Caminando entre volcanes

Si la experiencia en Cabo Tiñoso fue interesante, el encuentro que mantuve días después con la Asociación Defensa de la Cartagena Oeste lo fue mucho más. Esta asociación sin ánimo de lucro ni orientación partidista la constituyeron en noviembre de 2023 los propietarios y vecinos de la diputación de Los Puertos, San Isidro y Cuesta Blanca. Sus fines primordiales son la salvaguarda del medio ambiente, la defensa, protección y conservación del territorio, el equilibrio de los sistemas ecológicos, la preservación de la biodiversidad, promover acciones necesarias para reducir al mínimo el impacto ambiental, la contaminación del suelo, los acuíferos, la atmósfera y el despilfarro de los recursos para el simple lucro privado. Tiene como objetivo sensibilizar, informar, diseñar y realizar proyectos ambientales y socioculturales orientados a la compresión de la interconexión entre los seres humanos y su entorno.

La presidenta de la asociación es Pilar Juárez, buena amiga mía desde hace muchos años, nació en pleno corazón del oeste cartagenero, concretamente del Caserío de las Gavinas situado en Los Puertos. Licenciada en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y, también, editora literaria en varias editoriales catalanas, ha trabajado en prensa, radio y televisión. Mujer inquieta, fundó en Barcelona su primera asociación. Tras regresar a la Trimilenaria abrió el restaurante María Zapata, cuya especialidad era reconstruir el patrimonio cultural de la cocina autóctona de la comarca. Creó un Museo Etnográfico y una Granja Escuela. Fue presidenta de Hostecar, vicepresidenta de COEC, vicepresidenta de la plataforma Cartagena Provincia y del Foro Ciudadano por Cartagena para el progreso de la ciudad.

Después de andar por la zona con miembros de su directiva hasta la hora de la comida, comentamos que cada vez quedan menos lugares silenciosos en los que refugiarnos. Cuando la normalidad es el ruido y nuestro «día a día» está lleno de música a todo volumen, sirenas, tráfico y maquinaria de obras, los espacios apacibles en los que reflexionar y relajarnos van desapareciendo, con efectos notables para nuestra salud.

El oeste cartagenero está lleno de sonidos suaves de la naturaleza como son el canto de un pájaro, las alas de unas golondrinas, el rumor de la hierba en las laderas, el canto de una chicharra, el zumbido de los insectos, las ramas de los árboles acariciados por el aire... Todo se convierte en una delicada armonía de música de la naturaleza y su efecto calmante alivia el estrés de la vida rutinaria diaria.

Es tan variado el paisaje de nuestro oeste que se pasa de los verdes a los áridos, tal y como me contaba el experto doctor en Geología José Ignacio Manteca. La zona se haya situada a una distancia de 10 kilómetros de la Trimilenaria, en el corazón de la zona oeste. Allí existe un importante conjunto de unos 20 antiguos volcanes de la edad del Plio-Cuaternario (unos 2,5 millones de años) que están distribuidos entre las Sierras de Los Victorias y de la Muela. La mayor parte de ellos se encuentra cerca de las localidades de Tallante, Los Puertos, La Magdalena y San Isidro. Estas estructuras volcánicas están constituidas por coladas de lava basáltica y por depósitos de piroclastos. Los vecinos de la zona no son conscientes de que conviven con viejos volcanes, afortunadamente ya inofensivos, y que, para ellos, son solo 'cabezos negros'. En cambio, entre los científicos, estos volcanes son muy conocidos. De hecho, geólogos de muchos países visitan la zona para estudiarlos.

Entre los numerosos aspectos de estos volcanes que atraen tanto interés destaca especialmente la gran cantidad de xenolitos que contienen. Los xenolitos son fragmentos de roca que proceden de gran profundidad –hasta unos 300 kilómetros– que fueron arrancados y arrastrados por la lava hasta la superficie. Su composición mineralógica permite el conocimiento de los materiales del Manto Terrestre que, de otro modo, no se podría conocer.

Este conjunto volcánico supone un valioso patrimonio geológico de alto interés científico y didáctico. Sería interesante la planificación de itinerarios para alumnos y para los interesados en un turismo de naturaleza. Se podrían desarrollar mediante la creación de un centro de interpretación donde, con ayuda de esquemas, vídeos y maquetas, se reforzaran los conocimientos directamente sobre el terreno.

Y si los volcanes pueden ser un atractivo más para nuestro oeste, es de suma importancia y tendría enormes ventajas el proceder a la reforestación con plantas autóctonas recreando el paisaje original. Me comentaba Ramón Navia-Osorio, ingeniero agrónomo galardonado con el premio 'Garbancillo de Oro 2024', que el paisaje cambiaría de forma espectacular pasando de ser una estepa seca y desolada a convertirse en un bosque diverso con todos los colores. En Japón, se receta tiempo de contemplación de los bosques. Desaparecerían las riadas dado que el bosque retiene y ralentiza el movimiento del agua. Por un lado la hojarasca la detiene y las raíces abren poros en el suelo que permite al agua penetrar en el suelo, con lo que aumentaría la disponible para los pozos. Habría más fauna y mayor equilibrio ecológico en los cultivos de alrededor. Las bayas son alimento para aves insectívoras y las flores, para los insectos auxiliares. Y después de aprender y mucho de nuestra Cartagena del Oeste, llegó la hora de sentarnos a la mesa para disfrutar de un menú elaborado por Pilar, como los que ofrecía en su restaurante basado en cocina tradicional y de la zona. Empezamos con un aperitivo de buenas lascas de jamón Duroc y queso curado de Perín, con exquisito pan de San Ramón de Fuente Álamo. Continuamos con un paté de jabalí hembra de La Muela sobre tosta de pan. Pasamos a una ensalada de escabeche de bonito de almadraba con su cebolla, zanahoria y condimentos. El plato principal fue un estofado cartaginense de jarrete de ternera con cebolla, patatas, macarrones y chocolate –espectacular elaboración al estilo Juárez– acompañando un vino de uva tempranillo Olarra Otoñal 2019. El punto dulce, un milhojas de crema inglesa. Terminamos con una malta con anís a la vieja usanza. Y a tener muy en cuenta esta reflexión: «Si supiéramos lo que dicen en nuestra ausencia, no le sonreiríamos a tanta gente».