Pablo Carbonell: «Aunar tradición y tecnología es una manera inteligente de hacer las cosas»
El arquitecto murciano reivindica la tradición mediterránea como fuente de recursos sencillos, herramientas constructivas y espacios ambiguos que devuelvan la sensatez a «la arquitectura actual, a veces, sofisticada en exceso». Y recuerda que «la sostenibilidad es contraria a retorcer demasiado las soluciones»
El arquitecto Pablo Carbonell (Valencia, 1975) está en un ay. Desde el jueves y hasta el 25 se reúne en Alemania el jurado de los ... Premios Europa Nostra, para los que está seleccionado, junto al proyecto 'Legado Vivo' de Abarán, la restauración de los pozos de la nieve de Sierra Espuña, aunque hasta abril no se sabrá si ambas iniciativas son merecedoras o no de las máximas distinciones europeas en materia de patrimonio. Y, aunque ya ha conquistado diversos galardones por este trabajo de rehabilitación de los pozos 11 y 13, de los 28 totales –Premio Alfonso X de la Cultura 2023 en Patrimonio y Premio de Arquitectura de la Región 2023 en Rehabilitación y Restauración–, le hace especial ilusión que se reconozca a nivel internacional el valor de un trabajo que aúna sus dos principales preocupaciones en lo que a arquitectura se refiere: patrimonio y sostenibilidad; y que premia la cuidada labor del equipo de Ecoproyecta, en el que Carbonell trabaja codo con codo con su socio «Juan Miguel Galera, con Inma y con Suso».
–¿Qué tenemos que reaprender de la arquitectura tradicional?
–La arquitectura actual, a veces, se ha sofisticado en exceso. Y la sostenibilidad, el camino que yo he escogido porque creo en él y creo que es la manera de hacer las cosas, es contraria a la sofisticación, a retorcer demasiado las soluciones; mientras la arquitectura tradicional tiene soluciones generalmente sencillas, de materiales cercanos, que tiene que ver con la arquitectura –ahora a todo se le pone nombre– kilómetro cero; la arquitectura tradicional en esencia lo era.
Hoy en día, como hay acceso a tantas cosas, todo es posible. En la frutería, puedo comprar piña, chirimoya y uva en marzo. Pues pasa igual en el mundo de la construcción; todo está a mano y el mercado te lo facilita. Pero eso, desde una perspectiva de sostenibilidad, y también de sensatez, muchas veces está fuera de la lógica.
–¿Cómo entiende la arquitectura?
–La arquitectura tiene muchas maneras de responder, además no hay recetas, porque cada caso tiene su peculiaridad y sus condicionantes. A mí me atrae más una arquitectura sencilla, que tenga unas raíces en soluciones tradicionales, en materiales fáciles de conseguir. Y eso no quita que pueda haber un lenguaje contemporáneo: de espacios diáfanos, abiertos, de vanos donde poder tener vistas, donde entre la luz de manera generosa, pero que también, en nuestro clima mediterráneo, hay que controlar. Y, de nuevo, la arquitectura tradicional ofrece herramientas: contraventanas, toldos, aleros, patios, porches... Son soluciones que en el Mediterráneo se han empleado toda la vida. Y se puede hacer uso de ellas con un lenguaje contemporáneo, con esa arquitectura de geometría más básica, más contundente, más rotunda, de grandes vanos. Pero insisto en ese control lumínico y de radiación solar hoy en día, cuando tenemos una preocupación mayor por la eficiencia energética que en los años 70 y 90, que hubo una confianza excesiva en que la ingeniería y las instalaciones lo resolvían todo. Ahora, con la crisis energética, la crisis medioambiental... ya somos más conscientes de esa problemática y deberíamos tratar de que la arquitectura, de manera inicial, responda a eso y que no sean las instalaciones las que nos resuelvan todo cuando ya está hecho.
–Ahora se tiende a hablar de las soluciones basadas en la naturaleza (SBN) y los sistemas urbanos de drenaje sostenible (Suds).
–De nuevo, son nombres para cosas que, en muchos casos, se han venido utilizando siempre, pero ahora vivimos en esta época de todo 'marketing' y de comunicar con nombres muy rimbombantes.
–Sí, pero las ciudades han hormigonado todo, también ramblas, han aplanado el terreno... Y, en cuanto llueve un poco, se inundan o, si hace mucho calor, se convierten en un horno.
–Tengo la sensación de haber llegado antes de tiempo, no tarde.
–¿Por?
–Pues porque, por ejemplo, nosotros hicimos un proyecto de urbanización en Santo Ángel en 2015 (se terminó en 2018) y recuerdo estar peleándome con los técnicos del Ayuntamiento porque habíamos diseñado un sistema de drenaje sostenible en el que el alcantarillado no estaba calculado para recoger toda el agua de lluvia de una tormenta, sino para que parte se infiltrara en el terreno e incorporara humedad a las zonas que nos interesara.
Diseñamos unos jardines, unas calles con adoquín permeable para que el agua se infiltrara y, luego, esas calles la derivaban a las zonas con vegetación. Preparamos una zanja drenante donde el agua se metía y, antes de acabar en los sumideros del alcantarillado, se infiltraba en el terreno y lo humedecía de cara a la época de sequía.
Pues eso, teníamos discusiones con los técnicos del Ayuntamiento porque decían: 'No, no, no, hay que diseñar un tanque de tormenta'. Pero si no hace falta, si el agua la vamos a meter en la tierra. Ellos eran de esa idea de las infraestructuras de ingeniería, de canalizaciones de hormigón, de tanques de tormenta, pensando en grandes avenidas, porque se había perdido esta costumbre de que la naturaleza reacciona de manera natural ante acontecimientos como lluvias o grandes avenidas.
Por eso digo que los nombres muchas veces son solo una cuestión de 'marketing', porque lo cierto es que eran soluciones tradicionales que se habían olvidado. Y las nuevas estaban provocando problemas porque sobredimensionamos todas nuestras instalaciones y porque (es muy básico) si metes agua en canalizaciones donde el agua no permea, va más rápida. Y, cuanto más rápida va, más erosiona. Y, cuanto más erosiona, más problemas genera. Y aquí lo que interesa, sobre todo en nuestro clima mediterráneo, es que se quede el agua en el terreno; entonces, cuantos más pavimentos filtrantes utilicemos, cuantas más zonas verdes tengamos en las ciudades, más vamos a retener esa agua y menos problemas vamos a tener de avenidas en ríos, en ramblas, etc.
–Con SBN, ¿se pueden transformar las ciudades, solucionarlo?
–Hombre, se van transformando poco a poco. Lo que pasa es que hay una inercia social. Por ejemplo, en Murcia, ha habido una contestación pública a un proyecto de reconfiguración de la movilidad de la ciudad porque, inevitablemente, después de 40 o 50 años de darle paso preferente al coche en la ciudad, ahora ¿quién le pone cascabel al gato? Son inercias sociales que no son científicas, ni lógicas, ni técnicas, y muchas veces no responden a razonamientos, sino a que te has acostumbrado a una forma de actuar: a coger el coche y aparcarlo cerca de casa y ¿cómo voy a renunciar yo a eso? Sin embargo, hemos renunciado a tener aceras anchas, paseos, vegetación en la ciudad, a que los niños vayan seguros como por los pueblos. Hemos renunciado a todo eso y lo hemos asumido como una realidad que no puede cambiar y, cuando planteas un cambio, la gente reacciona y te monta una manifestación. Las cosas irán cambiando, como lo han hecho en París, en Valencia o en Sevilla. Las ciudades se han ido renaturalizando, cambiando la movilidad, metiendo la bicicleta,... lo harán de manera natural y con conflictos, por supuesto, porque en las convivencias siempre hay conflictos.
–¿Qué horizonte proyecta para ese espacio de convivencia?
–Eso es lo que hay que pensar. Hoy en día parece ilógico no pensar que hace falta que las ciudades sean más amables, más verdes, con más espacios para el peatón,… pero cuesta romper esas inercias y con la arquitectura pasa tres cuartos del mismo. También hay que hablar de una arquitectura donde la vegetación es parte de la propiedad. Fíjate en lo que ha pasado con el coronavirus, que la gente ahora quiere terrazas y balcones, cuando todo el mundo ha ido acristalándolos para ganar más espacios y cerrando sus casa; ahora es al revés. Esta arquitectura es un poquito más sensata; la arquitectura mediterránea siempre se ha configurado con esos espacios ambiguos del dentro-fuera, y balcones, terrazas, patios, aleros eran parte de esa arquitectura nuestra, pero que, poco a poco, hemos ido cerrando, pensando que así éramos más listos y teníamos más metros cuadrados, pero es que el metro cuadrado de fuera también vale.
Le hemos dado la misma solución a distintas condiciones; lo que se ponía de moda en otra parte del mundo con otras condiciones distintas, hemos querido aplicarlo aquí. Hemos querido y nos lo han vendido. A mí, por ejemplo, me preguntan mucho por las 'passives houses' (otra vez con los nombres) y ¿qué es? Pues una marca, porque hay una empresa detrás que te dice que para tener una casa que consuma poca energía, tienes que hacer estas cosas. Y estas cosas son hacer una casa alemana, donde hay un invierno de nueve meses y diez días de calor al año: son casas muy herméticas, muy prismáticas, sin riqueza volumétrica como ha sido la arquitectura mediterránea de siempre y eso es lo que ahora está la gente comprando porque hay una campaña brutal.
–¿Se ha asociado la 'passive house' a la solución que se ha dado en el norte de Europa?
–Dentro del mundo de la sostenibilidad también hay trampas, porque al final vivimos en un sistema de mercado y todo se quiere vender y comprar. Pero la lógica es tratar de recuperar las bondades de una arquitectura tradicional mediterránea, de aquí, pero mezclado con todo el avance de la arquitectura contemporánea, de espacios diáfanos, de iluminación, etc. Ahí está el reto.
–Otro debate es si el desarrollo urbanístico debe ser en extensión o en concentración.
–Eso está supersuperado y está clarísimo, el problema es lo dicho, estamos en un sistema de mercado que marca. La ciudad, si la diseñas de una manera coherente, compactas, edificas cerca del centro, no en el extrarradio antes de terminar de acolmatar la ciudad, pero claro hay unos intereses económicos. Ha pasado en el entorno de los centros comerciales o en Joven Futura, que ha quedado como una isla en el norte de Murcia, y ahora no hay manera de conectarlo bien con la ciudad y se generan embotellamientos. La manera de edificar, lo lógico, sería del centro a la periferia, como han crecido las ciudades de manera natural desde la Edad Media. Pero no desde la periferia y luego demando los servicios, que esa es la historia. Toda esa lógica de la ciudad se pervierte en el momento en el que incorporas las variables de la economía actual. Es difícil, pero lo lógico sería que las ciudades crecieran de una manera sensata.
–Trasladar la zona de compras a centros comerciales y obligar a la gente a salir al extrarradio, ¿también es pervertir la ciudad?
–Eso viene del urbanismo norteamericano, que lleva haciendo centros comerciales desde los años 50. Ya en esa época surgen las reivindicaciones del urbanismo sostenible con Jane Jacobs. Ella, ni urbanista ni arquitecta, era una periodista y activista que supo tener la clarividencia de lo que estaba pasando en la ciudad norteamericana de mediados del siglo XX y escribió 'Muerte y vida de la gran ciudad', y ya anunció estas cosas. La seguridad, la cercanía y la sensación de vecindad que produce un barrio genera el tejido social y todo lo que nosotros hemos vivido como una manera de convivir en la ciudad sana, con todos sus peros porque a lo mejor conocen cosas de tu intimidad que no te apetece, pero dentro de todos esos problemas hay muchísimas ventajas que hacen que puedas salir a la calle con cierta seguridad, que no tengas que coger el coche para comprar el pan… Eso se va pervirtiendo con la creación de los centros comerciales y la zonificación (áreas residenciales, comerciales, de oficinas, de hoteles…) del urbanismo moderno, una ciudad pensada para el coche. La ciudad americana ha ido creciendo en base a esa noción y, al traerlo a la ciudad europea, que era compacta, de usos mezclados,… se ha ido perdiendo nuestra naturaleza, la de la ciudad tradicional europea y eso es lo que tenemos que tratar de recuperar. De hecho, ya en los años 70 y 80 aparece Jan Gehl, un urbanista danés que va a Italia y a los países mediterráneos a analizar cómo funciona la ciudad mediterránea y se lleva su funcionamiento al norte de Europa. Con 'La humanización del espacio urbano: La vida social entre los edificios', desde la ciencia o desde la técnica, analiza cómo debe ser el espacio público de las ciudades para que sea más humano y más pensado para el peatón y el ciudadano. Pero, realmente, se lleva la manera de hacer ciudad del Mediterráneo, y ahora compramos todo lo que viene de fuera como si fuéramos tontos y lo que estamos haciendo es comprar lo que la gente del norte ha copiado de nuestra esencia mediterránea.
–Desde Ecoproyecta desarrollaron las cúpulas geodésicas para construcción, ¿cómo funcionan?
–Ha sido casi un experimento puntual de una forma de hacer arquitectura fuera de lo convencional, porque tu vida profesional tiene algo que ver con el azar y hay cosas a las que las circunstancias te conducen. Y esto fue azaroso. Una familia nos encargó una vivienda unifamiliar y nos pidió expresamente que fuera una cúpula geodésica. A mí me gusta mucho experimentar e investigar y conocía a Buckminster Fuller, que habíamos estudiado en la Escuela de Arquitectura. Pues la vamos a hacer y con materiales naturales. Esa estructura tiene ciertas ventajas desde la perspectiva de la sostenibilidad porque optimiza mucho más los recursos materiales que necesita para cubrir un espacio que una estructura convencional. Y eso, desde la sostenibilidad, ya es interesante. Pero, además, a nivel de iluminación, puedes abrir huecos donde quieras; y el aire se mueve de manera más fluida en ese espacio. Además del atractivo arquitectónico que tiene, al ser un espacio más envolvente, amplio y diáfano.
–¿Y ha funcionado o no?
–Hemos hecho dos casas en Murcia, una en Jumilla y otra en Yecla. Luego, un planetario geodésico en Ciudad Real que se terminó hace año y medio. Y tenemos algún proyecto pendiente de terminar. O sea que sí, sí, eso nos ha dado bastante repercusión mediática, aunque proyectos materializados han sido pocos.
–Hijo de padres arquitectos, ¿de pequeño quería ser arquitecto?
–Hombre, inevitablemente me influye la figura de mi madre [Lola Alonso] y mi padre [Enrique Carbonell] y eso lo mamé. Pero, de hecho, yo me planteé estudiar Astrofísica porque me interesaba la Astronomía. Pero mi profesor de Física de COU me dijo: 'Por qué no estudias algo más útil'. Al final, un poco todo me llevó a solicitar Arquitectura, me dieron plaza en Madrid y me fui allí a estudiar en la Politécnica.
–¿Y cómo se decantó por una arquitectura sostenible?
–De pequeñito me preocupaba el no gastar demasiado: apagar luces en casa, no gastar mucha agua… Y, en los años 90, en la Escuela de Madrid, los profesores de Estructuras, un poco más 'hippies', empezaron a hablar de sostenibilidad cuando aún era un palabrejo raro que no se sabía muy bien qué quería decir. Eso me empezó a atraer y para mi proyecto fin de carrera propuse hacer el Museo Antropológico de Torre Pacheco, porque el padre de mi amigo Pedro [Michael Walker] había encontrado ese verano unos huesos de mandíbula neandertal y querían hacer una sala de exposiciones. Empezamos a darle vueltas al asunto y dijimos: 'Vamos a hacer un museo, con sala de investigación, con zona para cribar los sedimentos de la cueva…'. Eso dio lugar a un museo de investigación paleoantropológico, que se iba a llamar Museo Darwin. Fue un momento muy bonito: le di forma, hice unas maquetas, unos planos y también lo presentamos en el Ayuntamiento de Torre Pacheco junto a un presupuesto de 8 millones de euros –esta historia es graciosa y tendría que salir algún día a la luz–. El caso es que al final se hizo ese mamotreto de hormigón que está ahí plantado en mitad del campo, firmado por Federico Soriano, que curiosamente fue jurado de mi proyecto fin de carrera. El mío era otra cosa, era un edificio integrado en la ladera, semienterrado, porque ya me preocupaban estas cuestiones. Yo diseñé un edificio que aprovechaba la inercia térmica del terreno para estar fresco en verano y el efecto cueva.
–¿Todo eso fue aún en la Escuela?
–Sí, ya estaba dándole vueltas a estas cuestiones: paisaje, eficiencia energética, ahorro de agua, recursos naturales... Ya me preocupaba. De alguna manera, aunque soy arquitecto por mis padres básicamente, le he dado un poco la vuelta a unas preocupaciones más mías y de mi generación.
–Y, ahora, ¿por dónde camina?
–Ahora mismo me interesan temas que tengan que ver con la sostenibilidad y con la recuperación del patrimonio histórico, pero de nuevo es el azar el que va condicionado tu camino. Recientemente, hemos ganado dos licitaciones de la administración pública: la rehabilitación de un antiguo teatro en Burjasot (Valencia), que se construyó en 1931 y llevaba abandonado varios años; y el proyecto de rehabilitación de la biblioteca municipal de Orihuela. Estos proyectos tienen que ver con el patrimonio y, en mi caso, también con la sostenibilidad, la eficiencia energética, los materiales naturales… Esos son los criterios que trato de incorporar al trabajo que hago siempre que puedo y las circunstancias me lo permiten. En Ecoproyecta, hemos hecho de todo, desde el diseño de mobiliario urbano con perfiles de plástico reciclado hasta la planificación del paisaje en el plan de calidad del paisaje urbano de Lorca. Me gustaría poder especializarme, pero la realidad es que trabajas en lo que surge, pero siempre desde la perspectiva de la sostenibilidad.
–La sostenibilidad, ¿nos obliga a volver a la cueva, a hacer ladrillos de adobe...?
–Mucha gente lo piensa y no necesariamente es eso, porque también hay una tecnología. Yo, por ejemplo, en la Facultad de Económicas que hicieron Pencho [Juan Antonio Sánchez Morales] y mi padre [Enrique Carbonell], diseñé una fachada energética para resolver el problema de sobrecalentamiento en los despachos de los profesores generado por toda una fachada de vidrio: con sensores de temperatura que, en función de si era invierno o verano, abrían unas compuertas para ventilar y evacuar el calor o las cerraban para acumular el calor. La tecnología también aporta mucho y hay que saber aunarlo todo. No hay recetas, no hay una manera de hacer arquitectura que siempre se repita.
–¿Acabaremos haciendo casas bajo tierra como en Australia?
–Aquí tenemos Granada, Almería y Murcia, el lugar de Europa con mayor concentración de casas-cueva y su rehabilitación es una opción porque una casa-cueva, en nuestro clima, funciona de manera fabulosa, muy fresquita en verano y en invierno cálida, ya que mantiene la temperatura más o menos estable. Ganamos un concurso en Huéscar (Granada) de rehabilitación de unas casas-cueva. Aprovechando sus bondades, le metimos el conocimiento de hoy en día, incorporamos soluciones para controlar la ventilación natural en función de la temperatura. Hay que aunar tradición y tecnología, esa es una manera inteligente de hacer las cosas. Pero si la tecnología es protagonista, da lugar a un tipo de arquitectura sofisticada que choca con los principios de la sostenibilidad. Si las instalaciones, los sensores, la domótica, no los acompañas de un diseño bioclimático previo, un diseño pasivo, estás confiando todo en algo que puede fallar; hay que tener unos cimientos, una arquitectura bien pensada, razonable y, a partir de ahí, seguir incorporándole mecanismos que tienen que ver con esta tecnología.
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