¿Atesora o no la Catedral las vísceras del Rey Alfonso X?
La Murcia que no vemos ·
El anuncio de la rehabilitación de la urna del monarca aviva la historia de la llegada de su corazón a MurciaEn pleno corazón del poder estadounidense, en el Capitolio de Washington, campea la figura de un rey español que profesó un especial cariño por Murcia. ... Muchos visitantes se sorprenden al encontrar allí, entre bustos de legisladores y símbolos del derecho antiguo, la imagen de Alfonso X el Sabio.
No se trata de una mera anécdota decorativa: el busto del monarca castellano es un homenaje a su obra legislativa, las célebres 'Siete Partidas'. Ese cuerpo normativo, adelantado a su tiempo, fue una de las influencias jurídicas más importantes llevadas al Nuevo Mundo por los conquistadores y sirvió de base al derecho en territorios que hoy forman parte de Estados Unidos y antaño eran españoles, como Texas, Arizona, Nuevo México o Luisiana.
Alfonso X pudo escoger cualquier rincón de sus vastos dominios —Castilla, León, Galicia...— para su descanso eterno. Sin embargo, eligió su amada ciudad de Murcia. Y no fue una decisión simbólica ni improvisada: en 1277 ordenó la creación del monasterio de Santa María la Real en el antiguo alcázar murciano, junto a la mezquita que hoy es la Catedral. Allí quería reposar.
El historiador Juan Torres Fontes, fuente sin par donde las haya, confirmó que esa voluntad quedó recogida en un documento oficial. El propio rey argumentó la elección evocando sus años de juventud en estas tierras, una etapa que definió como «lejana, juvenil y alegre», en la que conquistó el antiguo reino musulmán.
Así lo narraba el monarca: «Por el gran bien y merced y honra que nos hizo, amamos y debemos querer este reino entre todos los otros, y por ende, escogemos nuestra sepultura en la ciudad de Murcia». Amén.
Siete años después, en 1284, Alfonso X reiteró su deseo, aunque con una nueva precisión: quería que su corazón fuese trasladado al Monte Calvario, en Jerusalén, si las circunstancias lo permitían. De lo contrario, como así fue, debía quedarse en un lugar sagrado hasta que Tierra Santa pudiera ser conquistada o el viaje, cuando menos, resultara seguro. Ese «lugar sagrado», al final, sería Murcia.
Una parte en Sevilla
Sin embargo, la decisión última recayó en sus albaceas, quienes optaron por enterrar el cuerpo del rey en Sevilla y enviar el corazón a nuestra ciudad. Según sospechaba el profesor Torres Fontes, el encargado de cumplir esta misión fue García Jufré de Loaysa, camarero mayor y copero del rey, y luego Adelantado del Reino de Murcia, designado por Sancho IV para asegurar la fidelidad de una tierra que seguía más leal al Rey Sabio que a su heredero. Aquél apellido da hoy nombre, por cierto, a una plaza antigua en la capital.
Siglos después, el doctor Juan Delgado Roig examinó el cuerpo embalsamado de Alfonso X y halló pruebas quirúrgicas claras: el corazón y algunas vísceras habían sido extraídas, confirmando la veracidad del relato. La capilla que albergó el corazón del rey sobrevivió a lo largo de los siglos, incluso cuando se construyó un nuevo alcázar en la ciudad. Con el tiempo, el templo comenzó a ser conocido como Santa María de Gracia, hoy iglesia de San Juan de Dios. Pero el corazón cayó en el olvido.
En 1515, el regidor Diego de Lara propuso trasladar los restos al altar mayor de la Catedral, por entonces en mejor estado. Pero la propuesta quedó en suspenso: dependía de que sobrara dinero de las obras en las carnicerías y en la Casa de la Corte. Como era de esperar, no sobró nada. Hay cosas que no cambian con el paso de los siglos.
La historia dio un giro inesperado en 1521, cuando Pedro Fajardo, marqués de los Vélez, manifestó su deseo de ser enterrado en el altar mayor de la Catedral, en lugar de en la capilla que había mandado construir su padre.
Llegaron hasta el Papa
El Cabildo aceptó con entusiasmo. Sin embargo, el Concejo de Murcia se opuso, alegando que aquél espacio debía estar reservado para las entrañas del Rey Sabio. Carlos V intervino, apoyando la voluntad del Concejo y provocando un conflicto de poder. Quizá el gran emperador desconocía la cabezonería del célebre marqués. Aunque pronto pudo comprobarla... y sufrirla.
La polémica escaló hasta el Vaticano. El marqués consiguió una bula papal que le autorizaba el enterramiento en la Catedral. El emperador respondió con dureza: advirtió al Cabildo que, de desobedecer al Concejo, perderían sus privilegios, y al noble Fajardo que renunciara a sus pretensiones, pues se pasaba la bula por sus mismísimos reales.
Finalmente, Carlos V se impuso. Durante su visita a Murcia en abril de 1541, verificó que sus órdenes habían sido cumplidas. El monumento funerario de Alfonso X fue realizado entre 1541 y 1542 por el escultor Martín Florentín, y completado por Ginés de León, quien esculpió los dos heraldos de armas que lo flanquean. Ambos visten dalmáticas y muestran los escudos de Castilla y Aragón.
En 1575, el Concejo murciano añadió un corazón a su escudo —que ya contaba con seis coronas— como símbolo de la lealtad eterna de la ciudad al Rey Sabio. Querían, según las crónicas, que «fuese inmortal a la memoria de los hombres y quedase como principal blasón».
Pese a tanta determinación, siglos más tarde, el rediseño del escudo encargado al artista Alberto Corazón eliminó, paradójicamente, ese corazón del escudo de la ciudad. En su lugar, el prestigioso autor diseñó una eme mayúscula junto a una torre y un signo de admiración. Vamos, un desastre. Hasta que en fecha reciente, el alcalde Ballesta, con no poco acierto, lo ha recuperado.
Existen autores que defienden que en tan histórica urna igual no queda ni rastro del Rey Sabio. La próxima rehabilitación ayudará, sin duda, a comprobar qué se ha conservado dentro tras el paso de los siglos.
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