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SOCIEDAD

EL OLOR DE LAS ALMENDRAS AMARGAS

PPLL

Jueves, 31 de julio 2008, 10:49

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados». Así comienza El amor en los tiempos del cólera, la novela de Gabriel García Márquez. Ese aroma de las almendras amargas se refiere al olor del cianuro, un veneno físico, que brinda al personaje del médico una asociación de ideas evocativa, mental. La contraposición entre lo físico y lo mental. La naturaleza de la resaca del amor es mental. Está «en medio de toda la cabeza», como diría Asno Ibérico, uno muy burro e iletrado que cumplió el avasallador servicio militar conmigo.

Es evidente, una perogrullada, pero no me parece gratuito ni baladí dejar de reparar en ello. Un cáncer de páncreas, un sorbo de cianuro, un balazo en el estómago o asfixiarse con un hueso de pollo atravesado en la garganta son realidades físicas que existen por sí mismas, fuera de nuestra mente, y matan. La resaca del amor, como el propio sentimiento amoroso, las patrias, la pasión, las naciones, las fobias, el odio o las ideologías, sólo existen en el territorio del cerebro.

La reflexión personal acerca de esa habitación exclusivamente mental de la dolencia de amor puede ayudar a la captura y exterminio de esa escurridiza alimaña dotada de crueles y afilados dientecillos que nos roen el corazón y el alma. La victoria está en conseguir el triunfo de la voluntad. Si decido que tiene que dejar de doler y creo que poseo la fuerza para conseguirlo, puede que deje de doler o duela menos.

En el mismo orden mental, la naturaleza de la resaca del amor germina en el circular submundo de la obsesión. Según la personalidad y equilibrio psíquico del enfermo, esa obsesión será asumida con resignación y como un mal que aunque dure se sabe que será al fin pasajero o, en el otro extremo, estallará de un modo psicopático que puede desembocar en consecuencias monstruosas debidas a comportamientos excesivos y atroces. Acciones autodestructivas o de agresión hacia el relativo culpable del mal de amor -¿acaso alguien es culpable o inocente del todo de una demolición sentimental?-, e incluso lesivas para terceras personas del todo inocentes. En el peor, más trágico, brutal y lamentable de los casos, en los hijos.

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