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«Yo sabía desde el principio que esta vivencia de la pandemia no nos iba a hacer mejores», dice Ángel Haro (Valencia, 1958), afincado en ... Murcia, hasta que hace cinco años abrió estudio en Madrid, desde que con catorce años abandonó París, donde pasó su infancia. Pintor, escultor, escenógrafo...; artista con mayúsculas, de una creatividad inagotable. El Palacio Almudí de Murcia acogerá, desde el próximo 22 de octubre, su nueva exposición: 'Reset'. Pura pintura.
–¿A qué dice hoy no?
–Digo no a la gente que nos hace perder el tiempo, que es muchísima. Se empeñan en estar muy presentes en nuestra vida con cosas que no nos interesan para nada. Creo que últimanente hay demasiados –y las redes sociales los han multiplicado exponencialmente– púlpitos. Demasiada gente dando opiniones que nadie le ha pedido, y que da lugar a una excesiva verborrea que resulta muy molesta.
–¿Y además de molesta...?
–Me genera ansiedad porque no me dejan pensar en las cosas que me interesan y siento que están usurpando, muchas veces con con muy mala intención, el espacio común; sí, hay demasiada gente diciéndote lo que tienes que hacer, cómo y cuándo. Demasiada gente que piensa que puede dedicarse a gestionar nuestras vidas cuando resulta que ellos no son capaces de gestionar la suya.
–¿Qué está sobrevalorado?
–Pues, mire, estoy empezando a pensar que la comunicación, esa insistencia en que el ser humano es un ser social y tiene que comunicarse con sus semejantes a toda costa. Pienso que hay también muchas ocasiones en las que es mejor no comunicarse, ni 'de mí para fuera', ni 'de fuera para mí'. Hemos perdido la capacidad de estar un rato en silencio, y eso es una tragedia. De pasar un rato dedicado a, sencillamente, pensar, y no necesariamente a pensar en no sé qué cosas muy trascendentales, sino incluso a pensar en lo largas que tenemos las uñas. No es cierto que haya cuestiones que nos tienen que importar a la fuerza porque estén de moda, o sean tendencia, o se empeñen no sé quiénes en darnos la paliza con ellas.
Haro dice: «Prefiero a la gente coherente que a la que no lo es, aunque por esa coherencia hagan cosas que a ti no te gusten». Y reconoce: «La verdad es que yo soy muy malo para cultivar virtudes». Y lamenta que, incluso, el compromiso social se esté banalizando: «Como estamos tan expuestos en las redes, sobre todo, resulta muy fácil hacerte el comprometido con esta causa o con la otra; con decir que te afecta muchísimo un problema, ya parece que estás haciendo algo para solucionarlo. Hay mucha gente que se muestra públicamente muy comprometida, porque eso socialmente tiene su rédito, pero que luego no hace nada. A lo mejor no ayudas al vecino de al lado por muy mal que lo esté pasando y aunque lo estés viendo realmente jodido, pero te parece muy relevante estar todo el día opinando, indignado, sobre lo ocurrido en Afganistán, que efectivamente nos tiene que preocupar pero cuya solución no pasa por nuestras manos. Ahora, ¡que nadie llame a tu puerta con un problema cercano, no vaya a ser que sí que puedas echarle realmente una mano!
–¿Cómo estamos tras el aguijonazo de la pandemia de Covid-19?
–Yo sabía desde el principio que esta vivencia de la pandemia no nos iba a hacer mejores. Ninguna crisis ha hecho mejor al ser humano en toda la Historia de la Humanidad. Además, pasa una cosa que está clara: en principio somos todos muy solidarios, pero también es humano que lo que más nos importe sean los nuestros, sobre todo los nuestros muy cercanos. Eso, en general, porque claro que hay rarísimas y honradísimas excepciones... Pero me parece que ya deberíamos, con lo que llevamos vivido como sociedades más o menos regladas, no decepcionarnos con tantas cosas que se repiten constantentemente y que me parece que, lamentablente, seguirán ahí: el egoísmo salvaje, la falta de educación y de sensibilidad, la violencia, el destrozo del medio ambiente, la estupidez... La fase de decepción debería haber quedado atrás hace siglos. Me hace hasta gracia la gente que se decepciona por cosas que es más que evidente que van a pasar. Otra cosa es que no te duela lo que ocurre, por supuesto. Sucede que nos gusta mucho engañarnos.
Haro habla despacio, llegado el mediodía a Madrid, la ciudad a la que se trasladó hace ya cinco años desde Murcia. Allí tiene su estudio, allí sigue creando con esa fuerza suya que resulta admirable. Ese fuego interior. Sus obras siempre salvables de las llamas. Una trayectoria ejemplar.
«Parece que, de pronto, en España, un país que viene de tantas tragedias, desgracias y problemas recientes, lo que ahora mismo es importantísimo y básico para nuestra libertad es que nos dejen estar hasta las tres de la mañana tomando gin tonic, como si eso fuese una de las cosas más importantes que le pueden pasar al ser humano».
–¿Y eso le sorprende?
–Me fascina [sonríe], quizá porque soy de una generación que ha oído hablar a sus padres y a sus abuelos de lo mucho que ha costado conseguir ciertas cotas de libertad real. La misma palabra libertad no puede estar ya hoy más mancillada, incluso la usa cualquier chiquillo ahora mismo para describir cualquier situación que él considera justa, como por ejemplo hincharse a litronas en un parque.
–¿De qué personaje anda acordándose últimanente?
–Recuerdo muchísimo a un personaje de mi adolescencia, que era Mr. Natural, de Robert Crumb, que me encantaba. Un personaje que vivía en mitad de una ciudad completamente enloquecida de Estados Unidos en los años 70; se sentaba en un banco, cerraba los ojos y soñaba que estaba en medio del mar o del desierto, y eso hacía que pudisese vivir en mitad de ese delirio. A mí, últimamente, me pasa un poco eso...; me afectan muchas situaciones y tengo opinión sobre las cosas que suceden, pero procuro, por ejemplo, no emitir juicios, ni opiniones, en el minuto cero, porque me parece que siempre te equivocas. Procuro dejar que pase un poco el tiempo antes de dar mi opinión, y eso te hace estar un poco más en silencio. Además, me he dado cuenta de que, al final, en muchas ocasiones, profesional y socialmente corremos detrás de una zanahoria que va enganchada a nosotros mismos, con lo cual por mucho que corramos no vamos a lograr alcanzarla; y eso me relaja un poco, hace que no corra.
–¿Qué piensa de los artistas?
–Se asocia el arte a lo intelectual, y también a una especie de posesión de verdades profundas, mágicas...; se ha asociado al artista muchas veces con una especie de mago, o incluso de sacerdote, y yo creo que el artista, entre otras cosas, es un ser completamente defectuoso que se dedica a lamerse sus heridas todo el rato. Y eso hace que muchas veces seamos más autocompasivos que compasivos, y la autocompasión es una de las cosas que más detesto del mundo. Los discursos autocompasivos no me gustan, y me parece que a los artistas a veces nos falta alejarnos de nosotros mismos y ver dónde estamos, qué es lo que estamos haciendo y cuál es la importancia de nuestro trabajo, que muchas veces es ninguna. También hay que asumir que puede que tu trabajo no tenga ninguna importancia.
–¿Sigue con ganas de combatir contra los desmanes políticos?
–Como artista no me pronuncio políticamente, aunque hay quien dice que todo arte es política, pero también todo arte es estética... Como ciudadano, cuando considero que tengo que levantar la voz lo hago, pero es cierto que ahora meditándolo más que antes, que la levantaba más rápido. Como artista, no sé si tengo derecho a que mi voz política sea considerada como una voz importante, precisamente porque soy un artista, no soy un político, no soy un activista, no he tenido los huevos de coger una metralleta y salir a la calle a solucionar problemas. A lo mejor, esconderme detrás de un supuesto activismo artístico es una cobardía... Lucio Muñoz, en un taller que hice con él en los 90, hablándole del compromismo social del artista y de que yo estaba muy preocupado por cómo mi obra podría ayudar a transformar la sociedad, me preguntó: '¿Tienes el valor de coger una metralleta y tirarte a la calle?' '¡No!', le respondí. 'Pues, entonces, sigue haciendo arte y hazlo lo mejor posible', fueron sus palabras.
Haro observa a los políticos actuales. ¡Desazón, claro! «Esto se ha convertido ya en una especie de teatrillo», indica. «Antes de que un representante político abra la boca», plantea, «yo, que no me considero ninguna lumbrera, soy capaz de saber lo que va a decir». En su opinión, «los políticos son como publicistas, tienen claro qué producto hay que vender y qué hay que decir para venderlo. Y también quién es el comprador final». Y cuenta: «Un día, una política importante a la que le estaba afeando que los discursos que hacían llegar a los ciudadanos no solo eran increíbles, sino que además eran para tontos, me explicó lo siguiente: 'Nosotros no hablamos para gente leída e informada, porque esa gente supone un porcentaje del voto muy pequeño; nosotros hablamos para gente que está todo el día mirando la tele'».
–¿Y la izquierda y la derecha?
–En este país, la izquierda y la derecha son muy peculiares. Tenemos, por un lado, una derecha anclada en atavismos medievales, algo que no sucede en Europa, donde hay una derecha moderna, contemporánea; en España, la derecha casi que sigue anclada a una cosmología muy arcaica, a un mundo de brujas, demonios, santos... Y también tenemos una izquierda atraída por cosas tan retrógradas como el nacionalismo, una izquierda que sigue simpatizando con algo tan facha como eso; y no se quita esa fascinación de encima, ¡no hay manera! Yo pensaba que con la llegada de Podemos, por ejemplo, venía una izquierda ya contemporánea, pero no ha sido así.
–¿Y entonces qué?
–Entonces, pues nada, no lo sé. Ahora mismo lo que está quedando clarísimo, como estamos viendo con temas como el del Brexit, es que ya quienes gobiernan directamente, y ya no en la sombra, son las empresas. Vamos hacia estados-empresa. ¿Quién tiene más fuerza ahora mismo, el rey de España o Amazon? Pues, clarísimamente, Amazon. Tenemos que entender hacia dónde vamos, y que los debates en torno a nacionalismo o no nacionalismo son completamente rancios porque aunque un país se independice, no se va a independizar de Amazon jamás.
–¿Y el Mar Menor, que suma otro verano negro?
–Insisto: nos seguimos sorprendiendo de obviedades. Estaba claro que el Mar Menor iba a estallar otra vez, y creo que está claro que va hacia la muerte. Le echamos la culpa a los políticos, que tienen mucha, sin duda, pero no solo ellos son los culpables. Vas a una playa y está llena de mierda: colillas, tampones, botes...; todo eso lo deja tirado la gente de a pie, la gente que vota. El desprecio hacia el medio ambiente no es solo de los políticos. Me hace gracia esa gente que se maniesta a favor el Mar Menor, pero luego va a la playa y no recoge toda la mierda que genera.
–El Palacio Almudí de Murcia acogerá desde el 22 de octubre su nueva exposición, 'Reset'...
–...le he puesto este título porque refleja de algún modo el momento en el que me encuentro, tanto artística como personalmente. Artísticamente, se trata un poco de volver al principio, a la casilla de salida. Es una exposición de pintura, que es mi lengua materna como artista, aunque derivé hacia otros campos y he buceado por varios sitios. Muestro ocho piezas de gran tamaño sobre soportes construidos con materirales reciclados de otro tipo de labores: lonas de camión, toldos, cortinas industriales... No hay narración alguna, no hay nada que contar, hay pintura y un regreso... a lo primitivo.
–¿Cómo le gustaría que saliera el público que visite su exposición?
–Con la sensación de que ha visto el trabajo de una persona que cree en la libertad.
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