Imanol Arias, acatarrado, borda a Willy Loman en el Romea
CRÍTICA DE TEATRO ·
Normal que este hermoso texto de Arthur Miller, terrorífico por lo que tiene de espejo que se ciega en su empeño por conseguir que contemplemos ... en él nuestra propia y escurridiza imagen, o sombra, o el alma en pena que arrastramos, emocione un tanto y asuste más. Ambas cosas le ocurrieron al público que llenaba el Teatro Romea de Murcia: se inquietó.
'Muerte de un viajante', después de varias décadas de triunfar por todos los escenarios del mundo, no es solo la agonía y la anunciada muerte del desgraciado –bueno, en el sentido del término que se puede aplicar a cada uno de nosotros, luchando como podemos por sobrevivir, por buscar algo de paz, de felicidad, muchas veces tan torpe como infructuosamente–, viajante Willy Loman. Claro que no, porque Willy Loman no es más víctima ni menos iluso y soñador que lo puede ser usted, ni más desagradecido con su mujer, ni peor padre, ni más o menos responsable con su trabajo, ni más o menos ambicioso, ni patriota, ni estúpido, ni ciego que cualquiera; no.
ASÍ FUE
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Obra: 'Muerte de un viajante', de Arthur Miller.
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Representación: Teatro Romea de Murcia, sábado 10 de diciembre de 2022.
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Calificación: Muy buena.
'Muerte de un viajante' tiene lugar en Nueva York. Otra anécdota, porque la muerte de la ilusión y la victoria del capital, o del dinero, o los beneficios, o como quieran o puedan llamarle, sucede allí y aquí: ay la globalización capitalista, que no deja títere con cabeza. Primero se saca del títere hasta la última gota de sudor –por su bien, por el de su familia, por el de su país, ya, ya–, y después se le despacha sin tampoco un excesivo mimo, sin dilapidar compasión, o gratitud: a tomar por saco, Willy Loman, y tú, y usted, y yo, y los que se creen a salvo...
Willy Loman, lo dice su mujer, lo dicen sus propios hijos, es un pobre hombre, un hombre, atención, acabado. Ya no rinde, ya no vende, ya no es joven, qué delito. Willy Loman lleva trabajando para la misma empresa prácticamente toda su existencia, y está cansado, desorientado en un mundo que cambia vertiginosamente. Y pide una oportunidad a su empresa de toda la vida: dejar de viajar de un lado para otro y trabajar en la oficina. «Me lo merezco», dice él, lo cree, lo estima justo.
¿Justo? Lo echan a la calle, a la puta calle, a él con sus décadas de servicio, con su entrega, con su fe, con su sentido de la responsabilidad, con su sombrero... a la calle. Son los tiempos. Es lo legal. Es el mercado. Y la gente joven, Willy Loman, que también merece hacer el mismo recorrido que tú. No es de extrañar que el pobre y acabado diablo quiera dejar de existir. Al fin y al cabo –¿no es así?–, ha fracasado. Un fracasado –¿no es así?– es lo que es.
Nadie esta libre de la red, de la trampa, ni Willy Loman ni Caín y Abel. Lo cuenta muy bien, con su sabiduría dramática, Arthur Miller, aquí escuchado a través de la versión respetuosa y ácida sin limar de Natalio Grueso. La función es espléndida, si bien logra que te falte el aire, y protagonizada por Imanol Arias, en su más redondo y admirable trabajo desde que decidió volver a los escenarios, y una convincente Cristina de Inza, alcanza altas cotas de interés y de desasosiego. Es lógico, porque Imanol Arias se va desmoronando en escena como un animal herido, indefenso, perdido. Y todo el reparto –Miguel Uribe, Fran Calvo, Daniel Ibáñez...– lo acompaña sin desentonar, todos a la orden de Rubén Szuchmacher, que pone el mayor interés en que brille la palabra de Miller por encima de cualquier propósito de originalidad. Y lo consigue. En la actuación del Romea actuó un nuevo reparto: el hijo de Imanol Arias y de Pastora Vega, Jon Arias, ya no interpretaba a Biff, el hijo mayor de la obra. Hubiese sido curioso verlos cara a cara, pero hay que reconocer que Andreas Muñoz hace un gran trabajo.
Curiosamente, Imanol Arias pidió disculpas al público, acallando la ovación final, por no haber podido ofrecer su mejor función dado el catarro nada menor que arrastraba. Había buenos amigos suyos murcianos en el patio de butacas, y su propósito soñado era proporcionarles una noche especial. Ey, puedes estar tranquilo, Imanol: lo fue, de veras que lo fue.
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