Le declaro culpable, le declaro inocente
Una palabra tuya ·
El autobús fue rescatado en ruinas de las aguas del río, como si fuese el esqueleto de una ballena apocalíptica, elevada con una grúa del ... lugar del desastre que jamás debió protagonizar. Estamos en Galicia y corría diciembre. Hace ya un tiempo de la imagen de este autobús emergiendo de las aguas, que dejó tras de sí siete vidas perdidas, siete vidas que fueron a desembocar en la tragedia, en plena Nochebuena y corriente del río Lérez. Pontevedra, 2022. Desde entonces ha estado el conductor del suceso en el centro de las sospechas de los familiares rotos, de las investigaciones de aquella pesadilla y de un día a día que me imagino una tortura. Siete vidas que estaban en tus manos y tu pericia se quedaron allí, entre un tiempo de perros, un maldito accidente, una fecha que ya nunca para sus familiares podrá ser entrañable.
No, tampoco ha debido ser este tiempo fácil para el chófer que sobrevivió al siniestro para contarlo: siempre sostuvo que no iba a mayor velocidad de la debida, ese día del demonio, en ese preciso momento en que todo se fue al carajo. Sobre él pendían los nombres y apellidos de los muertos, la angustia instalada en su cuerpo por lo acontecido, la sospecha de una actuación irresponsable, el dolor propio y demasiados dolores ajenos sumados a su conciencia. ¿Cómo se puede vivir así?
Se puede decir que ha tenido suerte. No creo sin embargo que pueda asegurarse que ya podrá vivir tranquilo, respirar hondo, poder dejar la mente en blanco, dibujarse una sonrisa, sentir como antes el fluir de los días, las cenas familiares, el quedar tan campante con amigos de siempre. No parece que pueda ser tan fácil.
Pero ha tenido suerte. La jueza que llevaba su caso lo ha dejado limpio de consecuencia penales, al concluir su señoría que no está nada claro que el exceso de velocidad propiciase tanto desamparo y siete muerte. La jueza pone su mirada y su entendimiento, para responsabilizar de lo ocurrido, al mal tiempo que transformó en una balsa de agua el viaducto de Pedre, causa de que el conductor perdiera el control y su autobús se precipitase, desde una altura de 29 metros, al lecho del cauce del río, el agua helada, el golpe mortal.
Ha pasado año y medio. El conductor no cometió ninguna imprudencia, la jueza ha sobreseído la causa penal, los familiares de las víctimas pueden eso sí, si lo desean, iniciar ahora un procedimiento civil. Para actuar en este caso como ángel de la guarda, la jueza ha valorado el hecho de que el tacógrafo del autobús quedase inutilizado por el agua, al tiempo que no ha estimado oportuno valorar a favor los informes periciales redactados por la Guardia Civil, que sí apuntan en la dirección contraria a despojar de toda responsabilidad al conductor, sin duda pobre hombre; no cabe duda de que ninguno quisiéramos estar en su pellejo. Los informes señalan que no se respetó el límite de velocidad en ese maldito tramo: 80 kilómetros por hora.
Hasta ahora, se señalaba al conductor como presunto responsable de siete delitos de homicidio imprudente, algo que no contaba con el beneplácito de la Fiscalía de Pontevedra, que proponía el pago de una multa tras concluir que el comportamiento del conductor no pasaba de falta leve. Imposible apoyarse en una prueba concluyente que arrojase luz sobre la velocidad exacta a la que el autobús se dirigió hacia un final de terror.
El conductor habló en su día de fallos eléctricos en el cuadro de mandos, y de que todo se salió de madre. Del río regresó a la superficie el autobús en forma de doce toneladas de chatarra y carrocería, material con el que los especialistas de Tráfico llevaron a cabo una simulación para reconstruir un hecho atroz. El dictamen fue claro: el autobús sobrepasaba en 10 kilómetros por hora la velocidad permitida. Lo niegan el afectado y una pasajera que sobrevivió. Ellos hablan de calzada rebosante de lluvia, mala visibilidad y relámpagos, por si faltaba algo...; el vehículo hizo 'aquaplaning' y se precipitó por el puente.
Apoyo
Corría la tarde del 24 de diciembre. Vigo era el lugar de llegada. Tampoco el estado del asfalto era muy bueno. Carlos Monzón tiene 64 años, es el conductor. María del Rosario González, 50 años, es la pasajera que respalda su inocencia: ni fue imprudente, ni fue temerario. Ella era la única viajera que llevaba puesto el cinturón de seguridad, y la que escuchó exclamar al chófer '¡no lo controlo, no lo controlo!'. Volantazos. Caída al río. El rugido de su caudal causaba pavor. Fue ella la que alertó de lo ocurrido con el móvil del conductor. Con los mismos informes de la Guardia Civil, el dictamen de otra jueza o juez podría haber sido muy distinto. La noche y el día.
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