La aparición de la Virgen del Rosell: la Patrona primera y verdadera de Cartagena
Cartagena no necesita inventar símbolos: los tiene desde su origen. Y entre todos uno destaca por su antigüedad, su leyenda y su arraigo: la Virgen ... del Rosell, primera Patrona de Cartagena y seña de la Orden Militar y Marítima de Santa María de España, fundada por Alfonso X el Sabio.
La tradición de esta aparición relata que en tiempos de Abderramán I un pescador cartagenero, de apellido Ros, halló en el mar una imagen de la Virgen con el Niño. De ahí su advocación: Ros, él la encontró; Rosell. Otros relatos amplían el mito: ángeles que terminaron la talla, rosas que se transformaban en oro al depositarlas en su mano, la invisibilidad en tiempos de peligro, lo que explicaría que nunca fuera profanada. Todo ello junto a otras muchas tradiciones refuerzan la percepción de que la Virgen no llegó a Cartagena por azar.
La talla, de madera estofada y policromada, representa a María sedente, de tez morena, con el Niño Jesús en su regazo. Él porta el orbe en la izquierda y bendice con la derecha, mientras la Madre sostiene una rosa. Su estilo remite a los siglos XII y XIII, aunque no faltan quienes defienden un origen bizantino en el siglo VI. Lo cierto es que, cuando Alfonso X restituye la diócesis cartaginense en 1250, la Virgen del Rosell ya recibía culto. Fue entronizada en la Catedral de Cartagena junto a los Cuatro Santos, consolidándose como Patrona de Cartagena.
En 1272, el rey Sabio funda en Cartagena la Orden de Santa María de España, con carácter militar y naval, precursora de nuestra Infantería de Marina. Su emblema era una estrella de ocho puntas con la imagen de la Virgen del Rosell en el centro, lo que explica que fuera conocida como Orden de la Estrella. Cartagena fue sede principal de esta orden, con conventos en San Sebastián, La Coruña y el Puerto de Santa María. No se puede subrayar lo suficiente: el emblema fundacional de la primera orden naval de la cristiandad fue la Virgen del Rosell, proclamada por Alfonso X como Santa María de Cartagena y Patrona y Señora de la Orden.
La devoción queda reflejada en sus famosas Cantigas de Santa María. En la 339, llamada 'En quantas guisas', el monarca canta un milagro ocurrido en una nave que partía de Cartagena. La Virgen salva la embarcación en plena tormenta, confirmando su patronazgo sobre la ciudad y el mar. No es un simple poema: es el reconocimiento literario de que la Virgen del Rosell era ya un símbolo.
Las fuentes documentales que se encuentran en el Archivo Municipal, confirman que en 1554 la Virgen del Rosell era reconocida oficialmente como 'Nuestra especial Patrona'. En 1571, el Ayuntamiento encargó a Juan Bautista Antonelli una capilla y retablo en la Catedral para su culto. En 1611 participó en la gran rogativa por lluvias junto a otras advocaciones locales. El 25 de noviembre de 1694, durante el maremoto de Santa Catalina, su intercesión motivó un voto de acción de gracias que aún perdura. A lo largo de los siglos, fue sacada en procesión en rogativas por epidemias, victorias militares o calamidades, siempre acompañada por los Cuatro Santos.
No olvidemos, sin embargo, la realidad: la verdadera Patrona de Cartagena es la Virgen del Rosell. La llegada de la Virgen de la Caridad en el siglo XVIII, con su enorme devoción posterior, no anula ni borra a la primera patrona, vinculada a los orígenes de la Diócesis y a la Catedral cartagenera que hoy yace injustamente despojada en favor de la ciudad de Murcia.
Raíz de la sede episcopal
El Rosell no es una reliquia folclórica, es fundamento histórico e identitario: raíz de la sede episcopal, símbolo de la primera orden naval cristiana, advocación alfonsí y signo de resistencia de la ciudad. Cartagena debe reivindicarla sin complejos. No se trata solo de devoción: se trata de historia y derecho, de un patrimonio espiritual que nos pertenece.
Cuando olvidamos el Rosell, empobrecemos el relato de la ciudad: amputamos la conexión entre fe popular, responsabilidad social y autoestima cívica. Y eso, en una urbe que ha sobrevivido a todo, de momento, sería un lujo imperdonable.
¿Conclusión? Recuperar centralidad. Releer la Aparición con rigor (historia, archivo, fuente primaria) y con verdad (tradición, devoción). Reordenar los hitos: el lugar del hallazgo, la consolidación de la advocación, la proyección asistencial del Hospital del Rosell y su continuidad actual. Y, sobre todo, volver a mirar juntos esa talla serena que tantos cartageneros invocaron en silencio cuando el mundo se les caía encima.
Cartagena sabe que las ciudades se levantan con piedras y símbolos. Las piedras sostienen; los símbolos unen. La Aparición de la Virgen pertenece a ese segundo orden: el que convierte a un conjunto en pueblo consciente, el que hace de la historia un presente que obliga.
Que nadie se equivoque: esto no va de credulidades ni de batallas culturales. Va de identidad. Va de reconocer que, sin la Virgen del Rosell, el mapa de Cartagena queda incompleto.
Defendámoslo con calma y con carácter. Con archivo y con tradición. Con memoria y con futuro. Porque cada vez que la ciudad recuerda la Aparición, no está buscando un milagro, está recordando quién es.
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