Un profesor reconoce que abusó de nueve niños, pero no pisará la prisión

Con los ojos de las familias de los pequeños clavados en la nuca, Roberto Peñuelas Santos reconoció ayer ante el tribunal los abusos sexuales a los que sometió a nueve niños en la primavera de 2011. Una escueta confesión que arrancó los insultos, entre dientes, de algunos de los padres de las víctimas, que acudieron con indignación a la vista. Este profesor de Religión se sentó en el banquillo de la Audiencia Provincial para responder por unos tocamientos que se produjeron cuando impartía clases en el colegio San Vicente de Paúl de la pedanía murciana de El Palmar.

Tras llegar a un acuerdo con la Fiscalía y las acusaciones particulares, el procesado, de 41 años, optó por reconocer los hechos y será condenado a un año de cárcel por cada pequeño -se trata de ocho niñas y un niño- a los que sometió a abusos sexuales. A la hora de fijar la pena, el Ministerio Público consideró que se le deben aplicar las atenuantes de reparación del daño, porque ha satisfecho parte de la responsabilidad civil que se le exigía, y de dilaciones indebidas, dado que el procedimiento ha sufrido algunos retrasos.

Aunque la pena globalmente alcanza los nueve años de prisión, tras la reforma del Código Penal, Roberto P. S. no deberá previsiblemente entrar a la cárcel. La norma establece que las condenas que individualmente no superen los dos años, podrán ser suspendidas siempre que el reo no cuente con antecedentes penales -él no los tiene-, que haya satisfecho la responsabilidad civil y que las circunstancias lo aconsejen. Será finalmente el tribunal el que, en fase de ejecución de la condena, deberá tomar esta decisión, pero en principio todas las partes coincidieron ayer, en el acuerdo, en que las penas serán suspendidas y que ninguna se opondrá a que no ingrese en prisión.

Este acuerdo sí obliga al condenado a pagar una indemnización de 2.200 euros a cada niño e incluye la inhabilitación para el trabajo de profesor durante el tiempo de la pena.

La detención en 2011 de este docente -que ha sido defendido por el letrado Evaristo Llanos- provocó un revuelo que transcendió los muros del centro católico. Según asumió el propio docente, se servía de momentos puntuales, en el transcurso de las clases, para realizar a los niños tocamientos en muslos, glúteos y genitales. La práctica habitual era, con el pretexto de corregir los deberes, sentar a los niños en sus rodillas, levantarles la falda o bajarles el pantalón por detrás, introducirles la mano por dentro de la ropa interior y manosearles.