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La obra tras ser restaurada. Museo del Prado

El retrato ecuestre de Felipe IV recupera su esplendor original en el Museo del Prado

La obra de Velázquez ha sido restaurada durante cuatro meses lo que ha permitido devolverle la luz y la riqueza cromática del pintor sevillano

C. P. S.

Jueves, 9 de octubre 2025, 14:20

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El Museo del Prado ha presentado este jueves la restauración de Felipe IV, a caballo, de Velázquez. La intervención sobre esta pintura, realizada por María Álvarez Garcillán durante cuatro meses, ha permitido recuperar la riqueza cromática, la luz y la estructura original de una obra que había sufrido los efectos del tiempo y las intervenciones pasadas. La Fundación Iberdrola España ha patrocinado el trabajo.

La obra restaurada es un retrato ecuestre pintado por el genio sevillano entre finales de 1634 y principios de 1635, en un momento de gran actividad artística. Representa al Cuarto Felipe en riguroso perfil, montando un caballo en corveta, y está inspirada en el Carlos V en Mühlberg de Tiziano, donde el paisaje abierto y el cielo cobran protagonismo. Es curioso comprobar que en la esquina inferior izquierda del lienzo, donde Velázquez suele incluir una hoja de papel para firmar sus obras, ésta aparece en blanco. Es un gesto deliberado: el artista afirma que su estilo y técnica son tan reconocibles que no necesita firma.

Velázquez abordó este encargo en plena madurez artística, sin delegar en su taller. El resultado es una composición que combina pinceladas secas con trazos cargados de aglutinante, creando una textura visual que se transforma en formas reconocibles a distancia. «Ojos, manos, caballo, cielo y paisaje emergen así con una naturalidad que solo el genio sevillano podía lograr», como describe una nota de prensa del Museo del Prado.

Uno de los problemas específicos que ha planteado la restauración ha sido el tratamiento de las bandas laterales añadidas por el propio Velázquez al formato inicial para adaptarse a la arquitectura del Salón de Reinos del antiguo Palacio Real. Con estos añadidos la esquina inferior izquierda se solapaba sobre de la puertezuela de acceso. Como en el retrato de Isabel de Borbón, la solución fue cortar el fragmento que invadía el paso y fijarlo a la propia puerta, de suerte que se podía abrir, pero quedaba disimulada al cerrarse.

«Cuando las obras se reubicaron en el Palacio Nuevo (actual Palacio Real), los retratos se sometieron a un tratamiento de reentelado que permitió coser esa esquina al resto del cuadro. Es aún visible la huella de todo este proceso, pero se ha tratado de que interfiera lo menos posible en la experiencia ante la obra: se ha eliminado la sutura que unía el fragmento escindido, así como el estuco que lo cubría, y se ha fijado la pintura en zonas vulnerables. La limpieza ha reducido el barniz oxidado que amarilleaba los colores, y se han retirado repintes que ocultaban la pintura original», explica el comunicado.

La obra antes de su restauración. Museo del Prado

Para Jaime Alfonsín, presidente de la Fundación Iberdrola España, «esta restauración del retrato ecuestre de Felipe IV nos muestra cómo fue concebida la pieza original también por uno de los grandes maestros de la pintura española, como es Velázquez. Gracias a esta intervención se le ha devuelto a la obra su aspecto original, mostrándose no sólo como una obra magnifica en su aspecto y composición, sino recuperando su gran esplendor».

Felipe IV en el Salón de Reinos

La obra forma parte de una serie de retratos realizados por Velázquez para adornar los testeros del Salón de Reinos con la intención de representar la continuidad de la monarquía y de su dinastía. Al este, a ambos lados del trono, se situaban los retratos de Felipe III y Margarita de Austria, padres del rey, y enfrente, orientado hacia el oeste, los retratos de Felipe IV, el Príncipe Baltasar Carlos e Isabel de Francia. Este último también recientemente restaurado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola España.

Este retrato ecuestre, único en la serie que contiene la declaración de autoría velazqueña que supone el espacio en blanco para la firma, representa al monarca en riguroso perfil, montando un caballo en corveta, con banda, bengala y armadura. A diferencia de otros retratos ecuestres que exaltan el poder mediante el dinamismo, Velázquez opta por una representación serena, inspirada en el Carlos V en Mühlberg de Tiziano, donde el paisaje abierto y el cielo cobran protagonismo.

La obra fue realizada entre finales de 1634 y principios de 1635, en un momento de gran actividad artística para Velázquez, quien recibió pagos por seis pinturas destinadas al Salón de Reinos. Este espacio, concebido como una exaltación del poder de la monarquía española, reunía retratos reales, escenas de batallas y alegorías mitológicas. El de Felipe IV ocupaba un lugar destacado frente al trono, junto a los de Isabel de Borbón y el príncipe Baltasar Carlos, reforzando la imagen de continuidad dinástica.

El paisaje que sirve de fondo recuerda al piedemonte entre Madrid y la sierra del Guadarrama, especialmente la zona del Hoyo, un entorno familiar para Velázquez. Esta elección refuerza la conexión entre el monarca y su territorio, y aporta una dimensión naturalista que contrasta con la rigidez de otros retratos cortesanos.

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