«¡Que se te pasa el arroz!». Es una frase que a casi todos nos han dicho alguna vez, por lo general en tono de ... broma, aunque no siempre resulta tan graciosa. Sí, estamos hablando de arroces, no de paella. La paella es en Valencia. Mi querido amigo Yayo me corrigió esto hace unos años y, desde entonces, me he convertido en una defensora a ultranza del término correcto. Siempre me he considerado una buena cocinera, pero los arroces solían ser mi punto débil. Pero hace años juré que nunca más se me pasaría el arroz. Y créanme, no es tan sencillo como parece. Vivimos en la huerta de Europa, lo que significa que tenemos las mejores verduras para nuestros arroces, además del arroz de Calasparra con Denominación de Origen. Con buenos ingredientes, el éxito está garantizado.
Pero aquí viene el problema: cuando dices que eres buena haciendo arroces y empiezas a enviar fotos de tus creaciones, te conviertes en la chef oficial de todas las reuniones. Esa es la única parte 'mala' de ser una experta arrocera. Ahora, hablemos de las variadas personalidades que se congregan alrededor del fuego cada vez que intento cocinar arroz:
El ayudante estrella: Fiel escudero no lo puede ser cualquiera. Suele ser una persona de confianza dispuesta a hacer todo lo que le digas sin rechistar y tiene la responsabilidad de probar el punto de sal y el grano del arroz. Yo solía tener uno muy bueno que me tenía encantada, pero solo me entendía en la cocina y en la cama. En otros terrenos, no tanto.
El tocapelotas. Este personaje nunca falta. Siempre detrás con una cerveza en la mano mientras tú estás nerviosa. Su misión es dar indicaciones cada cinco minutos sobre cómo él (suelen ser hombres) haría el arroz y cuestiona tu forma de hacerlo. Aquí es cuando saco mi lado sibilino y, con una gran sonrisa, lo miro y, con mucha gracia, lo mando a tomar por culo. Lo hago tan bien que hasta me trae una cerveza, y brindamos.
El calculador de medidas. Suelen ser asesores o economistas. Miden y pesan todo, y te hablan en gramos. Yo cocino a ojo. «Una de arroz, dos de agua, y el resto... a ojo». ¿Quién necesita medidas exactas?
Los nostálgicos. Siempre cuentan historias sobre cómo cocinaba su madre. Esto solo aumenta la tensión. ¿Estaré a la altura? ¿Les gustará? ¿Me he pasado con la sal? ¡Es un estrés que te quita hasta el hambre!
El copiloto. Está al borde de los nervios mientras observa cómo cocinas. Te dan ganas de darle un lexatín, pero sabe que, si abre la boca, podría mutar a tocapelotas. Te mira, se muerde la lengua y se va a por otra cerveza.
A pesar de todo, disfruto del proceso. Alrededor del fuego, siempre hay risas, bromas, cervezas y buen vino mientras cocinamos. Pero lo mejor es sentarse a la mesa. Los miro a todos y, a pesar de sus rarezas, los quiero. Un buen arroz tiene el poder de conciliar, festejar y reunir a las personas, un buen arroz se disfruta. Veo los platos vacíos, algunos repiten, otros elogian el resultado. En ese momento, suspiro y digo: ¡bien! Me relajo... y me tomo un gin-tónic, como la reina madre.
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