Abdullah, un afgano en Murcia: «Los talibanes mataron a diez personas en mi pueblo hace dos días»
Emigró de su país hace ocho años y aterrizó en Murcia hace tres. Ahora sufre con un conflicto cuyo final ve cada vez más lejano
CARLOS MIRETE
MURCIA
Sábado, 28 de agosto 2021, 01:20
Hindukush, Pamir... Nombres que suenan a génesis, a primigenio. La tierra se levanta en Afganistán con el ímpetu que solo puede otorgar la juventud de ... unas cordilleras que continúan elevándose hoy día, perpetuando eternamente su particular desafío con la línea que marca el cielo. Un combate que no solo se libra en las cotas más altas e inaccesibles, sino también en el subsuelo. El choque constante de los rocosos gigantes de más de seis mil metros de altura provoca temblores que sacuden con cierta frecuencia el país. Aunque el terremoto en el que lleva inmerso Afganistán desde prácticamente su nacimiento se mide en una escala mucho más humana que la de Richter.
«No creo que el conflicto acabe ni en un siglo», sentencia con dureza Abdullah Mohannadi. Es uno de los más de tres millones de afganos que, calcula Acnur, han tenido que abandonar su país desde 2012. Según cuenta, tuvo que escapar de su pueblo natal, situado en la provincia del Malistán, cuando tenía solo 16 años. Tras una larga estancia en Dinamarca, donde finalmente le denegaron el asilo, desembarcó en España. Ahora trabaja en un restaurante en Murcia y lleva una vida menos caótica que la que ofrece su tierra nativa en estos momentos. Ocho años después de su marcha, sigue con tristeza las noticias que le llegan a través de familiares y amigos que aún conserva allí.
«Los talibanes dominan desde hace tiempo muchas zonas rurales; yo me fui por ese motivo», explica. Abdullah pertenece a la etnia de los hazara, una minoría que contaba con menos derechos que el resto incluso antes de la llegada de los guerrilleros al poder, pero cuya situación ahora se ha agravado aún más. «Con el anterior gobierno, existía una cuota que limitaba al 10% el máximo de miembros de mi comunidad que podían ostentar un cargo público», relata. Esa opción ahora no es ni planteable. «Sé que los talibanes están buscando a hombres hazara y los están asesinando con la excusa de que colaboraron con el ejército afgano».
«La etnia de los hazara no tiene derecho a vivir en Afganistán según los talibanes. Por eso los buscan para matarlos»
Mujeres y religión
El fundamentalismo religioso se esconde detrás de este tipo de conflictos, especialmente graves en una nación eminentemente multicultural como Afganistán. De este modo, los talibanes, en su mayoría pastunes, practican la fe suníi; los hazara, en cambio, se confiesan chiíes. Esto, unido a su origen mongol, les convierte en las víctimas ideales de cualquier persecución. «Llevan advirtiendo años de que nuestra etnia no tiene derecho, según ellos, a vivir en el país», denuncia Abdullah.
«Hace dos días mataron a diez personas en mi pueblo y hace unos meses, a más de cincuenta niñas en una escuela de Kabul», se lamenta. La situación de la población femenina es especialmente preocupante, a pesar de los esfuerzos que realizan desde las facciones talibanes por envolver con celofán una realidad cruda y áspera como el viento que baja de los glaciares. «Controlan la televisión y los medios, incluso los móviles. A través de ellos lanzan su mensaje y seleccionan los vídeos que quieren que se vean», explica Abdullah. «Recuerdo que anunciaron que las mujeres podían ir a trabajar y, cuando fueron el primer día, les dijeron que regresaran y que no salieran más de casa», asegura.
La existencia de un pequeño bastión de resistencia en el encajonado valle de Panshir, a unos 150 kilómetros de la capital, no parece que vaya a prosperar. Su complicada orografía es su mayor virtud y defecto: lo escarpado del terreno dificulta los ataques enemigos pero también la llegada de suministros de subsistencia. «No le veo futuro, están muy aislados y solo hay un camino posible para la entrada y la salida que los talibanes pueden bloquear», reflexiona Abdullah, quien también se muestra partidario de un pacto entre ambas facciones. «Lo mejor es que no se comience otra guerra donde mueran más inocentes».
Ni siquiera a la hora de hacer frente al enemigo lograron ponerse de acuerdo: miembros del gobierno derrocado acudieron a Panshir, mientras que el presidente decidió huir, dejando al país sin recursos. «Todos sospechamos que antes de irse robó dinero de los bancos, ya que consiguió millones en muy poco tiempo y ahora no hay cajeros abiertos porque no tienen efectivo», se indigna Abdullah.
Aunque la situación sea contraria al optimismo, quizá todas las piezas de etnias, religiones e intereses encajen de golpe y el puzle de Afganistán se cierre definitivamente. Cuando ya no haya colosos de piedra intentando acariciar el cielo con sus cumbres. Cuando ya no haya seísmos que hagan derrumbarse los cimientos. Cuando ya no haya guerra.
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