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Natalia Lafourcade enamora en el regreso de La Mar de Músicas
La artista mexicana firma un precioso homenaje a la canción en una primera jornada repleta de estímulos y contrastes
Comienza con una ovación. Redonda, rotunda, implacable. Comienza con una ovación que queda sostenida sobre las aguas, que se fija en el firmamento, que se ... alza sin perder de vista la mirada de asombro, la piel en flor, la plenitud de la experiencia. Comienza con una ovación que se mantiene en pie. Que corta el aire, que lo renombra, que lo acaricia, que lo abraza. Comienza con una ovación que rima, por dentro y por fuera, con la canción. Con ese esqueleto tintineante de melodía, instrumento y palabra. Con esa fuerza de la naturaleza, ese huracán desatado que se deja capturar entre los dedos, ese animal salvaje que muestra el colmillo afilado antes de lanzarse a la yugular y termina formando parte del propio espejo. Comienza con una ovación, pero antes estuvo el silencio. Y las expectativas. Y las ganas. Y la impaciencia. Y el por fin del principio. Antes, mucho antes, estuvo el anuncio, el festejo, la sorpresa, el guiño seductor de los descubrimientos que esperan su turno sin hacer ruido, el nervio que descargan las propuestas que se conocen. Antes, mucho antes, llegaron la revelación, Corea del Sur como país invitado, y los recordatorios: Cartagena y sus escenarios, los cuales podríamos recitar sin miedo a la equivocación: plaza del Ayuntamiento, patio y plaza del Antiguo CIM, Auditorio Paco Martín y Castillo Árabe; horarios; y los treinta años, cifra que llena la boca, hincha el pecho de orgullo y deja a la luz del sol las arrugas más hermosas que se pueden imaginar. Las que decoran, como linternas en la cueva de la incertidumbre, la trigésima edición de La Mar de Músicas. Ya está aquí.
Calificación
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Leenalchi, Plaza del Ayuntamiento Muy bueno
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Salif Keïta, Patio del antiguo CIM Muy bueno
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Natalia Lafourcade, Auditorio Paco Martín del Parque Torres Notable
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Queralt Lahoz Correcto
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Jambinai, Castillo Árabe Bueno
Impacto Leenalchi
Comienza con una ovación. Pero arranca con un impacto. Como buen anfitrión, otra de sus numerosas virtudes, el festival otorgó las tijeras para cortar la cinta de la inauguración a una propuesta coreana, Leenalchi, conjunto que abrió el viernes en la citada plaza del Ayuntamiento generando asombro, desconcierto y todo lo que convive entre el pequeño gran espacio que divide ambos conceptos. En una mano, la tradición representada por el pansori, género que combina canto narrativo y esencia teatral, y en la otra, agarrados con firmeza y modulados con destreza, palpitaciones de pop, funk y electrónica. Como sucede con lo desconocido, en la puerta de acceso aguardan dudas, temores, inquietud, atracción y excitación, lo cual dificulta en muchas ocasiones entrar en materia, pero, con Leenalchi, lo que en un momento inicial podría haber chirriado, como unas interpretaciones vocales que viven permanentemente en el filo del exceso, acabó resultando fascinante. Como desentrañar el código que abre un cofre donde habita una cultura al completo. Suena 'click'. La banda conecta y el público corea. Y la confusión muta en divertidísimo, casi apasionante gozo colectivo. Un primer concierto que cumplió a lo grande con su principal objetivo: presentar y asentar las convicciones y esencias más arriesgadas de esta edición.
Maestro Salif
Comienza con una ovación. Pero antes siguió un reencuentro. Salif Keïta es La Mar de Músicas. Es uno de esos artistas que corren por las venas de una cita cultural que alcanzó hace tiempo su condición de imprescindible gracias a presencias como la del ilustre músico africano. Una leyenda que, en su regreso al festival, el cual le otorgó su premio especial hace seis años, apostó por mantener el espíritu acústico que transmite su último disco: 'So Kono'. Guitarra, voz y tres músicos excepcionales: Guimba Kouyate, Tiere Daou y un Makan Tounkara inmenso con el n'goni. La complicidad por bandera. La desnudez de la veteranía. La certeza de que menos, si se juega con artefactos de semejante nivel de belleza, es más. Sus figuras llenaron el escenario situado en el patio del antiguo CIM de historias y raíces, de canciones poderosas en su austeridad, cristalinas en su enfoque, mansas, cadenciosas, delicadas en su fortaleza y viceversa. La cantidad de poesía que cabe en piezas como 'Tomorrow', 'Chérie' o 'Laban'. El eterno resplandor de la garganta de oro de África deslumbrando una vez más en Cartagena.
Irregularidad y estruendo
Comienza con una ovación, pero fue compartida en la noche con una ligera decepción protagonizada por Queralt Lahoz, y un estruendo llamado Jambinai. En primer lugar, la cantante y compositora catalana volvía al festival con un nuevo álbum bajo el brazo ('9:30') y la evolución afilada entre los dientes. Tras 'Pureza', debut al que siguió 'Alto cielo', segundo EP, la catalana marcó un nuevo paso en el que caben desde R&B hasta flamenco, pasando por reggaeton, hip hop, trap o son cubano. Por desgracia, el aumento de estilos afecta demasiado a un espectáculo tremendamente irregular que pasa de puntos tan altos como 'Me dolía igual' o 'De la cueva de los olivos', las mejores del lote, a composiciones e interpretaciones bastante pobres ('Favorosa', 'Santa Rosa'). Si a todo esto le sumamos una puesta en escena más esforzada que convincente, lo que queda es un resultado bastante descafeinado del que solamente destacó, con mucha fuerza, eso sí, el carisma y la entrega de la artista catalana. La hemos visto crecer en el festival, pero, quizá por eso, la sensación de que algo de chispa y naturalidad se ha perdido por el camino pesa más.
Había quedado pendiente un estruendo. Llegó con la madrugada asentada y en un Castillo Árabe que tuvo que agarrarse a su propio eje para no acabar demolido por los coreanos Jambinai, grupo que fue rugido y furia y torbellino. La gracia (y la explosión) está en impulsar la convivencia entre instrumentos relacionados con su folclore y el puño de acero del rock y el metal. Si leído suena atrevido, imaginad cuando revienta en tu misma frente. Tirando de memoria, no recuerdo un concierto en La Mar de Músicas con semejante despliegue de guitarras aplastantes, oscuridad asfixiante y aullidos demoledores. Hubiese venido bien algún respiro entre tanto trueno para que la experiencia no hubiese terminado resultando algo excesiva, pero el shock sigue en el cuerpo. Y eso siempre es positivo.
De la mano de Natalia
Comienza con una ovación. Y se produce, por supuesto, en el Auditorio Paco Martín, templo en el que, julio tras julio, uno asiste a milagros de emoción desgarradora y fiestas que le gritan a la luna un buen «aquí estoy yo». Estamos en el primero de los paisajes y nos lleva de la mano Natalia Lafourcade. ¿Hacia dónde? Hasta el mismo centro de la canción. Al corazón sin corteza de una guitarra, única compañera sobre las tablas de la artista mexicana. Sola ante el peligro hasta que las primeras notas de 'Cancionera', tema que da título a su más reciente trabajo, emergen bajo la luz de un cielo quieto y callado y el suspiro colectivo activa un acompañamiento que no desaparecerá a lo largo de una actuación conmovedora desde un primer tramo donde destacaron unas 'Como quisiera quererte' y 'Mi tierra veracruzana' untadas en tequila y cantina hasta ese desenlace mágico donde se dieron cita el swing de 'Nunca es suficiente', una versión despampanante de 'Cucurrucucú paloma' y 'Hasta la raíz' ejerciendo de conclusión dorada.
Y fue tras la conclusión de ese último tema, preciso como un adiós a tiempo, cuando comenzó. Cuando la ovación de un público en pie transmitió la inconfundible sensación de estar, de volver a estar, en este terreno único e inconfundible donde este festival único e inconfundible te arropa y mece de una manera única e inconfundible. Donde, tan al fondo, tan cerca, sigue sonando una voz que dice: «Cancionera, devuélveme aquella primavera, aquellas nuestras noches de noble juventud. Cántame la luna. Canta nuestro mar».
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