Volver la vista atrás...
y ver un mundo mucho más amplio
El domingo pasado Daniel Torregrosa, compañero en esta mesa para cinco, aprovechaba el interesante paseo que nos ofreció por la tabla periódica para practicar el ... saludable ejercicio cultural de visibilizar la aportación de las mujeres a la evolución de la humanidad. Evidentemente, hablamos de nuestra contribución más allá del papel como cuidadoras, que por forzoso y carente de prestigio, no voy a ser yo quien lo minusvalore desde estas líneas. Pocas conquistas científicas, tecnológicas o artísticas se habrían logrado sin que las necesidades básicas de sus protagonistas hubieran estado cubiertas por madres, esposas e hijas.
Pero a lo que iba, siguiendo el hilo de Daniel, os propongo volver la vista atrás, no solo para hablar de ellas, las arquitectas que han participado en los grandes capítulos de la historia, sino también de la propia arquitectura, porque buscarlas supone, además, revelar que esta es una profesión compleja que se ha leído de manera simplificada como un relato de iconos construidos y héroes solitarios, pero que en realidad es un actividad coral y llena de momentos tremendamente influyentes en la vida de las personas que, en muchas ocasiones, por haber estado ligados a lo cotidiano o lo doméstico, han permanecido prácticamente invisibles.
Una anécdota que muestra muy bien de qué hablo me ocurrió cuando visité la Unidad de Habitación de Marsella; el imponente edificio de viviendas y servicios complementarios con el que Le Corbusier y su equipo soñaron construir la ciudad moderna tras la Segunda Guerra Mundial. Lo habíamos estudiado exhaustivamente durante la carrera; su estructura de hormigón, sus coloridas fachadas, la configuración en dúplex de las casas, las plantas comerciales, la cubierta con piscina, guardería y sala multiusos. Pero nuestra sorpresa fue mayúscula cuando al acceder a uno de los domicilios descubrimos el extraordinario trabajo desarrollado por Charlotte Perriand en su interior, donde, desde el diseño de la cocina hasta los detalles de las habitaciones están hablando de salud, de convivencia, de visibilizar y facilitar el trabajo doméstico, de fomentar la autonomía de los niños, de espacio para los recuerdos, en definitiva, de bienestar. Una joya de la que no sabíamos nada, porque la noción de Arquitectura en mayúsculas ha estado fundamentalmente ligada a lo exterior, a lo público, a lo productivo, mientras lo interior, lo funcional, lo cotidiano, se ha visto como algo menor.
Es cierto que la revisión de la historia con perspectiva de género nos muestra que, a pesar de la imposición social, siempre ha habido mujeres admirables que, sobreponiéndose a las dificultades, han conseguido desarrollar una actividad brillante fuera del ámbito del hogar. En estos momentos, gracias a trabajos de investigación minuciosos y ayudas como la beca Lilly Reich para la igualdad en la arquitectura, de la fundación Mies Van der Rohe, van saliendo a la luz biografías como la de la propia Lilly, cuya influencia sobre la obra del famoso arquitecto alemán es ya indudable y cuyos diseños, al igual que ocurrió con sus coetáneas, han sido adjudicados habitualmente a los compañeros que orbitaban cerca.
Pero el interés no radica solo en insertar sus nombres en el relato que ya existe. Como afirma la historiadora María Milagros Rivera Garreta, incluir a las mujeres en la historia sin encontrar un nuevo inicio no marca ninguna diferencia sustancial. En este sentido, estudios como el realizado por la arquitecta y profesora Zaida Muxí para el libro 'Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral', nos muestran interesantísimos capítulos de la historia de la arquitectura protagonizados por mujeres en su condición de creadoras, pero también de gestoras, técnicas de la administración, historiadoras, e incluso promotoras que, buscando espacios adecuados a sus necesidades, generaron la oportunidad de evolucionar los conceptos espaciales que se habían manejado hasta entonces. Por ejemplo, ese es el caso de los Beguinajes en los Países Bajos, un sistema urbano independiente, autoabastecido y autogestionado surgido en el s. XII para acoger comunidades de mujeres, las beguinas, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998.
En resumen, que volver la vista atrás no solo sirve para dar un justo reconocimiento a las aportaciones que han quedado ocultas y silenciadas por la cultura patriarcal. Sino que también nos permite abandonar el relato heroico y simplista que necesita de la desaparición de cualquier evidencia de trabajo en equipo y colaboración para ser validado y, además, pone en valor las experiencias y necesidades del mundo de los cuidados, reconociendo así que la arquitectura está bien hecha cuando responde bien a todas las dimensiones de la vida.
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