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Las elecciones autonómicas tienen la culpa de que nos olvidemos de las municipales. No deberían celebrarse el mismo día, porque aquellas eclipsan a estas, y es en una ciudad donde vivimos, o en un pueblo o en una pedanía. Más aún: residimos en una calle concreta de este barrio o aquel. Cierto que también pertenecemos a una comunidad autónoma, y no a otra, pero es el ayuntamiento de turno el que nos recoge la basura, nos lleva en autobús, nos prohíbe circular por una calle, convierte otra en peatonal, nos cobra la ORA, nos sacude el sartenazo del IBI y le da la licencia de apertura al bar donde nos tomamos la hueva con almendras. El aura que rodea a las instituciones autonómicas (Consejo de Gobierno y Asamblea Regional) les confiere una mayor apariencia de trascendencia, pero que nadie se engañe: el Pleno municipal condiciona mucho más nuestra vida cotidiana. Es la Administración más a mano y, sin embargo, parece que nos olvidamos de exigirles al mismo nivel que a los candidatos autonómicos. No solo eso. Dejamos que también ellos nos despisten en campaña con grandes compromisos que sabemos igualmente irrealizables, cuando -precisamente porque los tenemos más a mano- deberíamos plantearles las demandas que más nos importan: que el camión de la basura no nos despierte por la noche, que el autobús no tarde una eternidad, que el gorrilla deje de extorsionarnos y que los guardias se lleven al calabozo al listo que se hace el tonto para no recoger la caca de su perro.

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