Puff Daddy, ritmo siniestro
Desde el 12 de mayo se celebra el juicio contra Sean Combs. El mundo entero vio cómo maltrataba a su entonces novia Cassie Ventura, pero ... a Puff Daddy no se le acusa de ser un maltratador y abusador físico y sexual -cosa que es fuera de toda duda- sino de algo mucho más grave: trata de personas con fines de explotación sexual. En definitiva, lo que se conoce como la Ley RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act).
Estos días suben al estrado, personas relacionadas con su vida laboral y personal. Se estima que el juicio durará unas cuatro semanas más. Además, se enfrenta a 120 demandas civiles admitidas de 3.000 presentadas. Algún demandante tiene 9 años.
Sorprende que un tipo como Combs haya llegado tan lejos. Siempre se ha librado de sus fechorías. Hasta ahora.
Su madre Janice le enseñó que hay que devolver el golpe con más fuerza y no permitir humillación sin venganza. Puff ya de niño vestía como un hombre de 30 años, con joyas, sombreros y poses de negro rico. Su padre, Melvin -gánster, timador, pez gordo de las calles de Nueva York- se vendió a un agente infiltrado. Se lo cargaron en un ajuste de cuentas cuando Sean apenas contaba cinco años.
La herencia de Janice les permitió salir de Harlem, vivir en una urbanización pija -Mount Vernon- y que el niño Daddy se formara en colegio de pago. Con 18 ya lucía un reloj Gucci. Su ambiciosa mamá quizá le dio las herramientas equivocadas porque, a pesar de su ostentación, Puff sufría cierto acoso en el colegio. Eso cambió radicalmente. Lo admitieron en una panda de chicos malos, la Same Gang, donde recibió una monumental paliza a modo de bienvenida.
Al ingresar a la Universidad de Howard comenzó a montar fiestas. Su principal ocupación fuera de su carrera discográfica siempre fue esa. Prometer mundos fantásticos con finales inciertos. Hay testimonios de esa época de agresiones a sus novias.
En 1990 entra como becario a Uptown Records. Se cuenta que durmió en la puerta de las oficinas para conseguir el puesto. Aprovecha que se codea con las celebrities y monta un partido de baloncesto entre famosos con fines benéficos. El estadio tenía una capacidad de 2.500 personas y vendieron 10.000 entradas. El resultado: 9 personas fallecidas. Aparecen imágenes de un joven Sean lamentando lo sucedido. Lágrimas de cocodrilo. Se fue de rositas y su rostro saltó al 'mainstream'. Su jefe le encumbra a lo más alto. Tres años después André Farrell lo despide. Pero aquí no ha pasado nada porque el rey de la música negra, el blanco Clave Davis, le apadrina para que Combs cree su propio sello discográfico Badboys. Pone a su disposición toda la maquinaria de Arista Records.
Un cartel presidía la sede de la disquera: «Dormir es de perdedores». Cuenta la asistente de prensa de Davis que Sean la llamaba de dos a cuatro de la mañana. Su control sobre la imagen de los artistas era férreo.
En Badboys comenzaron los grandes éxitos y abusos.
Sean vendía con sus poses y vestimenta la etiqueta Black Excellence. Sin embargo, la trastienda era siniestra. En el 97 amenazó a la directora de la revista musical 'Vibe'. Él quería ver las portadas de un reportaje, si no «acabarás muerta en un maletero». Su último asistente, el que recogía todas sus mierdas, es incapaz de relatar su experiencia sin mostrar el terror y asco vividos. En su lista de la compra: xanax, adderall, cialis, setas, aceites para bebés. Al criado le tocaba limpiar los excrementos del día después.
Hay cientos de demandas civiles de violaciones, agresiones, amenazas y hasta muertes sospechosas como las de algunos de sus enemigos o la madre de sus hijos, Kimberly. Sucesos que quizá se convirtieron en habituales en la industria del entretenimiento, como los favores sexuales a cambio de un puesto que se sospechan entre el triunvirato Davis, Farrell, Combs.
En marzo de 2004 el FBI irrumpió en las lujosas residencias de Diddy de L.A y Miami. Se habla de pasadizos secretos, de perversiones inimaginables, de sumisión química, menores y espanto. Cassie destapó la caja de los truenos. Atentos a lo que aún nos queda por conocer.
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