tazas llenas les ofrezco. Desde que el mundo es mundo y a los michirones se les pone sobrasada, empleamos un término tan original como curioso, si bien en franco desuso. Me refiero al obispo. No al humano, si no al embutido. Se trata del estómago del cerdo colmado de espléndido relleno o de masa de morcón.
Contaba el diario 'Línea', allá por 1979, que así se conocía por ser «la pieza mayor del embutido cocido». No en vano, otra acepción de morcón se emplea para describir a una persona excesivamente gorda. '¡Vaya morcón!'. O '¡vaya morcona!', que en cuestión de mondongos siempre hubo paridad.
-¡Lo está usted arreglando!
-Yo lo que estoy es llampando, otra palabra en extinción, de leer tanta comida.
¿Es o no es ofensivo para el obispo, que está el hombre en Belluga tan a sus anchas, escuchar cómo dan su nombre al suculento morcón? Quizá solo le quede un consuelo: el obispo murciano es el embutido más longevo. Y, en contra de cualquier opinión científica, es muy recomendable para el colesterol… pero no tanto para quien lo padece.
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