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Plácido Domingo y María José Siri, en Verona.

Ópera en la arena de Verona

CRÍTICA DE MÚSICA CLÁSICA ·

Desde el arte máximo de Plácido Domingo a la brillantez inusitada de Roberto Alagna

JOAQUÍN GÓMEZ GÓMEZ

Jueves, 5 de agosto 2021, 09:07

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Probablemente, la Fundación de la Arena de Verona (Italia) organiza el Festival de Ópera de verano más famoso del mundo entero. La belleza de su histórico recinto, buena acústica y una capacidad para casi 20.000 personas, que pueden disfrutar de las bellísimas representaciones. Actualmente siguen manteniendo su espíritu clásico, con la introducción de las modernas tecnologías audiovisuales, acordes con el drama y su tiempo, sin modernismos fuera de lugar.

Este año, hemos disfrutado de un concierto de Plácido Domingo, el artista más grande de toda la historia del canto lírico. Tiene 80 años, que parecen como 80 soles de gran arte lírico verdadero. Su presencia escénica es sencillamente única, ya que él solo la llena, constituyendo el verdadero espectáculo. Su intensidad vocal no puede ser la de antaño pero, todavía, nos engalana con su timbre tenoril, destapando en diversos momentos, el tarro de las esencias líricas que nos emocionan y nos dan vida.

Estuvo acompañado por la soprano María José Siri, de técnica apropiada y forma correcta, con facilidad de voz para los agudos, aunque algo estentóreos y con expresión algo plana. Domingo, con una sensibilidad de gran aura y expresividad a flor de piel, no necesita de agudos. Con un gusto exquisito, canto canciones como Granada, romanzas, como 'No puede ser' de 'La tabernera del puerto', adaptándolas a su tesitura actual de barítono, despertando el júbilo entre el respetable que llenaba todo el famoso anfiteatro romano. La dirección estuvo a cargo de un brillante F Ivam Campa, muy querido en la Ópera de Bilbao al participar en algunas obras del ciclo 'Tutto Verdi'. Destacó especialmente en el Intermedio del Baile de Luis Alonso, expuesto de forma majestuosa y con un brío marcial. El concierto estuvo integrado por tres partes, bien definidas y muy engarzadas: ópera, opereta y zarzuela. Fue un concierto de singular belleza destacando la proverbial andadura de un artista genial e insigne en su género, Plácido Domingo. Bravo Maestro.

El sábado 31 de julio, día de San Ignacio de Loyola, 'ilgranditenore' Roberto Alagna, puso en pie al público de la Arena. Cantaba 'Cavalleria' (Pagliacci). Su canto fue modélico y su interpretación fue estremecedora en ambas.

En 'Cavalleria', su serenata inicial (Siciliana), destiló aromas de pasión, como el Etna en sus erupciones a los pies de Catania, con unos acentos casi mágicos en todas las vocales incluida la U, que, según Kraus era la más difícil de impostar en los resonadores faciales. Su dúo con Santuzza, interpretada con gran énfasis y despliegue de medios vocales espléndidos, por su querida esposa Alexandra Kurzak, tuvo un desbordamiento controlado.

El momento estelar fue su brindis ('Viva il vino spumeggiante'). Se subió a la mesa de la celebración del Domingo de Pascua y desde lo alto, su voz irrumpió con fuerza llegando a todos los rincones del amplio coliseo. El brillo en las vocales i y e alcanzó estirpe coreliana, fraseando con legato incorporado, recordando a Bergonzi. Fue tan emocionante y desbordó una gran fantasía, como si se tratara de un acto de amor, tanto que hasta mi corazón se aceleró in crescendo, teniendo que tomar Sumial de 40 mg en prevención de taquiarritmias, que tengo con alguna frecuencia. Después su final, el célebre 'Addio a la Mamma', tuvo la brillantez requerida y además cinceló cada frase, con una expresión vocal propia de un hijo que se despide de su madre, porque sabe que va a morir. Una 'Cavalleria' colosal.

De 'I Pagliacci', qué contar. Su 'ventrite ore' fue antológico colocando un 'si natural' sobre la vocal 'e', nítido, claro, lleno, prolongado, mostrando en su arco vocal un registro homogéneo, uniforme y armonioso, estilo Pertile, ya que su profesor de canto, era el maestro repertorista del eximio tenor Aureliano Pertile, muy admirado por Kraus por su gran técnica de canto. Su 'Vesti la giubba', comenzó con gran lirismo, piano para crecer en intensidad, incendiando el graderío.

Tal fue el entusiasmo despertado, que chillaban «bis, bis». Alagna, humildemente y con su modestia personal, no concedió, siguiendo la escena. Nedda, fue maravillosamente bien interpretada por Kurzak y su canto ofreció una auténtica lección magistral a su particella, recordando en algunos tenidos a la insigne Monserrat Caballé. Finalmente Roberto, en su 'No! Pagliaccio non son', volcó toda su portentosa técnica y su pasión de hombre libre, con una fuerza arrolladora. La fuerza de su humanidad. Dirigió y concertó el maestro Marco Armilliato con una batuta ágil, siguiendo bien a las voces y logrando una interpretación bellísima, con sabor karajiano, de su famoso intermezzo.

Dos grandes maestros para la historia del canto lírico, Plácido y Roberto, dos hombres, dos artistas para la eternidad.

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