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Teatro, democracia y libertad
OPINIÓN

Teatro, democracia y libertad

JAIME HERNÁNDEZ GARCÍA

Lunes, 27 de mayo 2019, 22:19

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Marzo de 415 a.C. La endeble tregua con Esparta permite a los atenienses acudir en masa al teatro de Dioniso. Así viene sucediendo ininterrumpidamente todas las primaveras desde hace más de cien años, prácticamente desde que Clístenes instituyera la democracia. La tensión, no obstante, flota en el ambiente. En el recuerdo de todos está aún la masacre perpetrada por las tropas atenienses contra los habitantes de Milo como represalia por flirtear con Esparta. Todos los varones ajusticiados; y las mujeres y los niños, tomados como esclavos. No hubo piedad. La desazón por lo ocurrido aún azota la conciencia del demos (pueblo). En la mente de los actuales gobernantes, no obstante, ronda la idea de emprender una nueva y sanguinaria campaña contra Sicilia. Pero no todos aprueban este propósito...

En este contexto Eurípides estrena Troyanas, un hermoso alegato antibelicista, en el festival de las Grandes Dionisias. El actor que encarna a Poseidón en el prólogo no debe ser prolijo en la habitual exposición de los antecedentes. Era conocida por todos la leyenda. Los niños en las escuelas han aprendido a leer con Homero. Saben que las tropas argivas comandadas por Agamenón no dejaron ni los rescoldos de Troya. Sorprende que el dramaturgo ático adopte el punto de vista de las mujeres troyanas el día después de la toma de la ciudad. La voz de las mujeres de la vieja Ilión -reflejo de las víctimas indefensas y silenciadas en todos los conflictos bélicos- resuena en el teatro y su eco se transmitirá en el ágora y en el dédalo de callejuelas de la ciudad. Todos los varones ajusticiados; y las mujeres y los niños, tomados como esclavos. Tampoco hubo piedad en Troya. La candente actualidad proyectada en un mito secular.

Autocrítica

Han pasado casi dos mil quinientos años desde ese 415 y me sorprendo de la modernidad de este pueblo que compartió con nosotros luz, mar, olivos y vino. Eurípides, con su poética reprobación de los desmanes consumados por sus conciudadanos y con su oposición a los planes sinestros que están por venir, obtuvo un segundo premio en el certamen dionisíaco. El premio, de la mayor relevancia en el panorama cultural ateniense, no lo otorgaba un jurado de famosos o gobernantes oportunistas en busca de notoriedad pública, sino una comisión de ciudadanos elegidos por sorteo. Intento rastrear culturas que hayan logrado siquiera acercarse a ese nivel de autocrítica y de libertad de expresión y me sobran dedos de la mano. No hallo parangón. Nosotros, tal vez... Me asaltan ciertas dudas.

La tragedia ática nace y muere con la democracia. Sin un sistema de participación ciudadana en el gobierno de la polis no habría sido posible este género literario. Diría más. Sin el drama ático no habría existido democracia. Un espacio escénico donde se sublima el poder de la palabra y la deliberación conjunta. Es la esencia del teatro: el diálogo, el intercambio de pareceres. Aunque theatron significa «lugar donde se contempla», el espectador ateniense no constituye un factor pasivo en el espectáculo. Tiene voz en el drama y su voz es el coro. Los coreutas, portando la opinión de las gentes, entran en escena literalmente desde la calle. El teatro arcaico comenzó con el coro. Es su germen. Es el demos, representado por el coro, quien interpela a unos héroes llevados al límite. Cuando el género dramático se desprende de ese cordón umbilical que le unía al pueblo, el drama desaparece y con él desaparece la democracia. Atrás quedan los tiempos en que el espectador se liberaba y purificaba su alma y aprendía comportamientos éticos profundamente humanos con el drama. Atrás quedó esa escuela para formar ciudadanos libres y comprometidos con la ciudad que era el teatro griego. La modernidad lo recuperó.

Lección de poesía. Lección de democracia. Lección de vida.

Gracias, Grecia.

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