Inteligencia artificial en el fútbol
Cualquier lector de esta sección conoce y ha utilizado una calculadora y un ordenador. Habrán apreciado que una calculadora no toma decisiones y un ordenador ... sí. Por ejemplo, una calculadora nos suma los costes de una compra, incluyendo todos los artículos adquiridos. Y sabemos lo que hay que pagar. Si para el mismo fin empleáramos un ordenador, podríamos instalarle un programa que nos avisara, incluso ruidosamente, cuando hemos alcanzado el máximo dinero a gastar, toda vez que sabe cuánto nos va a costar el taxi de vuelta a casa. Es decir, el ordenador es capaz de tomar decisiones, tras una comparación que sondea la pregunta que se le ha programado, para actuar en consecuencia.
Pero los ordenadores convencionales responden a algoritmos que resolvían problemas concretos. Por ejemplo, buscaban un nombre entre los de una lista, para responder si se encontraba en esta o no. El algoritmo consistía en especificar los pasos para, tomando la lista y efectuando comparaciones con el nombre que queríamos encontrar, concluía si estaba en la lista o no. Tras un número finito de pasos, concluía con una respuesta. Los distintos algoritmos permitían encontrarlo más o menos rápido. Si los tenía ordenados alfabéticamente y empezaba en el primero y recorría la lista hasta el último sin encontrarlo, pues concluía que no estaba. Si en lugar de buscar de esta forma, comparaba en primer lugar con el nombre que se encontraba en mitad de la lista ordenada y era mayor que este, ya sabía que no se encontraba en la primera mitad. Repitiendo el procedimiento, con un número muy inferior de comparaciones concluía la búsqueda. El programa nunca aprendía ni lograba saber si la lista siempre era la misma y minimizaba el trabajo a realizar.
El caso es que, por construcción, el ordenador es una herramienta capaz de emular a cualquier otra herramienta, como se encargó de demostrar Turing. Y es capaz de aprender, con tal de que el algoritmo corresponda a un proceso de aprendizaje. Es decir, incorporando las respuestas al proceso a seguir para obtenerlas, logramos que una máquina aprenda a partir de su propia experiencia. Algo de eso hay en el humano, por cierto.
Si hay algo tan socorrido como propio de tareas de evasión, son los partidos de fútbol. No solo el tiempo de juego, sino todo lo que acompaña al deporte rey, en España, entre otros países del globo. A los equipos se les antropomorfiza, otorgándoles personalidad indeleble en el terreno de juego. Los antecedentes parecen condicionar lo que va a ocurrir en partidos posteriores y hay gentes que le otorgan capacidad de sentir emociones antes y postpartidos. Se vive, se sufre, se disfruta y cada cual elige con quien compartir sus anhelos, que son algo más que deportivos. Pero un ordenador con programa convencional solo puede manejar un escenario ingente de datos y recolectar los de los partidos habidos y clasificarlos según distintos criterios. Incluso puede determinar probabilidades de resultados, partiendo de la historia registrada.
Podemos ir más allá si incorporamos la Inteligencia Artificial al proceso. Si el algoritmo es capaz de analizar la información, entonces sobrepasamos las capacidades de la informática convencional. Así podemos generar contenidos a partir de los resultados. Hace unos cinco años que esto es posible realizarlo. Recoger datos de todos los jugadores, no solo de unos pocos y a través de la IA en su forma de aprendizaje de las máquinas, recolecta información de los partidos en los distintos medios y redes, los somete a validación y se convierte en información, de la que aprende y, a partir de esto, genera contenidos. No se limita a encontrar datos que se les pide que busque, sino en generar nuevos contenidos ante demandas concretas. Una base de datos amplia, hoy accesible a través de internet, sirve de suministrador de datos para que los algoritmos construyan no solo información, sino contenidos a demanda. Las preferencias, los deseos, las elecciones individuales, encuentran respuesta, con contestaciones ajustadas a las peticiones. Es un paso de gigante que la pandemia ha potenciado desde un aislamiento que, si algo ha hecho de positivo es reclamar que las cosas ocurren individualmente y que lo colectivo emerge de la confluencia de hechos individuales, no al contrario, como hasta ahora. Los canales de comunicación unidireccionales tuvieron su momento en el pasado, ahora se trata de que la tecnología permite atender las pretensiones singulares y para ello, todos somos iguales.
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