El silencio de la tierra
Les Nourrissons, de Stéphane Bernaudeau, es un vino con historia que no necesita efectos especiales
Carlos Nicolás
Restaurante Churra
Jueves, 9 de octubre 2025, 08:47
Delibes era capaz de escribir cien páginas sobre el barbecho y que no bostezaras (mucho). 'El camino' parecía una excursión de colegio y acababa siendo ... una tesis doctoral sobre el alma rural. A mí, en cambio, me dejas en medio de un prado y lo único que escucho es a las vacas. Maldita la gracia, porque me miran fijo, como si supieran que yo no sirvo ni para llevarles el cubo. ¿Qué pensarán? ¿Que huelo a miedo? Seguramente. Y ahí está el problema: uno puede admirar la literatura rural, el modo en que Delibes describe la tierra, el viento y los surcos, pero cuando intentas aplicarlo a la vida real descubres que tu paciencia no llega ni a media página. Y justo en ese punto, aparece alguien que parece leer el libro del campo en versión original, sin traducción, sin subtítulos. Alguien que entiende los silencios que tú no escuchas y, de paso, no sale corriendo al primer mugido amenazante.
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Bodega: Stéphane Bernaudeau
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Variedad: Chenin blanc
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Zona: Loira (Francia).
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Precio: 150 euros.
Stéphane Bernaudeau pertenece a esa tribu rara de humanos que dialogan con la tierra sin que nadie los interne. Vive en el Loira, en Martigné-Briand, rodeado de viñas viejas que parecen columnas romanas: agrietadas, torcidas, pero en pie. Mientras otros montan bodegas que parecen parques temáticos, él se limita a podar, esperar, y rezar para que el clima no le juegue una mala pasada.
Bernaudeau no empezó con épica. No descendió de un helicóptero con gafas de aviador para reclamar su destino vitivinícola. Trabajó para otros, se manchó de barro, aprendió el oficio. Luego reunió unas pocas hectáreas. Como si hubiese decidido que con dos o tres cepas ya tenía bastante para incomodar al resto de la región.
De ahí salió Les Nourrissons. El nombre parece una broma, significa «los lactantes», que tampoco invita a brindar con glamour, pero detrás hay historia: viñas de chenin blanc plantadas en 1910, suelos de esquisto, y una crianza en barricas viejas con el vino durmiendo sobre lías, sin filtros ni artificios.
El resultado, y aquí debería llegar una nota de cata llena de peras y melocotones, que ahorraré por respeto al lector y a la fruta, es un vino que no necesita efectos especiales. No se vende como experiencia inmersiva, ni incluye maridaje con playlist en Spotify. Es simplemente lo que Bernaudeau lleva años diciendo sin decir: que a veces lo pequeño, lo austero, lo lento, es lo que de verdad permanece. Las botellas duran menos en los importadores que los cruasanes de pistacho en la vitrina de Glea. Y, quien las consigue, presume como si hubiera cazado un unicornio en zapatillas. Y por mucho que quiera hacerle caso a Delibes, yo sigo mirando de reojo a las vacas. Ellas, mientras tanto, siguen sin verme con buenos ojos.
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Bodega: Celler del Roure.
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Variedad: Malvasía, macabeo y verdil.
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Zona: Valencia.
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Precio: 10 euros.
Cullerot 2022
Hay vinos que van a su aire, y luego está Cullerot, un blanco hecho sin prisas y con mucha cabeza. Nace en Celler del Roure, en el corazón del Mediterráneo interior, donde las tinajas de barro siguen teniendo la última palabra. No hay artificios ni pretensiones: sólo uvas bien tratadas, silencio en la bodega y el tiempo haciendo lo suyo. Cullerot -'renacuajo' en valenciano-, es un vino fresco, limpio y con ese punto salino que recuerda a la brisa después de la lluvia. Tiene fruta blanca, textura suave y una naturalidad que lo hace fácil, pero nada simple. Es un vino que mira al pasado para avanzar, que rescata lo auténtico sin volverse nostálgico. Cullerot no hace ruido. Pero quien lo prueba, repite.
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