Pedro Alberto Cruz: «Uno nunca se cansa de vivir. ¡Sería un vampiro!»
Este jueves presenta en el Hemiciclo de Letras el libro con el que ganó en 2018 el Premio de Poesía Dionisia García-UMU
La publicación de 'Incluso los muertos' ha tardado en ver la luz. En 2018 fue reconocido con el XVI Premio de Poesía Dionisia García-Universidad ... de Murcia. El mismo día de la declaración del estado de alarma, el 14 de marzo, acabó de imprimirse, pero la pandemia trastocó todos los planes. Este jueves, a las 19.30 horas, en el Hemiciclo de la Facultad de Letras, el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga presentará este volumen de 14 poemas largos editado por el Aula de Poesía de la UMU, el séptimo poemario de Pedro Alberto Cruz, profesor de Historia del Arte en la UMU, escritor y articulista de la edición dominical de LA VERDAD. No es un libro alegre, advierte al comienzo el exconsejero de Cultura, «pero sí mi poemario más intenso».
–A qué se debe esa intensidad...
–Es un poemario que surge de una semana en el tanatorio. Primero fallece mi tía [a primeros de 2017], que no era cualquier tía, 57 años, soltera, siempre con mis padres, murió de cáncer y yo no había visto a nadie en sus últimos días. Esa manera de descomponerse fue un 'shock' para mí. Salimos del tanatorio y a los tres días, el día en que yo me sacaba mi titularidad en la universidad, estando yo dentro en la oposición, fallece la abuela de Mavi, mi pareja. Fue una semana en la que se me metió dentro tanto dolor que necesitaba sacarlo de alguna manera. Escribí de manera descarnada este poemario y fue un giro en mi poesía, porque me pegó más a la realidad, perdí el decoro. Hablé de las cosas de una manera frontal y puse sobre papel todos mis sentimientos sobre estos procesos absolutamente demenciales que se generan en torno a la muerte y a los tanatorios.
TANATORIOS«No sé qué hacer ni qué decir. En esos espacios no sé cómo mostrar mi sinceridad»
–Usted venía escribiendo poemas cortos y abstractos. Aquí, sin embargo, tuerce sus propios pasos presentando poemas más largos.
–Por primera vez me decanté por la poesía más narrativa. Son pocos poemas, pero largos, sí. Es curioso que se presente este año 2020 en el que tanta gente se ha familiarizado con la muerte o le ha cogido pánico. La muerte es algo tan absolutamente antagónico en la cultura occidental que eso nos genera terror. Y eso nos lleva a la historia. Yo soy un cobarde con el hecho de la muerte. Hay gente que lo tiene más asimilado, pero yo vivo cada segundo de mi vida en torno a ese temor tanto para mí como para los que me rodean. Este libro está escrito desde la incredulidad, lo pone en duda todo. Vives, pero desapareces sin dejar rastro. Quizás sea un libro oportuno, no como evasión, pero sí como una toma de conciencia.
–¿No es muy dado entonces al necroturismo? ¿O al cine de terror?
–Una de las veces que estuve en París visité el cementerio de Montparnasse, porque yo nunca he visitado un cementerio por interés turístico o por ver la tumba de algún mito. Vi la tumba de Sartre o de Baudelaire, pero salí enfermo de esa experiencia. Suelo eludir los tanatorios lo máximo posible, quedo mal a veces con la gente. No es que no tenga afecto o no me importe, es que literalmente me pongo enfermo. No sé qué hacer ni qué decir, no encuentras palabras para eso y cuando se encuentran todo es artificial. En esos espacios no sé ser sincero, o cómo mostrar mi sinceridad.
LO QUE NO HARÍA «Sería incapaz de cometer suicidio, está en mis antípodas. Es grande mi capacidad de resiliencia»
–¿Es de lágrima fácil?
–Sí, hay veces que en el funeral de un familiar de un amigo o de alguien conocido, al que incluso tú no has conocido, se me escapan lágrimas. Me digo a mí mismo por qué, me siento como invadiendo un dolor que no es el mío, pero suelo reaccionar así. Hoy hay unas enormes normas de decoro según las cuales hay que reprimir el llanto porque si no pareces débil. Esos convencionalismos del pésame o del «lo siento mucho», esos pequeños oasis como ir a tomarte un café horrible a la cafetería que encima te sienta fatal, ese olor a desinfectante de los pasillos... todo eso está en mi libro... En las misas el cura repite frases hechas cuando tú lo que quieres es que alguien empatice con tu dolor.
–¿Qué pasa después?
–Muchas veces piensas incluso en que el mundo se detenga, que no se produzcan cosas novedosas interesantes que esa persona no va a poder vivir, como si todo lo interesante ya hubiera sucedido. Las primeras semanas lo que queda cuando alguien fallece es que aquellas puertas que siempre se abrían parece que por el rabillo del ojo, por ese punto muerto que queda en la mirada, volvieran a aparecer esas personas. Pero cuando la mirada ya se acostumbra al vacío y a la ausencia no queda nada. Lo de la memoria está muy bien, pero de los cuerpos no queda nada. El asfalto y las calles que pisaron siguen ahí, y no te refleja lo que una vez fue una presencia y ahora es una ausencia. Eso a mí me vuelve loco, y nunca trataré de racionalizarlo.
–¿Piensa en su propia muerte?
–Claro que pienso, pero uno nunca se cansa de vivir. Aunque diariamente hay cosas que puedan provocar tristeza y ansiedad y depresión, uno nunca se cansa. Esa sensación es infinita. ¡Sería un vampiro! Nunca tendría un problema en ser eterno si me dijeran te mordemos en el cuello y ya no mueres, yo aceptaría. Pero no conocemos aún a ningún Drácula...
–¿Halla explicación a ese temor?
–Recuerdo un Viernes Santo y mi abuela me contaba alguna vez que alguna vez vendría el Apocalipsis y el fin del mundo. Lo viví con una angustia tremenda. La conciencia de muerte se me agudizó ahí.
–¿Llega a comprender el suicidio?
–En el suicidio el individuo se coloca en situación extrema, y desde fuera parece un acto de egoísmo. Yo sería incapaz de cometer suicidio, eso está en mis antípodas. Mi capacidad de resiliencia es bastante grande, y mira que el mundo del arte está lleno de suicidios míticos. La creación siempre es consecuencia de trabajar en vertederos o lugares llenos de escombros. De ahí unos sacan notas de esperanza y otros confirmación de su estado.
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