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Portada de 'Atlas de la España Imaginaria', de Julio Llamazares.
El mapa de una España mágica

El mapa de una España mágica

Los seres humanos necesitan encontrar un sentido a todo, por eso una historia explica el origen de Los Infiernos pachequeros

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Miércoles, 3 de mayo 2017, 01:06

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Hace unos meses adquirí en la librería de Cartagena 'La Montaña Mágica' (calle Pintor Balaca, 34) la obra 'Atlas de la España Imaginaria'. Su autor es el novelista Julio Llamazares, un pintor de paisajes geopoéticos que viaja en persona desde unos tópicos lingüísticos hasta su localización. Así se desplaza a Jauja, una localidad de apenas un millar de habitantes, situada en la provincia de Córdoba, que rivaliza con otra Córdoba, en este caso de Perú, por ser la protagonista del cuento.

Jauja era en exceso el paraíso de los hambrientos, la mayoría de los habitantes del país. Cualquiera allí tenía acceso a requesones untados de miel, pollos, capones, mazapanes, merengues o natillas.

Poco sabemos sobre la ubicación exacta de esta leyenda que recoge el actor cordobés Lope de Rueda (1510, Sevilla-1566, Córdoba) en su obra 'La Tierra de Juaja', un lugar en el que se castiga a los que trabajan, hay un río de miel y otro de leche, una fuente de manteca y requesones y los árboles producen buñuelos.

Todo es posible como en la Cocaigne francesa o la Cucagna italiana, que dan origen a la cucaña, el palo untado de grasa con un regalo en su extremo para premiar al intrépido que lo sube. Los holandeses cuentan con Luilekkerland, un lugar maravilloso al que se accede atravesando una montaña de papila y en la que los cerdos se pasean con un cuchillo en la mano, para que cualquiera los pueda trinchar. Allí, además, de los árboles cuelgan pasteles.

Los reyes de León descansaban, entre batalla y batalla, en la comarca de Babia, con Peña Ubiña como fondo fantasmagórico. Es por ello por lo que cuando alguien preguntaba por el rey, cotestarles que se encontraba en Babia era afirmar que estaba fuera de juego. Aunque existen otras versiones sobre este topónimo y su relación con hechos legendarios.

En la provincia de Madrid se sitúan las ciudades de Pinto y Valdemoro, separadas por 6 kilómetros. Se cuenta que un borracho andaba siempre recorriendo las tabernas de una localidad y otra, exclamando: «¡Ahora estoy en Pinto, ahora en Valdemoro!» Hasta que en una ocasión cayó a un riachuelo entre ambas, apuntado: «¡Y ahora estoy entre Pinto y Valdemoro!». Por eso la frase se aplica al que está bebido o entre dos aguas.

En otra ocasión hablaremos de los cerros de Úbeda, no dejando de señalar el contraste entre la lírica de la fantasía y la realidad prosaica de todos y cada uno de estos pueblos. Algo que ocurre en nuestra comarca.

El Infierno y La Gloria

Si tuviésemos que cartografiar un atlas mágico del territorio más cercano a nosotros, nuestras andanzas nos llevarían por caseríos de La Palma, que reflejan una toponimia del Más Allá, como son El Infierno y La Gloria. El primero tenía dos o tres viviendas y el último, una sola casa. ¿Será porque el Infierno está más poblado que el Cielo?

La explicación que ha llegado hasta nosotros es que en El Infierno moraba una persona muy mala, pero no creemos que fuese el mismísimo Lucifer.

En el término municipal de Torre Pacheco tenemos El Purgatorio, El Limbo y Los Infiernos, por eso el cronista de Murcia y periodista de 'La Verdad' Antonio Botías tituló un artículo para este periódico de tal guisa: «Nací en El Purgatorio, pasé por El Limbo y ahora vivo en Los Infiernos».

Los seres humanos necesitan encontrar un sentido a todo, por eso una historia explica el origen de Los Infiernos pachequeros. Narra que un recovero atravesó una aldea próxima a San Cayetano, con tal mala fortuna que unos chiquillos, de la piel de Barrabás, le salieron al encuentro. Los menores arrojaron contra el comerciante itinerante una lluvia de piedras destructoras de las vasijas de barro que transportaba.

Cuando logró escapar del improvisado bombardeo, ya en otro paraje cercano, alguien le preguntó de dónde venía. A lo que el recovero respondió: «¡Vengo de los infiernos!».

Existe un bar en Los Infiernos cuya propietaria sostiene la certeza de la historia, transmitida de generación en generación. La mujer le recordó a Botías que algún turista arranca de vez en cuando el cartel con el nombre del pueblo, «para luego enseñarlo como un recuerdo, casi un trofeo, del lugar que han visitado». Tan numerosos eran los robos que, para evitarlos, tuvieron que soldarlo.

Dejamos el teclado porque dentro de un instante nos desplazaremos hasta el molino de las Ánimas, cerca de Torre Pacheco. Posiblemente tengamos algún encuentro inesperado.

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