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Pioneros. El diario LA VERDAD contaba en 1982 el proyecto de Hernández Ros y señalaba que sería la primera vez que se criaban langostinos en cautividad.
La Murcia que no vemos

La curiosa historia de los langostinos artificiales

El presidente Hernández Ros impulsó sin éxito una granja en el Mar Menor para criar los sabrosos crustáceos

Domingo, 12 de octubre 2025, 09:39

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La noticia hizo relamerse a muchos lectores de LA VERDAD, algunos disfrutando del verano a pie de playa, aquél domingo 20 de junio de 1982. «En diciembre, langostinos murcianos de granja», rezaba el titular. Además, serían los primeros que se criaran en toda España. La idea era cultivar la variedad local, cuyos progenitores se capturarían en Guardamar, y otra de Corea, con el fin de comparar resultados.

La granja, ubicada en el Mar Menor, tendría piscinas de cemento, con una superficie de cinco mil metros cuadrados. El diario anunciaba la participación del Instituto Español de Oceanografía. Y hasta ilustraban su noticia con una curiosa fotografía: un gallinero situado sobre una piscina. «Los excrementos de los inquilinos de arriba sirven de alimento a los de abajo», sentenciaba el rotativo.

Pero, ¿de dónde surgió tan estrambótica propuesta? De la mano del presidente socialista preautonómico Andrés Hernández Ros. El entonces Consejo Regional de Murcia, germen del actual Gobierno Regional, decidió unir a inversores filipinos y españoles para comercializar langostinos frescos criados en solares propiedad del Estado.

Para ello, el Consejo creó la empresa Muraqua, cuyo 50% estaba suscrito por Iberaqua, firma de la familia filipina Ramírez Ortigas, líderes en la crianza de tan sabroso crustáceo. De entrada, trincaban 20 millones de pesetas en concepto de «coste de la tecnología». Y otros veinte que se llevarían más tarde.

Pero no todos estaban de acuerdo. Desde el principio hubo oposición de distintos sectores. Los pescadores del Mar Menor temían que la actividad (viveros, criadero de larvas, etc.) pudiera perjudicar la pesca tradicional, por impactos ecológicos o porque la empresa podría competiría de forma desleal.

Opinión a la que se sumaron los representantes de la UCD en el Consejo, quienes alegaban que la firma buscaría, como es natural, «un beneficio máximo».

Entretanto, Hernández Ros invitó a varios periodistas murcianos a viajar a Filipinas para conocer las bondades de su proyecto. Allí llegaría a recibirlos el viceministro de Recursos Naturales, quien se comprometió a impulsar la construcción de un centro piloto en su país.

Otra cosa no, pero la prensa se hinchó a langostinos. En una de las fotografías publicada por LA VERDAD se lee un pie revelador: «Después de cocidos, los langostinos se someten a la inevitable cata». Y tanto que era inevitable.

Los enviados especiales contarían el éxito de los filipinos en la crianza de crustáceos. En un solo día vieron cómo extraían cuatro mil kilos de unas balsas. Así que no extraña que LA VERDAD publicara que si la idea prosperaba los murcianos pronto arrancarían almendros «para plantar langostinos».

El maestro García Martínez advertía en su 'Zarabanda' que «estamos otra vez a lo de siempre: la capacidad o la no capacidad de nuestros políticos». Y se preguntaba el célebre cronista, con su habitual retranca: «¿Habrá [langostinos] para todos?».

En Las Encañizadas

No los habría. La iniciativa quedó en agua (salada) de borrajas. Con polémica incluida. En octubre de 1982 describía este diario que el criadero se había ubicado «al final de La Manga [las Encañizadas], en un lugar casi inhóspito, junto al mar, donde se han construido nueve balsas de unos 500 metros cúbicos de capacidad, al cuidado director de tres filipinos».

Todo parecía ir viento (de Levante) en popa. Pero no. En febrero del año siguiente, el entonces consejero de Industria, José María Casanova, reconoció que el Gobierno Regional había cometido errores en la gestión de la sociedad mixta.

Tras gastarse 25 millones de pesetas, la primera cosecha en noviembre de 1982 solo había dado 150 kilos, una cantidad ridícula. Y eso que se habían trasladado a Murcia dos técnicos filipinos y uno francés, en teoría muy cualificados. Eso sí, el presidente Hernández Ros probó un 24 de noviembre de 1982 lo que la prensa denominó langostinos «artificiales».

Para entonces, los medios nacionales se hacían eco del experimento. 'El País' contaba cómo las «supuestas irregularidades» provocaron «la destitución del consejero delegado» de Muracua. Los empresarios filipinos salieron de la firma.

A la empresa parecía haberla mirado un tuerto. Pero uno con mala leche. La pésima cosecha de noviembre fue la última. Luego se produjeron pérdidas debido a una helada, fallos en las instalaciones (una balsa se derrumbó), muerte de larvas... Aquella factoría parecía, más que una granja de langostinos, una jaula de grillos.

En agosto de 1983, los filipinos ganaron el pleito que le habían interpuesto a la Comunidad por apartarlos del proyecto. La Audiencia de Albacete falló a favor de aquellos e incluso anuló todos los acuerdos desde la separación. Un poema.

Todo un desastre

La granja era un desastre. Como narró el periodista Chema Serrano en LA VERDAD, en las balsas solo había unas 80.000 larvas, cuando el año anterior se registraron 400.000 y solo se obtuvieron esos 150 kilos de crustáceos. Encima, se conoció que estaban alimentándolas con pienso para truchas.

Al año siguiente, con el nuevo presidente Carlos Collado al frente, Muraqua había quedado reducida a dos piscifactorías, dos biólogos y algún personal más, que la Comunidad Autónoma asumió. Las instalaciones se ofrecieron al Ministerio de Agricultura para que impulsara la cría de otras especies marinas.

Los proyectos de Hernández Ros, al margen de la desastrosa gestión, quizá no eran tan descabellados. Piensen en el precio actual de los langostinos. El presidente también sorprendió a muchos cuando anunció la construcción de un «tren aéreo» entre Murcia y Molina o la apertura de un tercer canal de televisión.

Sin olvidar la compra del Casino de La Manga por parte de la Comunidad o la denominada «Ciudad del Gusano» para relanzar la industria de la seda. Pero esas son otras historias tan jugosas como los langostinos del Mar Menor.

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