A nadie escapa que el comercio mundial, que se intenta globalizar a toda costa, tiene sus ventajas, para unos pocos y sus servidumbres, para unos ... muchos. Los intereses, nunca están ausentes en las transacciones y los acuerdos, en los que se vierten las pretensiones de los dominantes, logran imponer sus condiciones a la inmensa mayoría, que vive el espejismo de la suposición de que las cosas le irán mejor. Es la potencia de la publicidad, que casi siempre es engañosa. La expansión de las relaciones comerciales ha convertido a muchos países en monocultivo, con la desventaja de que muchos otros que lo han propiciado, dejan los brazos caídos y se abandonan a que la producción de otros sea ventajosa frente a la suya.
Si lo pensamos en detalle, caracterizamos a los países por sus producciones genuinas y los calificamos de industriales o agrícolas o de cuasi monopolios de un producto que le representa como referencia. Claro, que las consecuencias de esta conducta, no afloran en condiciones normales, pero si lo hacen con consecuencias cuando las alteraciones aparecen en escena. El conflicto bélico de Ucrania deja su impacto en el sector agroalimentario y tanto el suministro como el precio están ahora en peligro en el espacio europeo y emerge la sugerencia de utilizar el barbecho para los productos proteaginosos. Los conflictos internacionales, sea de guerras como ahora o, simplemente, consecuencia de sanciones a países que suministran algo, se hacen sentir en otros que tienen que producir empleando producciones de los países en conflicto. De la actual conflagración ruso ucrania, surgen presiones en el sector agroalimentario que afectan tanto al suministro como a los precios. La soberanía alimentaria está en candelero y vuelve el fantasma de tener que garantizar la seguridad alimentaria en tiempo de crisis, no solo en Europa, sino en el mundo entero. Los ministros de Agricultura de la Unión Europea han activado los mecanismos para estar vigilantes ante la evolución de los acontecimientos.
No solo hay consecuencias en el sector energético derivados de la guerra entre Rusia y Ucrania. Los Estados Unidos están muy lejos del foco. Europa está en el meollo de la crisis. Rusia es un proveedor de gas de Europa, uno de los mas importantes de petróleo, pero no son éstas las únicas materias primas que provienen de los países en conflicto. Ahí están, también, los fertilizantes, el trigo y el maíz. El precio de los fertilizantes está alcanzando máximos históricos, en gran medida como consecuencia del coste del gas, que es un componente esencial para su fabricación y que su escasez ya ha obligado a reducir e incluso detener la producción de algunas plantas europeas, en tiempo reciente. Ahora subirá estrepitosamente, al ser Rusia un productor de fertilizantes económicos y el segundo a nivel mundial de potasa, esencial en el rendimiento, propiedades organolépticas y resistencia a enfermedades de los cultivos. ¡Como resuenan las producciones de las factorías asentadas otrora en Cartagena, de fertilizantes y después de potasas y derivados, que fueron emporio de producción en la Región! ¡Cuánto celebraríamos hoy su vigencia! Pero es que Rusia es el principal productor de cereales del mundo y Ucrania proporciona mas de un 25% del trigo que adquiere Europa. Si tenemos en cuenta que, zonas como Jarkov y otras, están cerca de las zonas en disputa como Donetsk, está claro que las cosechas están en línea para provocar escasez de cereales.
Sanciones y contrasanciones hay que verlas en un escenario de destrucción, abandono o requisa de cultivos que incidirá negativamente, provocando escasez de comestibles y unos precios desorbitados. Los bolsillos de los consumidores sufrirán el asalto que les recordará que no estamos tan lejos, sino bien cerca de los desatinos. No hay motivo alguno para alegrarse, no solo por el atropello de un país a otro, sino que tampoco hay motivo para la sonrisa derivado de las medidas que presuntamente pudieran incidir en el discurso de los acontecimientos. Estamos en crisis, en especial en Europa, en particular en el Mediterráneo. Ya ocurrió cuando la guerra de Crimea, que disparó los precios del trigo y todavía Rusia no se había encaramado al primer lugar en la exportación de trigo del mundo, que alcanzó en 2017 y mantiene hoy todavía. Esto no ha hecho más que empezar. La seguridad alimentaria está en cuestión.
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