«Bendita la riada que nos trae a Franco»
La muerte del dictador, hace medio siglo justo, perturbó la rutina de los murcianos
«En cuanto el Caudillo pise esta Vega del Segura, la alfombra huertana de nuestros limoneros rendirá sus frondas en homenaje al primero de los ... españoles». Esto anunció en 1957 el entontes alcalde de Murcia Fernández Picón durante una de las visitas de Francisco Franco a la ciudad. Y se quedó tan fresco, el hombre. Desconozco si los limoneros rindieron tales frondas, pero supongo que sí. Más que por adular como el alcalde a Franco, porque al ser la visita en octubre andarían cuajadas las ramas de verdes frutos. De la variedad fino, por cierto.
La muerte del dictador, hace hoy medio siglo justo, se vivió en Murcia con lógica inquietud. Y con espontáneos homenajes que hoy resultan ridículos. Entonces eran obligados.
Los diputados y concejales murcianos salieron en tromba a las páginas de los diarios para, en gran medida y a cual más exagerado, lamentar lo que consideraban una pérdida irreparable. El periódico oficial 'Línea' manifestaba su «profundo dolor» ante la muerte del «insigne Caudillo y Generalísimo de todos los españoles». En Radio Juventud colocaron un retrato del general rodeado de rosas rojas. Curiosa composición.
En la mañana del día 20 de noviembre, a las once en punto, el Ayuntamiento capitalino convocó un pleno extraordinario. Los asientos reservados al público, las conocidas como pajareras, estaban de bote en bote.
Es que aquí somos mucho de sopar.
Y, siendo la hora, almorzar después.
Solo unos minutos antes se había suspendido también la reunión convocada, en el mismo salón, por el Consejero de Hombres Buenos.
La Hermandad Farmacéutica Murciana, que cumplía 25 años, se apresuró a anunciar que aplazaba hasta nuevo aviso la inauguración de su nuevo edificio, prevista para el día 22. Lo mismo hizo el Orfeón Murciano con un concierto y, por acabar pronto, cualquier institución que hubiera convocado algo para aquella jornada o las siguientes. Lo único que se mantuvo en la Catedral fue la misa en recuerdo de la muerte de José Antonio.
Franco parecía omnipresente, si es que no lo era. Pero a Murcia, en cambio, solo vino tres veces en su larga vida. La primera, tras las inundaciones de 1946, cuando algún cerril desplegó una gran pancarta para la historia de la sinrazón: «Bendita la riada que nos trae a Franco».
No sé si sonroja más aquél cartel que las declaraciones del entonces obispo de Astorga, de cuyo nombre ya nadie se acuerda y quien llegó a advertir de que la riada fue «un terrible castigo colectivo de Dios por cometer el pecado de celebrar un desfile carnavalesco, el Entierro de la Sardina». Más tarde, en octubre de 1957, Franco regresó para presidir la apertura de la refinería de Escombreras. La última vez fue en junio de 1963 durante la inauguración del pantano del Cenajo.
Los vecinos del común, pese a la gran noticia, quizá andaban más preocupados por el precio de los carburantes, que se había disparado provocando las iras de los taxistas. Otros buscaban fortuna jugando a los llamados 'ciegos', que ya existían. Se vendían hasta 130.000 diarios en Murcia. Costaban 5 pesetas por entonces.
Y también entonces, el último día de vida del dictador, se presentó una moneda de plata representativa de la provincia de Murcia, con el escudo de la capital y de Albacete, una huertana con moño y peine, un ancla, una espiga, un ramo de flores y una orla.
Al día siguiente, como ejemplo de lo poco atado que resultaba todo, LA VERDAD anunció: «Parece que se han acuñado monedas con la efigie de Don Juan Carlos». Parece. Y también otro curioso titular para la historia: «El cuerpo de Franco puede permanecer incorrupto durante miles de años, como las momias egipcias», contaba el médico que lo embalsamó. ¡Échame cartas, Roque!
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