Joseíco y Juan Leal: murcianos que caen bien
Son parroquianos de intenciones transparentes, buena plática y carácter afable, gentes que a uno, con solo encontrarlas por las calles, le alegran el ánimo
Existió en esta Murcia poblada de gentes curiosas un afamado confitero tras cuya muerte encontraron,entre los papeles que atesoraba en su escritorio, una lista ... titulada: «Gentes de Murcia que me caen mal, sin saber porqué». Y bastante nutrida de nombres, por cierto.
La fantástica anécdota, que los descendientes del buen señor aún niegan, tiene su antítesis en otra lista que la ciudad entera va escribiendo a cada generación: «Gente de Murcia quecae bien y su porqué».
Son parroquianos de intenciones transparentes, buena plática y carácter afable, gentes que a uno, con solo encontrarlas por las calles, le alegran el ánimo. Y en esa certera lista, sin duda, se encuentra el nombre de Juan Leal, decano de los reporteros gráficos de esta Región.
Anda ahora Juanito, que así le llaman aunque peine canas desde hace años, presentando una selección de las decenas de miles de fotografías realizadas para la prensa en su fructífera carrera. Otros dos grandes periodistas y amigos comisarían y coordinan la exposición: Enrique Martínez Bueso y Chema Serrano. Total, éxito asegurado.
Juan se lo merece por ser un hombre bueno. Yo tuve el honor de compartir con él cientos de reportajes. Honor y placer, pues en tan grata compañía aprendí no pocos 'trucos' del oficio. «Nene, yo te aconsejo esto, ya tú haz lo que quieras…», me advertía siempre prudente.
Cierta vez, camino de cubrir un incendio no sé dónde, pillamos un atasco. «¡Vaya, aquí nos quedamos 'paraos'!», me quejé. Juan miró el embotellamiento y me corrigió. «No, 'paraos', 'paraos', no. Si te fijas, circulamos despacio. Poco a poco, pero avanzamos». Tras una pequeña pausa remató: «Como en la vida».
Juan conocía (y conoce) a media Murcia. Y la otra media lo conoce a él. Se hace de querer. Recuerdo que trataba al becario de turno con el mismo cariño y amabilidad que al señor director, que entonces era otro monstruo: Eduardo Sanmartín.
Ambos, por ser los dos de pueblo, pronto nos entendimos. Sobre todo, en lo más sagrado para quienes desempeñan cualquier oficio, incluido el periodismo, que oficio es por muchas facultades que le pongan.
Se tratabadel almuerzo, lo que Juan llamaba tomar «una puntica», que viene a ser la punta de una barra de pan rellena con companaje o atún con mahonesa, pongo por caso pues a mí me encanta. Con su caña fresca o su chato de Jumilla, claro.
La 'puntica' de Juan era mítica en la ciudad, si bien a veces, como recordó en alguna ocasión el maestro García Martínez, «se iba haciendo cada vez más grande. Tanto que alcanzaba hasta la otra puntica de la rosca. Eso era porque Juanito había nacido en La Curruca, donde la gozosa costumbre de 'orilla de pan con algo' (y más en otros tiempos) era una institución». «Orilla de pan con algo». ¿Puede existir una expresión nuestra más sabrosa?
Cuento estas cosas porque la exposición se inaugurará el próximo martes, a las 19.30 horas, en el Centro Las Claras, el de la Fundación Cajamurcia. Y en la invitación que me mandan observo a un cura puesto de sotana y conduciendo una moto. A muchos jóvenes les parecerá solo una fotografía graciosa. Otros muchos más avisados descubrirán al instante que se trata del célebre Padre Joseíco.
A José Martínez Aparicio, nacido en La Palma cartagenera, le encargaron en los años ochenta la nueva parroquia de San Francisco Javier. Aunque, en justicia, habría que escribir que, literalmente, la levantó ladrillo a ladrillo.Antes había logrado lo mismo con la iglesia del Espíritu Santo, de Espinardo, o la flamante Consolación, en Molina.
Sin embargo, su gran obra fue 'levantar' a tantos pobres, enfermos y ancianos. Ejemplo: su trabajo en la Hospitalidad de Lourdes o la residencia de ancianas El Amparo, en El Verdolay. Esa era su vocación: solucionar los problemas a la gente.Con una sonrisa sincera, como la de Juan Leal. Que le pregunten cómo era Joseíco a su Hermandad del Rocío de Murcia.
Tanta fue la buena fama de este vivaracho y entrañable cura que la ciudad le otorgó su nombre a una calle y lo hizo Hijo Adoptivo. Frente al templo que construyó en San Antón un busto inmortaliza esa eterna sonrisa.
No en vano Juan Leal ha elegido esa fotografía para anunciar su exposición. Si el resto de instantáneas encierran tanta historia, yo de ustedes no me perdería disfrutar de ellas. Merecerá la pena el rato. Y luego, porque no tendrán prisa ni nadie que se la meta (la prisa), den buena cuenta de una 'puntica' para celebrarlo.
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