Lorca, taller del tiempo
El primer rugido bajo los pies de los lorquinos duró apenas unos segundos; la pausa hasta el siguiente temblor, una hora y cuarenta y dos ... minutos; el dolor que provocó la conjunción de ambos movimientos sísmicos suma ya más de diez años sin signos de agotamiento. El tiempo es relativo, las heridas no.
Desde que los devastadores terremotos del 11 de mayo de 2011 horadaran un mapa de cicatrices sobre la anatomía de Lorca han vuelto a ser las 18.47 muchas veces, y las mentes de los testigos y víctimas han retornado en incontables ocasiones a aquella tarde de caos que obligó a la ciudad a seguir su camino con nueve vidas menos, 324 heridos más y varios miedos nuevos.
La regresión temporal fue aún más acentuada este año, en el décimo aniversario de la tragedia, cuando muchos de los protagonistas de aquellos días ejercieron el deber y el derecho a recordar. Algunos pasaron por estas páginas, como la médica María José Carrillo, que rescató de los escombros al pequeño Sergio y protagonizó una de las imágenes más icónicas del drama; o María Fernández, una vecina que sobrevivió bajo las ruinas de su edificio. Otros desfilaron frente a los micrófonos, como Salvador Terrones, que prestó su voz para narrar lo vivido a pocos días de fallecer, poniendo a salvo del capricho de los relojes el legado de su memoria.
Diez años después, las campanas de Lorca volvieron a tocar a difunto y a traer de vuelta recuerdos emocionados y un aluvión de imágenes: la hilera de coches aplastados a lo largo de la avenida Juan Carlos I; el Instituto Ros Giner quebrado y condenado a la demolición; las heridas de la torre del Espolón; la montaña de ladrillos en el andén de la estación de Sutullena; la campana yacente de la iglesia de San Diego; la nube de polvo sobre La Viña o el edificio caído como un dominó salvaje en la calle Infante Juan Manuel.
No han dejado de dar las 18.47 en Lorca, una ciudad ya muy distinta, que se ha levantado mirando hacia atrás para poder mirar adelante.
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