Anabel Alonso la lía bien liada
La popular actriz se mete en un Romea abarrotado en la piel de una Celestina, causa de desgracias en cadena, resuelta y empática pero en exceso tendente a lo cómico
Lo dice la 'vieja puta' o 'puta vieja' Celestina a la joven y todavía virgen Melibea la primera vez que se ven. Flota en el ... aire la esencia de la obra: amor, sexo, negocio, manipulación, ambición, traición, vejez y muerte. A la pregunta de Melibea (Claudia Taboada) de '¿Por qué hablas tan mal de la vejez si todo el mundo desea alcanzarla?, Celestina –una Anabel Alonso que sale airosa de tan imponente personaje, aunque sin hacerlo memorable–, le responde veloz: «Porque mientras que llegan a la vejez, viven. Y el vivir es dulce y viviendo envejecen. Pero si tú supieras lo que es el arrugarse la cara, el mudar el color de los cabellos, el poco oír, el debilitado ver, el hundimiento de la boca, el caer de dientes, el carecer de fuerzas, el despacioso andar y sus muchas contrariedades, no me preguntarías, muchacha». Alonso lo dice con naturalidad, algo de resignación e incluso un punto de cachondeo, mientras que la veterana y ya retirada Gemma Cuervo, hace unos años en este mismo escenario del Romea, en el que fue su último trabajo en el teatro y a las órdenes de Mariano de Paco, lo decía, incluso con rabia verdadera, desde el mismo centro de su alma en llamas, rebelde contra el paso traicionero del tiempo y los muchos dolores que conlleva. Cuervo, física y emocionalmente herida entonces, le prestó a Celestina, en ocasiones de un modo demoledor, su propia rabia, sus propios miedos, la carne de la nostalgia, el deseo impotente de liberarse del cuerpo ya desgastado, los fallos de memoria, la necesidad de continuar de pie y pisando fuerte, y el vértigo ante lo desconocido que traerán los días por venir, cuando ya los ánimos no están altos y la certeza de la muerte a tu alrededor se palpa con ambas manos. Ahora, lo que hace con gran soltura Anabel Alonso es aportarle al personaje su simpatía, su vis cómica y su don de gentes, pero el infierno que también vive la alcahueta queda oculto. No es extraño, todavía no se conoce en nuestro país un montaje que esté realmente a la altura prodigiosa del texto, en cuerpo y sangre, de Fernando de Rojas.
Celestina es cantarina, seductora, arrogante, mandona, sumisa, loba, cordera, tierna, áspera, madre, demonio...; es, cuando se goza leyéndola, un pozo sin fondo de gestos y tonos que se congelan brillantes en el aire y el alma: es Nora, Bernarda, Madre Coraje, Mari Galia, la ama de llaves de Manderley y la Dama del Alba; y es una Celestina 'perra vieja', 'puta vieja', brava, astuta, sabia, divertida y avara; ay, su perdición. Porque Celestina no siempre se sale con la suya: resulta que es mortal. Y debe conmover cuando ella también tiembla y sufre, y no sucede tal cosa en este montaje que cuenta con una versión muy didáctica del texto de Rojas a cargo de Eduardo Galán, ya muy familiarizado con sus personajes, y con una dirección correcta, sin brillo, de Antonio C. Guijosa, que debe ajustarse a una escenografía, en exceso metálica y confusa, que firma Mónica Tejeiro; mejor, sin duda, la iluminación ideada por José Manuel Guerra.
ASÍ FUE:
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Obra: 'La Celestina'.
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Productora: Secuencia 3.
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Función: Romea de Murcia, 11 de febrero de 2024.
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Calificación: Correcta.
Cierto, la función crece cuando Alonso está en escena, y empieza el oxígeno a faltar cuando ella desaparece, pese al encanto de la juventud, si bien faltos del fuego de la pasión, que proporcionan tanto Taboada como Víctor Sainz dando vida a Calisto.
La 'vieja puta' parece que, en efecto, sabe qué hacer para mantener atento al público, con el que coquetea y se pone un punto gansa y zalamera, si bien no muestra sin pudores su alma oscura, algo que se echa en falta teniendo en cuenta que noche y día habitan en un personaje adictivo que pelea contra lo inevitable: cae la noche, se agota la luz.
Dice el canadiense Robert Lepage –¡palabras mayores!–, que Celestina «es una mujer renacentista, más sabia que astuta». Tiene razón. Él mismo, con una grandiosa escenografía de Carl Fillion, la llevó a escena con la Espert de protagonista. Tampoco rozó la excelencia.
Ya saben que 'La Celestina' comienza con estas palabras pronunciadas por Calisto: «En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios». Curioso: citar a Dios cuando lo que en esta obra se desborda como un río caudaloso es la lujuria, la cobardía, la codicia, la venganza y la violencia. Y todo, a partir del momento en el que Calisto, «un joven noble, apuesto e ingenioso, penetra persiguiendo a un halcón en la huerta donde se halla Melibea, de quien queda prendado. Ante el rechazo de ésta y aconsejado por su criado Sempronio, decide encomendarle a Celestina lograr el amor de Melibea». Con nulo acierto y cero provecho; a cambio, sangre que corre que vuela.
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