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El poeta Ricardo Sánchez Madrigal (1845-1925) atesoraba en su biografía todos los ingredientes básicos para que la historia, en esta ciudad desmemoriada, apenas lo ... recuerde. Pongo por caso, una fantástica producción literaria o su pasión por Murcia reflejada en obras sobre temas tan nuestros como la Torre de la Catedral, el Ángel de la Oración, el monasterio de la Luz o la campana Nona.
Resulta que este ingeniero de minas encontró en su amada tierra un auténtico filón para explotar su pasión literaria. Pasión que también vertió en los papeles periódicos. De hecho, fue director de LAVERDAD y colaboró en otros diarios de la época. En 1887, se alzó con el primer premio de los Juegos Florales con un poema titulado 'La Dolorosa de Salzillo'.
En la obra trató una vieja leyenda sobre Juana Vallejo, esposa del escultor. La tradición sostiene que Salzillo la acusó de infidelidad, aún a sabiendas de su inocencia, para captar el rostro de tristeza que trasladaría al papel para luego tallar la imagen de su más afamada Dolorosa, la que está en Jesús.
La obra fue estrenada años después en el Teatro Romea, un 25 de enero de 1881, y obtuvo, según publicó la prensa de la época, un «lisonjero éxito». Ahora, los amantes del buen teatro y de la historia de Murcia están de enhorabuena. Porque ha ocurrido algo que, por desgracia para nuestros intelectos, no suele pasar a menudo. Se trata de la recuperación, por parte de la actriz Elvira Pineda y su compañía 'Amigos del Tenorio', de aquella curiosa obra.
La reestrenan, bajo el título de 'Juana, esposa de Francisco Salzillo', en el mismo sitio donde por vez primera se interpretó: el Romea. Será el domingo 11 de mayo a las 19 horas.
La figura de Juana Vallejo, como la de su hija Inés Salzillo, siempre fueron eclipsadas por el insigne autor. Sobre todo, la de Inés, espléndida artista que, en aquella machista sociedad, tuvo que abandonar el taller tras casarse con un procurador, que no era poco casarse.
Así abandonó dos décadas de fructífero trabajo aquella reputada especialista en la policromía de las tallas, las encarnaciones y el estofado. Cuestiones todas sin las que Salzillo, me atrevería a decir, sería menos Salzillo.
Pero ni por esas, oigan. Hace 250 años justos que Inés se murió y nadie le ha dedicado una línea al aniversario. Y pronto hará un siglo desde que enterraron a Sánchez Madrigal, el día de mi santo de aquél 1925, y es probable que tampoco nadie diga ni pío. Ya lo advertía Ortega: La gloria no es otra cosa que un olvido aplazado.
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