Irene Vallejo: «Murcia es una tierra con voces literarias que me impresionan»
La autora del aclamado ensayo 'El infinito en un junco', que ahora cuenta con una adaptación gráfica, hablará este martes en la Biblioteca Regional para celebrar el XX aniversario de su Comicteca, de 'La tribu del junco'
Irene Vallejo es un oasis. En ella se descansa, con su libro 'El infinito en un junco' se es feliz. Sigue viviendo un sueño, ... arropada por lectores de sitios muy lejanos. Filóloga clásica y escritora, nacida en Zaragoza en 1979, su ensayo sobre la historia del libro y las bibliotecas, editado en 2019 por Siruela, protagonizó un aclamado fenómeno editorial a nivel internacional. Ahora, adaptado a novela gráfica, con ilustraciones del artista Tyto Alba y un trabajo ejemplar de reescritura, 'El infinito en un junco' está llegando a otros públicos. Este martes, 28 de mayo, Vallejo saldará una deuda que tenía pendiente con Murcia, y por fin participará en el XX aniversario de la Comicteca de la Biblioteca Regional, en cuya sede, a las 19.30 horas, mantendrá un diálogo con Luis Alegre en torno a 'La tribu del junco'.
–¿Cómo se enfrentó a la escritura de 'El infinito en un junco'?
–Escribí 'El infinito en un junco' durante una de las etapas más difíciles de mi vida, cuando había nacido nuestro hijo con problemas de salud y estaba ingresado en el hospital. Llevaba una vida muy monótona, entre mi casa y el hospital, sin más horizonte y angustiada y preocupada por el niño. De hecho, yo no recuerdo la escritura de este libro como un trabajo, en absoluto; ni como un esfuerzo, todo lo contrario.
–¿Sí la recuerda como un bálsamo?
–Como un recreo, como el único tiempo del día en el que yo olvidaba la preocupación, y la ansiedad, y sentía que realmente podía dedicarme a algo que pertenecía a la antigua vida, a la vida que llevaba antes del hospital y antes de la enfermedad del niño.
–¿No se rebeló contra lo que estaba ocurriendo?
–Escribir fue lo más parecido a una rebelión, y también fue como una compensación; ya que no tenía la oportunidad de viajar, escribir este libro era mi viaje. Y como en ese momento había perdido el control sobre los acontecimientos, escribirlo suponía un reencuentro con algo que podía construir y que estaba en mis manos hacerlo. Me sirvió de refugio y de ejercicio gozoso. La lectura también es siempre importante, pero la escritura tiene esa capacidad, también, de reconciliarte, de alguna manera, con lo que estás viviendo, y te sirve de desahogo al tiempo que te permite una auto exploración. No me atrevo a utilizar la palabra sanadora, así en general, pero creo que la labor artística y creativa tiene también esa dimensión. Para mí, realmente, en ese momento fue un apoyo muy importante y resultaba, de verdad, una especie de bocanada de aire fresco, un pulmón.
«Escribí 'El infinito en un junco' durante una de las etapas más difíciles de mi vida, cuando había nacido nuestro hijo con problemas de salud y estaba ingresado en el hospital»
–¿Le ayudó a controlar el sentimiento de impotencia?
–En el hospital sólo me limitaba a esperar acontecimientos, y no tenía ninguna capacidad para transformarlos de alguna manera. Pero, luego, toda esa impotencia se transformaba en creación y eso resultaba una especie de consuelo, algo liberador.
–¿De dónde surge su pasión por los libros?
–Ni siquiera lo recuerdo, porque esa pasión que siento por ellos me ha acompañado toda la vida. Empezó siendo yo muy pequeña. Ni siquiera sabía leer cuando mi madre me contaba cuentos y yo la escuchaba fascinada, según recuerda ella. Me gusta mucho escuchar a las personas hablar, porque creo que a través de sus palabras se dan a conocer de muchas formas insospechadas. Yo tenía una gran afición por escuchar hablar a las personas mayores, y preguntaba por el origen o el sentido de las expresiones hechas. Era muy sensible al lenguaje y a la forma en la que cada persona seleccionaba las palabras con las que contaba su experiencia. No sé si tenía una sensibilidad de la que no era consciente, pero que empezó a desarrollarse muy pronto. Y, claramente, a mí me llevaba hacia el lenguaje y la palabra, hacia todo lo que tenía que ver con los relatos desde muy pronto.
–¿Qué cree que contribuyó a que se desarrollase esa sensibilidad de la que habla?
–Siendo hija única, todos mis juegos consistían en juegos narrativos; era una forma de contarme yo a mí misma mis propias historias y, de alguna manera, continuar con aquello que me daban con los cuentos o con los libros. Creo que es también una forma de analizar la realidad: buscar siempre la palabra exacta con la que describir lo que siento o lo que veo.
–¿Y la escritura?
–Siendo pequeña empecé a escribir cuentos y yo misma fabricaba mis libros de papel, pequeños cuadernos a los que ilustraba y decoraba y les hacía sus cubiertas. Pero antes de aprender a escribir, mis juegos consistían esencialmente en fabular.
«Tengo muchas ganas de ir a la tierra de un escritor que admiro mucho, Miguel Espinosa, cuya obra leí por recomendación de Luis Landero, algo que siempre le agradeceré»
–¿Qué libro procura usted tener siempre lo más cerca posible?
–Eso va cambiando con las distintas épocas de la vida y, al final, creo que tenemos dentro una especie de pequeña biblioteca íntima de libros recordados o de emociones asociadas a textos, a poemas, que probablemente tengan también una parte inventada; aunque nunca más volviéramos a leer esos libros, ya permanecerían allí con nosotros. Pero sí, el libro decisivo para mí es 'La Odisea'.
Fascinación
¿Por qué?
–'La Odisea' es la historia que mi padre me contó en voz alta siendo una niña; tendría tres años cuando él empezó a contarme con sus propias palabras el cuento de 'La Odisea', el cuento de Odiseo, y me conmovió y me fascinó de una manera que superaba mucho a lo sentido con las historias anteriores que había escuchado con placer. 'La Odisea' me sacudió por dentro, me pareció algo absolutamente deslumbrante y se convirtió en mi cuento favorito. Y entonces mis padres, que se dieron cuenta, empezaron a regalarme cuentos infantiles basados en mitos griegos. Yo creo que en ese tiempo [sonríe] me convertí en una filóloga clásica sin saberlo, y sin sospechar mis padres lo que habían desencadenado [ríe].
–Escribió esta maravilla sin imaginarse en absoluto lo que sucedería tras su publicación.
–En absoluto, sí [ríe]. Durante toda mi vida yo había sentido que esa afición por la Antigüedad, por las mitologías, por los relatos tradicionales, era una especie de excentricidad mía que no compartía con mis compañeros, y, de igual manera, pensaba que era una rareza escribir 'El infinito en un junco', como lo había sido escribir otros libros anteriores en los que compartía esa mirada sobre el mundo antiguo, siempre creyendo que era algo muy minoritario y excéntrico por mi parte. Nunca creí que habría una comunidad de lectores que se interesaría y que se acercaría a esa pasión mía, y que probablemente, con 'El infinito en un junco', por primera vez sentirían que de verdad pertenecían a una gran comunidad, a esa comunidad de mis lectores. Por eso, mientras escribía era imposible suponer algo como lo que ocurrió después. Además, me había pasado la vida escuchando que estudiar Filología Clásica y, en general una carrera de letras, era una insensatez. El discurso dominante en ese momento, y creo que lo está siendo todavía, era más bien sostener que los clásicos, las humanidades, las letras, son una especie de anacronismo y que cada vez son menos importantes en el mundo en el que vivimos. Por supuesto, yo nunca he estado de acuerdo con esa idea tan generalizada.
–Y se lanzó a combatirla...
–Escribí 'El infinito en un junco' pensado que elegía todas las causas perdidas [sonríe].
–¿Qué recuerdos guarda de los muchos comentarios que le han hecho los lectores en diversos países del mundo?
–He escuchado tantas cosas preciosas... Lo apasionante, y también lo más intenso de las filas de firmas, es que cada persona, además de un libro, trae una historia; una historia personal sobre cómo llegó el libro a sus manos, a través de quién, en qué circunstancias, y sobre lo que sintieron o aprendieron con su lectura y compartiéndola con otros. Algunas de las historias que he escuchado son realmente conmovedoras, como una que escuché en mi último viaje a Colombia. Me mostraron un libro en el que, en una esquina de una de sus páginas, había escrita una declaración de amor. La escribió la novia del dueño del libro, atreviéndose a hacerlo allí en lugar de personalmente y de viva voz. Confió su declaración de amor a un libro que a él tanto le gustaba. Otra vez, en México, una pareja de chicos muy jóvenes me decía que cuando empezaron a conocerse decidieron leer el libro al mismo tiempo, cada uno por su lado, para así, en esos momentos de timidez en los que no sabes muy bien que decir y se temen los silencios incómodos, que hablar de mi libro les ayudara a superarlo. Contaban que, de alguna manera, sentían que se habían enamorado hablando sobre 'El infinito en un junco'. También hay muchas historias relacionadas con muchos duelos que ha producido la pandemia: personas que lo han leído porque fue importante para otras que habían muerto y sentían que leyéndolo estaban de alguna manera en contacto con esos seres amados que ya no estaban... Cuando hablas de lectura y de libros, no estás hablando sólo de actividades o de objetos asépticos, sino de historias individuales y de una profunda intimidad en torno a esas palabras. Es curioso como absolutos desconocidos, como somos escritores y lectores cuando nos encontramos en las firmas de libros en los festivales literarios, en apenas unas segundos estamos hablando como viejos conocidos.
–Precisamente, usted viene a Murcia porque tiene pendiente esta visita desde que se vio obligada a cancelar una intervención anterior.
–Tengo muchas ganas de ir a Murcia, de donde es un escritor que admiro mucho, [el caravaqueño] Miguel Espinosa, cuya obra leí por recomendación de Luis Landero, algo que siempre le agradeceré. En cuanto a autores más de mi generación, conozco por ejemplo a Miguel Ángel Hernández y Raúl Quinto, que ha escrito esa joya de novela titulada 'Martinete del Rey Sombra', un libro prodigioso. Murcia es una tierra con una gran potencia literaria y con voces que me impresionan. Viajo a Murcia con un bagaje acumulado que me hará sentir que no soy una extraña allí, la tierra también de Rosa Belmonte.
–¿Qué tal está funcionando la adaptación gráfica de 'El infinito en un junco'?
–Muy bien. Por una parte, muchos lectores que en su día disfrutaron con el ensayo, ahora están leyendo la adaptación. Y, por otra, de esta forma nos hemos abierto a lectores que, a lo mejor, no se veían con fuerza para acercarse al ensayo. Con la adaptación gráfica, a través de otro lenguaje y otras formas de comunicarse, que incluyen las imágenes de Tyto Alba, abres las puertas de esta historia a otros lectores. Creo que esta adaptación es para jóvenes de todas las edades, aunque es cierto que hemos hecho un especial esfuerzo por acercarnos al público joven y adolescente.
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