Ramón Gaya: «Cernuda siempre estaba un poco en guardia»
En cartas y entrevistas queda el testimonio de una honda amistad de los dos amigos que acabaron exiliados en México por la guerra: «Luis sigue intacto en su jardín intacto, embelesado, ensimismado, preso, preso en sí»
Hay testimonio escrito de la excelente relación entre Luis Cernuda y Ramón Gaya. Sobre todo en cartas y en entrevistas concedidas por el pintor murciano ... entre 1977-1998 y recogidas en 'Ramón Gaya: de viva voz' (Pre-Textos), obra del fotógrafo Nigel Dennis. Pero también muchos otros hablaron de ellos. En esta sección dedicada a los artistas que colaboran en el Suplemento Literario (1923-1926) de LA VERDAD recogemos en esta ocasión algunas de esas referencias para reconstruir esa amistad.
«Conocí a Cernuda en un jardín. Paseaba, marchaba solo, pero iba con ese aire del que lleva a su lado unos galgos decorativos. Comprendí ya entonces que una sombra le acompañaba a todas partes, un perro inseparable y misterioso, su vida misma quizá, el boceto de una vida no vivida. Conocí a Cernuda en un jardín, pero en realidad él siempre parece estar en un jardín. En la calle o en el salón no se le comprende. Tampoco en el campo; un jardín o una playa es su fondo verdadero. Más tarde -mucho después de aquella presentación hecha por J[osé] B[ergamín]- he sido amigo de Cernuda y de su perro fantasma. El fantasma he podido comprobar que es su propia vida, la vida que le acompaña, la vida que no se funde con él jamás. Por eso Cernuda es hoy todavía como un niño. Porque su vida le ha sido robada, alguien o algo gasta al lado suyo la vida que le pertenece, y él, Luis Cernuda, sigue intacto en su jardín intacto, embelesado, ensimismado, preso, preso en sí» (Gaya).
«Cernuda era mucho más inteligente de lo que podía parecer personalmente, pues daba una idea muy equivocada de sí mismo, se falseaba ante los demás de una manera tremenda. Había que conocer lo muchísimo y tener mucha confianza para que se expresara de una manera sincera, ya que siempre estaba un poco en guardia» (Gaya).
«Iba con ese aire del que lleva a su lado unos galgos decorativos. Comprendí ya entonces que una sombra le acompañaba a todas partes, un perro inseparable y misterioso, su vida misma quizá, el boceto de una vida no vivida»
«Los escritos en prosa de Cernuda sobre Juan Ramón son puras rabietas, pataletas de niño, porque Cernuda era una de esas personas que no crecen, que sólo crecen como poetas pero no como personas. En Cernuda había muchas cosas que no eran niñez, sino infantilismo que, como se sabe, es una enfermedad» (Gaya).
«Los dos casos más claros de poeta con verso, con verso interno, son Juan Ramón y Cernuda» (Gaya).
«Cernuda es, desde luego, un poeta magnífico, lo más alto después de Juan Ramón» (Gaya).
«Era una de esas personas que no crecen, que solo crecen como poetas pero no como personas»
«Un poema de Cernuda, aparte de lo que nos dice, de tener una gran profundidad aquello que nos dice, es en sí mismo muy poético, muy lírico. Su verso se sostiene por sí mismo, y se sostiene porque tiene la curvatura que debe tener un verso. El verso debe arrancar y terminar en el sitio justo» (Gaya).
«Hay poetas que escriben versos, pero que no lo tienen. Incluso escriben versos buenos y hacen poesía buena, pero no tienen verso; el verso no está en ellos. Hay otros que, por el contrario, lo tienen de forma irremediable. Esto ocurre con Cernuda y con Bergamín» (Gaya).
«En México Ramón Gaya se movía principalmente entre un grupo claramente anómalo en los medios del destierro español, que eran ya por sí mismos claramente anómalos en los medios mexicanos; un grupo que compartía muy pocas de las ideas comunes y valores establecidos del mundo español desterrado, aunque esas pocas cosas en común bastaban para hacer de ellos inexorablemente esa clase de personas que entonces llamábamos refugiados. Eran gentes como Luis Cernuda (un Luis Cernuda entonces muy marginal, inimaginable para quienes sólo lo han descubierto en su sorprendente gloria), María Zambrano (menos marginal, pero tan independiente y suelta como fue siempre), Juan Gil-Albert, Concha Albornoz, Soledad Martínez, Esteban Marco, y otras que, como éstas, en su mayor parte no aparecen en la memoria oficial del exilio, y que no se rozaban mucho con los León Felipe, los Max Aub y otras figuras conspicuas del destierro español (...)» (Tomás Segovia).
«Es, desde luego, un poeta magnífico, lo más alto después de Juan Ramón»
«Conocí [a Cernuda] en Madrid una mañana de primavera a mi regreso de la Argentina. Fue en la librería de León Sánchez Cuesta; allí estaba Luis Cernuda y León me lo presentó. Recuerdo a Luis como a un tipo elegante en el vestir y en su rostro un cierto aire como de filipino: luego supe que era poeta y andaluz. Lo que no hubiera podido siquiera sospechar es que (...) esas personas iban a ser dos de los diez testigos de mi boda. Y mucho menos que el joven y ya destacado escritor iba a ser desde el momento en que Manuel Altolaguirre y yo contrajéramos matrimonio, como un hermano nuestro al que veríamos a diario durante años y años. Su vida ligada a la nuestra fue de tal modo familiar, que en mi hija Paloma y en los hijos de ésta encontró -digamos- la descendencia que a él no le fue dado tener. Hombre hermético, retraído, incapaz de revelar en su trato un rasgo sentimental de clase alguna, era, sin embargo, para estos pequeños seres de una ternura casi inexplicable» (Concha Méndez).
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