Espectacular Juan Diego Botto
CRÍTICA DE TEATRO ·
Un teatro Romea a rebosar estalla en una gozosa y prolongada ovación tras la representación de 'Una noche sin luna', dirigida por Sergio Peris-MenchetaQué ovación tan espectacular, tan cariñosa, tan cargada de admiración, tan sincera y tan electrizante que se llevó Juan Diego Botto, emocionado perdido tras una ... actuación de esas de altísimo riesgo que te dejan felizmente desubicado, extrañado de ti mismo, tras finalizar la representación-experiencia de 'Una noche sin luna' en el Teatro Romea, a rebosar de un público –muy diversas edades– al que le entusiasmaron tanto la interpretación del actor como su texto, porque 'Una noche sin luna', que se alimenta y se viste de múltiples versos, pensamientos y muy diversos escritos de –y sobre– Federico García Lorca, logra atraparte de principio a fin, transitando por la sorpresa, la incertidumbre, la poesía, la nostalgia, el temor, la piedad, la belleza, el amor, el crimen, la arrogancia, la ternura, la amistad, la crueldad...
Inspirado y tejido con hechos reales y una indisimulada admiración por el poeta andaluz desde un evidente posicionamiento de izquierdas, Botto ha alumbrado un nuevo texto que está escrito con agilidad, humor, sentimiento, inteligencia, tacto, astucia y muchísimo sentido común y sed de justicia. Y lo encarna sobre las tablas maduro, enérgico, brillante, seguro de lo que quiere y de lo que defiende, valiente y generoso en su entrega emocional y física al público.
ASÍ FUE
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Obra: 'Una noche sin luna'.
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Autor e intérprete: Juan Diego Botto.
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Dirección: Sergio Peris-Mencheta.
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Representación: Teatro Romea de Murcia, domingo 2 de octubre de 2022.
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Calificación del espectáculo: Excelente.
'Una noche sin luna', que dirige Sergio Peris-Mencheta con tanto talento y pulso exacto como complicidad existe entre él y Botto –se juntan estos dos... y ya: ¡magia!–, 'resucita' a Lorca para que nos cuente en primera persona algunos pasajes de su vida, ese recorrido vital y literario que acabó con su fusilamiento, su asesinato, su desaparición entre tantos desaparecidos todavía pendientes de ser civilizadamente reparados. La función impacta, interroga, te deja al borde de las lágrimas o sumido en ellas; pero también te hace reír y, sobre todo y lo más importante, sentirte vivo. Teatro necesario como el aire, teatro como un temblor de tierra.
El actor y autor del texto se acerca a la figura de García Lorca de forma memorable
La escenografía de Curt Allen Wilmer (AAPEE) con EstudioDedos termina derivando como en un juego de niños que se disfruta con embeleso, a partir de una plataforma de tablones de madera y algunas cuerdas, que a veces hace de invisible ataúd en cunetas y barrancos, y otras de tierra prometida donde sí que hay justicia y el equilibrio del universo se quiebra cuando el débil es abusado por el fuerte, en el barco de Teseo que simboliza la importancia de la memoria de los pueblos –«somos porque nos recuerdan»–. Y en mitad de ella, plaza de pueblo, dulces sueños de enamorado, salón de conferencias, teatro o lugar donde anida el temblor del olvido y el deseo de otros cuerpos, Botto se acompaña de sencillos elementos que no obstante crean todo un mundo por sí solos. Por ejemplo: la arena que cae de entre sus dedos, como aquella sobre la que un día cayó derramada la sangre de Ignacio Sánchez Mejías; la luna que ilumina la tiniebla que nos cerca, creada a partir de una bolsa con canicas infantiles, esa luna que «vino a la fragua con su polisón de nardos» pero que no estuvo, para aliviarle las heridas, la noche aciaga en que asesinaron al poeta... Por maricón. Por rojo. Por ser distinto. ¡Por huevos!
Sin rencor
No hay rencor en esta función espléndida que ilumina con dulzura Valentín Álvarez y en la que se escucha cantar a Enrique Morente y Rozalén. No hay mensaje alguno que alimente el 'ojo por ojo', no hay lamentación que pida compasión en las palabras de García Lorca; no hay otra cosa que no sea humanidad descarnada, reconocible, alimentada de amor desde el seno materno, de vida y muerte. Ese peregrinaje donde confluyen caricias y griterío, donde conviven a diario el odio y la mano tendida. He aquí el poeta en toda su grandeza, su singularidad, su deseo de plantar batalla, también, al dolor ajeno. He aquí con total naturalidad el marica, con la cruz a cuestas de la sinrazón ajena, el verdugo social, la intolerancia, los violentos que tienden a multiplicarse. «Los maricas, Walt Whitman, los maricas turbios de lágrimas, carne para fusta, bota o mordisco de los domadores».
Y he aquí en toda su libertad de elección, que huye de imponer su modo de vivir, el hombre que así merece ser llamado: «Yo sí soy un hombre. Un hombre, tan hombre, que me desmayo cuando se despiertan los cazadores. Un hombre, tan hombre, que siento un dolor agudo en los dientes cuando alguien quiebra un tallo, por diminuto que sea. Un gigante. Un gigante, tan gigante, que puedo bordar una rosa en la uña de un niño recién nacido».
Y saludemos ahora al español integral, que no admite malas copias ni despojos, que no admite trapos sucios, que no comulga con lo hueco, la ira, la ignorancia, el gregarismo, el pelotón de fusilamiento para acallar cuerpo y mente. Lo dicen Lorca&Botto en mitad de un silencio que arde: «Yo soy español integral y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más, yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista, abstracta, por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes que esto soy hombre del mundo y hermano de todos».
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