Mi lugar en el mundo

Domingo, 2 de enero 2022, 07:55

Esta vez me toca escribir en las últimas horas del año y, a pesar de que la vorágine laboral me ha absorbido hasta límites que ... siempre me juro a mí misma que no volveré a cruzar, no puedo dejar de sentirme contagiada por esta sensación que transita entre la nostalgia y la ilusión. Una especie de estado mental que te lleva recopilar quién eres y qué te gustaría que cambiarse para pedírselo a las uvas. Será por eso o por el bienestar que me provoca estar sentada frente a una ventana por la que entra un sol radiante que antes ha atravesado las ramas de un potente árbol, el caso es que hoy la página en blanco me interpela con la voz de Federico Lupi susurrando «cuando uno encuentra su lugar, ya no puede irse», y me digo: pues no es mal comienzo.

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Está claro que la película de Aristarain habla de lugar no solo como ubicación geográfica, sino como ese concepto complejo que conecta el espacio que habitamos con la vida que llevamos y las relaciones que establecemos en él. En mi caso el lugar que habito y del que siento que ya no quiero irme, es un enclave con el que he establecido una relación emocional de pertenencia construida gracias al equilibrio de tiempos y espacios que este sitio me ofrece.

Autores como los integrantes del Team Ten en los años cincuenta o más tarde el filósofo francés Henri Lefebvre expusieron con claridad su crítica a la fragmentación y simplificación de la vida cotidiana en trabajo, transporte, vida privada y ocio, refiriéndose a la necesaria observación de la vida cotidiana en toda su extensión y a la importancia de la relación emocional con el contexto en el que habitamos.

Tras larga y a veces fogosas discusiones, los primeros apelaron en el Congreso Internacional de Arquitectura de 1953 a la construcción de entornos en los que puedan quedar satisfechos total y armoniosamente la realización espiritual, intelectual y física de sus habitantes y afirmaron algo con lo que yo misma me siento identificada, que la sensación de apego y pertenencia a un lugar es una necesidad emocional básica y que de ella proviene el enriquecedor sentido de la vecindad.

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Llegados a este punto entraríamos en el amplio y complejo universo de la subjetividad pues determinar en estos términos la calidad de vida que ofrece un entorno significa examinar las experiencias subjetivas de los individuos que habitan en él y sus expectativas, pero hoy estoy hablando de una fórmula urbana precisa, la que a mí me vale, el barrio. Ese contexto que cuando funciona bien alimenta la identificación de sus habitantes con lo común, con la participación social, con la seguridad personal, con la interrelación entre vecinos, incluso con el reconocimiento de otros seres vivos y la construcción de memorias colectivas.

En mi caso se trata de uno muy concreto construido de forma ambiciosa y precisa durante los años 40 y 50 del siglo pasado. Hablo, como ya saben todos los que me conocen, de Vistabella.

Aquí el arquitecto murciano Daniel Carbonell quiso construir la escenografía adecuada para una comunidad idílica y ultraconservadora que nacía en la intimidad del hogar y se concretaba en una sociedad radiante, vigilada por Dios y por los propios vecinos. En este entramado urbano, desaparecida la presión política que promovía un determinado uso del espacio, ha permanecido el humanismo subyacente y hoy, en él, se desarrolla una vida social activa y enriquecida de heterogeneidades e imprevistos que nos obligan a una continua mediación y reconocimiento del otro.

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Personas mayores

Además, su configuración permite una vida cotidiana que ampara la autosuficiencia de las personas mayores, la emancipación temprana de los niños que pueden empezar a construir su yo independiente desde bien pequeños, la socialización y la superposición de todas las esferas de nuestra existencia en un contexto cargado de fuerza expresiva, variaciones dentro de la identidad estética y, sobre todo, una vegetación exuberante.

Como les decía al principio, este barrio se ha convertido en mi lugar en el mundo a base de ofrecerme tiempo para ser muchas cosas a la vez, madre, vecina, amiga, arquitecta, profesora , y de mucha belleza, así que hay veces que me veo a mí misma en la última escena de la película 'Faubourg 36', cuando el protagonista rechaza la propuesta de sus vecinos de acompañarlo a ver el mar por primera vez en su vida diciendo... «mares hay muchos, barrios, solo uno».

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Feliz año y que el 2022 venga cargado de lugares en los que sentirnos bien.

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