Christiaan Barnard, Demasiado corazón
Christiaan me saludaba desde la solapa de un libro que compramos en Círculo de lectores. Se titulaba 'Tensión'. El doctor visitó España con su hermosa, ... joven y millonaria esposa, Barbara Zoellner, para promocionar este trabajo que no era literario, ni todo lo contrario. A Barnard le gustaba la popularidad, le encantaba estar en el candelero y tuvo ese privilegio varias décadas por ser el primero que se atrevió a trasplantar un corazón. Fue el 3 de diciembre de 1967. El doctor cogió el corazón de Dénise, una joven de 23 años que acababa de morir en un accidente de tráfico y lo puso en el pecho de Washakansky, un tipo de 56 aquejado de afecciones coronarias varias, pasado de kilos y con diabetes tipo 2. ¡Esto va a funcionar!, exclamó Barnard. Cuando terminó, se quitó los guantes y pidió un té. El corazón de una mujer latía en el pecho de un hombre que murió pocos días después por una neumonía. No todo podía ser perfecto. Un año después realizaría el segundo trasplante, el corazón de un negro latió durante 563 días en el cuerpo de un blanco. Toma Apartheid.
Los honores no tardaron en llegar. Todo cambió. Se divorció de la mujer que le había acompañado durante 20 años y le había dado dos hijos. Uno de ellos se suicidaría. Se dice que no superó la separación de sus progenitores. Luego llegó la hija del rey de acero, la mencionada Bárbara, que tenía 19 años cuando se casó con un Christiaan de 40. Lo dejó. Después se une con la modelo Evelyn Entleder, de 24; él debía rondar ya los 60. También lo abandona y finalmente se casará con Karen, otra modelo cuarenta años menor. Con estas dos tuvo otros cuatro hijos. El último de ellos llegó a la vida de Barnard cuando contaba con 74 años.
Aparte de las oficiales, tuvo otros amoríos con 'celebrities'. Se encargó de repasarlo todo en sus memorias, que tituló 'La segunda vida'. Christiaan fue un Truman Capote cualquiera embriagado de sí y de su popularidad. Adoraba los privilegios y la adulación.
Aún recuerdo a mi madre observar en la tele a este tipo atractivo, inteligente, con ese poder que destilan algunos machos hechos a sí mismos. Barnard era un ligón impenitente y eso traspasaba la pantalla. Por supuesto, fue un médico y cirujano brillante, que osó cambiar el concepto de muerte. El cuerpo y el corazón con su bum-bum van por un lado y el cerebro por otro.
Christian reflexionó sobre la muerte, el más allá, sobre el prestigio y cómo conseguir las más ansiadas metas. Hoy estaría en algún club de mentes expertas dando el tostón con eso del crecimiento personal y la horterada cruel de ser la mejor versión de ti mismo. A Barnard, como gran coqueto que era, le preocupaba el envejecimiento celular. Las coquetas sabemos que trabajó en los laboratorios La Prairie, una carísima marca cosmética, al final de su vida. También publicitó una crema a la que le quiso atribuir calidades mágicas. La FDA dijo que tururú.
Barnard realizó múltiples trasplantes a lo largo de su vida. Algunos fueron un estrepitoso fracaso y aguantó muchas críticas de la época por la moralidad y la ética ¿No era alterar la voluntad divina? Hoy, sin embargo, nadie se los cuestiona. Mucha población lleva marcapasos o los famosos muellecitos que ayudan a una mejor vida cardiaca. Quizá, la aparición del corazón artificial le restó eficacia a la proeza del trasplante entre humanos y a su gloria posterior.
El cirujano también dirigió varios equipos de investigación en distintas universidades del mundo he hizo apostolado de la donación de órganos. Su turbulenta vida amorosa sólo demuestra la pasión enorme de alguien que no se conformó con un destino impuesto. Él y sus tres hermanos tuvieron una buena formación gracias a que su padre era pastor de la iglesia reformada neerlandesa. Dinero no, formación sí. El carácter fuerte de la madre impulsó a sus chicos a conseguir lo que se propusieran. De hecho, otro hermano de Christiaan había realizado trasplantes de otros órganos antes que él. Murió en Pafos, Chipre, cerca de la piscina. Se lo llevó un fuerte ataque de asma. El corazón, bien, gracias.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión