La Murcia real de 1969
Jerónimo Tristante refleja en su novela, reeditada por Algaida, el trasiego de la capital a finales de los 60, donde se inicia la trama de su libro
Me instalé definitivamente en Murcia -como periodista llegado de Madrid- pocos años antes de la historia que narra Tristante en su '1969'. El desarrollismo de ... los sesenta empezaba a desperezarse a trompicones en una ciudad rodeada por una huerta que dieron en llamar 'de Europa'. No era forastero aquí, pues había nacido en Jumilla poco después de acabar la Guerra Civil. Desde niño, mis visitas a la capital habían sido frecuentes. Incluso estudié en la Escuela de Comercio las esperpénticas enseñanzas que allí vendían. Por aquel tiempo, el centro había salido del viejo y destartalado trinquete de pelota vasca en el que se ubicaba y lo pasaron a un lateral del noble edificio del Teatro de Romea. Por la mañana, contabilidad; y en funciones de tarde y noche, Finita Rufett, supervedette (debidamente rasurada y censurada) o algo de zarzuela, que era cosa muy española y de reconocida moralidad.
En la puerta misma había un urinario público. A su vera consumíamos el obligado ocio los alumnos, oliendo orines retestinados durante largas y tediosas horas, justo las que pasábamos allí esperando en vano que acudieran los profesores que habían decidido fumarse la clase, animados por el reclamo de otros negocios del pluriempleo que les resultaban más atractivos.
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POR EL ALZAMIENTO, POLLO ASADO
Cuando volví, en 1964, como periodista fichado por el diario LA VERDAD, no me encontré con una Murcia muy diferente. Fue en pleno verano. El húmedo calor de la vega apretaba con ganas. La primera información que me encargó el redactor-jefe fue cubrir una comida de hermandad -a base de pollo asado, tan de moda entonces- con la que el Ayuntamiento capitalino convidaba a los funcionarios para festejar debidamente el 18 de julio. Ya por la mañana, en el Gobierno Civil -una construcción de aire colonial, con su palmera y todo-, había tenido lugar el tradicional y obligado taconazo, que consistía en cuadrarse militarmente ante el gobernador civil y jefe provincial, gritando un emocionado 'Arriba España'. Como yo llegaba de un Madrid que se había modernizado más rápidamente, me chocó encontrarme en aquel almuerzo gallináceo con los corresponsales de las agencias de prensa Efe y Mencheta, que iban a cubrir informativamente una comida en realidad nada trascendente, para trasladarla a los diarios nacionales. El trabajo se cobraba en base a los minutos/segundos que duraba la transmisión por teléfono.
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'¡ESCAPULARIOS Y MEDALLAS!'
Aquella Murcia no se daba demasiada prisa en modernizarse. La tibieza del clima durante la mayoría de los meses tampoco ayudaba a acelerar los ritmos. Durante las interminables siestas, en la calle de la Trapería, una de las más céntricas y agradables, se oía el pregón, grave y cansino, de un vendedor ambulante que recitaba así su mercancía: '¡Escapularios y medallas!'. El anuncio se colaba por las ventanas entornadas y equivalía a una repetitiva nana publicitaria alimentando el sueño de los durmientes. Por la calle no circulaba ni un alma. Un poco más tarde, cuando el calorazo levantaba sus pesadas alas, regresaban los puestos con las cestillas de olorosas fresas. Cuando ya el sol dejaba de iluminar la estrecha calzada de las calles de configuración moruna, el establecimiento de Sirvent sacaba al privilegiado enclave de las Cuatro Esquinas -donde se cruzaban Trapería y Platería- las sillas y mesas que iban ocupándose, para satisfacer el rito de refrescarse con un helado que despejara la modorra del sesteo.
En una zona céntrica de la ciudad, al pie del Puente Viejo, a solo unos pasos del bien plantado Hotel Victoria (que era un signo de lujo y empaque) todavía quedaban varios talleres de artesanía muy primitiva. Entrevistando a los artesanos en umbrosos locales con olor a esparto y serrín, me demoraba narrando su quehacer cotidiano, con fotos de ellos y sus productos, con destino a unas páginas especiales del periódico, en honor de la Virgen del Carmen, que daba y da nombre al barrio.
«Desde el Malecón se divisa, en primer término, el Hotel Victoria, donde estuvieron hospedadas Ivonne y Veronique, prostitutas presuntas en la novela de Tristante»
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PELANDO LECHUGAS EN EL MALECÓN
El Malecón es un monumento emblemático entre los murcianos. Se inicia cerca del Puente Viejo, al lado mismo del Mercado de Verónicas, sin duda el más popular y mejor surtido de todos. Impide que las avenidas del río Segura inunden la ciudad. Es un grueso muro de tres metros de altura y tan ancho como una amplia avenida. Siempre fue un paseo muy concurrido, en cuyos bancos de piedra, a la salida del Club Remo -una construcción pegada al río, donde se organizaban bailes juveniles-, las parejas pelaban, mejor que la pava, las lechugas procedentes de los huertos de la margen izquierda, a los que se accedía a través de vistosos arcos de piedra que aún se conservan. En la margen derecha rutilan las bombillas de los accesos al Murcia-Parque, dotado de cine al aire libre y piscinas, componiendo un apartijo de higiénica cosa artístico-deportiva.
Desde el Malecón se divisa, en primer término, el Hotel Victoria, donde estuvieron hospedadas Ivonne y Veronique, prostitutas presuntas en la novela de Tristante. Al fondo, mirando hacia la ciudad, se alza, detrás de la Glorieta del Ayuntamiento, la torre de la Catedral -de noventa y tres metros de altura- desde donde cayó Ivonne al pavimento de la plaza de la Cruz. Por aquel tiempo, un entretenimiento de los murcianos -sobre todo de los chavales- y también de quienes llegaban de visita, consistía en subir hasta el campanario (donde manda una campana por nombre Nona), superando los que parecían inacabables tramos de la escalera de caracol.
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IVONNE Y LA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA
Aquella Nochebuena de 1968, Ivonne murió en el acto, como consecuencia de su caída junto a la fachada de la sede de la Asociación de la Prensa, que editaba la 'Hoja del Lunes'. Allí se reunían los colegas de 'Línea', periódico de la cadena del Movimiento (que usaba las instalaciones de 'El Liberal', clausurado por el Régimen), y LA VERDAD, diario católico, que por entonces había experimentado una mejora espectacular, al convertirse en una publicación de carácter y ámbito interprovincial, bajo la dirección del periodista Venancio Luis Agudo, enviado desde Madrid por la Editorial Católica.
Periodísticamente hablando, en aquella tranquila Murcia de 1969 no pasaba nada. Quiero decir habitualmente, porque de tarde en tarde tenían lugar sucesos tremendos. Uno de los más recordados era la riada de Santa Teresa, que tuvo lugar el 15 de octubre de 1879 y dejó inundada casi toda la ciudad. Otro horror más reciente, de 1965, todavía se comentaba en las tertulias. Se conocía como la masacre de los Martínez del Águila. Una niña de doce años mató a cuatro de sus hermanos menores, suministrándoles cianuro mezclado con la manteca del bocadillo.
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¿ROGATIVAS, SI EL TIEMPO NO INVITA?
Todos los días, el fotógrafo Tomás con su cámara y yo con mi cuaderno nos echábamos a la calle, sobre la media mañana, a pecho descubierto, en busca de algo noticiable. Por bromear, cogía de la mano al colega para protegerlo de un tráfico más que escaso. Él fingía que se enfadaba y me amonestaba: «¡Por favor, Pepe, gasta formalidad!». Circulaban galeras tiradas por mulos, que cubrían el trayecto desde la estación ferroviaria del Carmen hasta la monumental plaza del Cardenal Belluga. En ella puede verse la fachada del Palacio Episcopal, ocupado entonces por un monseñor catalán, pintoresco y testarudo, que, con una lógica aplastante, no autorizaba que sacaran a la Patrona, la Virgen de la Fuensanta, en rogativa, si el tiempo no estaba para llover. Más allá queda el venerable Seminario Mayor y, a unos pasos, el grandioso espectáculo barroco de la fachada catedralicia que mira a poniente, coronada por un magnífico imafronte poblado de todo tipo de imágenes en diferentes posturas. Esta plaza constituye el corazón de la ciudad.
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FERNANDO GARCÍA-NIETO Y EL VICTORIA
En nuestro recorrido, hacíamos paradas en los hoteles, por si había llegado algún visitante de interés o tenía anunciada su llegada. Precisamente el Hotel Victoria, junto con el Rincón de Pepe, era un punto informativo de privilegio. El autor de la novela retrata al director como un señor alto y con bigotito, al que llama Desiderio Córcoles. En la realidad era más bien bajito, muy activo y de cabellos níveos recortados. No mostraba pelos en el rostro, ni tampoco en la lengua, pues era dueño de un discurso excelente. Su nombre era don Fernando García-Nieto, profesional de excelente tradición hostelera. Un caballero exquisito que hablaba varios idiomas y cada año pasaba una temporada en Suiza esquiando. Además de proporcionarnos información sobre los clientes que merecieran pasar a las páginas del periódico, nos obsequiaba con su bebida predilecta, clara con limón, que era como una medicina contra los efectos del cansino verano murciano.
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CERILLAS SUECAS COMO NOTICIÓN
Por entonces empezaban a llegar los primeros autobuses con turistas extranjeros. A todo le sacábamos partido Tomás y yo. En una ocasión entrevistamos a un fabricante sueco de cerillas de madera, solo por eso. En la terraza del Victoria tuvimos ocasión de charlar con lo más florido del espectáculo nacional -toreros, folclóricas, escritores, artistas- que se desplazaba a la provincia en busca de dinero y aplausos.
También llegaban algunos políticos (sobre todo para comer en el Rincón de Pepe, que era conocido mundialmente). Pero el trato distendido con ellos era misión imposible. Solo podíamos abordarlos en ruedas de prensa de mucha tiesura, de las que siempre salíamos con la cabeza caliente y los pies fríos. Una de estas sesiones fue con García Carrés, un falangista muy gordo y con bigote, que era presidente del sindicato nacional de actividades diversas. Dijo que recibía muchas cartas de los españoles y a mí, jodido por el aburrimiento, se me ocurrió preguntarle si más o menos que el cantante Raphael. Eso lo enfureció y me expulsó de la reunión.
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LAS GOLONDRINAS MUERTAS
Murcia intentaba darle a conocer al mundo del turismo la calidad de sus playas, en la llamada Costa Blanca (después pasaría de Blanca a Cálida). La Manga era entonces una alargada colección de dunas, sin vegetación apenas. El Mar Menor parecía hecho a la medida de los principales deportes acuáticos y del baño de asiento. Desde la orilla se adentraban en el agua pintorescos balnearios de madera que daban al paisaje un toque como oriental. En aquellas fechas solo había un hotel importante, el Entremares, al comienzo de la Manga.
Algunos días no nos proporcionaban ninguna noticia mínimamente potable que llevarse a la boca. En tales apuros, buscábamos a algún pintor (en Murcia había muchos y muy buenos) que nos contaban sus proyectos más inmediatos. Otras veces fabricábamos informaciones desfigurando la realidad, como aquel colega de la competencia que, en una tórrida mañana, encontró muerta en la calle una triste golondrina y tituló así su noticia: 'Murcia amanece inundada de golondrinas muertas por el sofocante calor'. Un buen recurso era referirse a todo lo que tuviera que ver con el genial imaginero Salzillo. Sus imágenes de la Pasión -que desfilaban en la mañana del Viernes Santo- son sublimes y de un gran realismo bien que alado. Francisco Salzillo hizo también un Belén monumental, en el que sus personajes representan, por sus oficios, a la sociedad murciana de una época.
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DOS COMUNISTAS Y UN POLICÍA POLÍTICO
Una huelga con manifestación en la calle y policía de por medio -como aquella de los trabajadores de la fábrica de calzados Cauchos de Levante- significaba un premio gordo para el periodista. Los movimientos obreros asomaban ya la oreja y la autoridad gubernativa no perdía comba. El Primero de Mayo se celebraba en el Valle, un lugar de asueto en la montaña, la demostración de coros y danzas a cargo de la Sección Femenina del Movimiento. Una de sus jefas era Rosa, la novia del protagonista de la novela, el policía Alsina.
El Primero de Mayo (festividad de San José Obrero para el Sistema) no se detectaba en la ciudad ningún movimiento de protesta. Salvo uno, pero tan discreto, que solo unos pocos lo conocíamos. Un prestigioso médico radiólogo, perteneciente al cuadro médico de la Asociación de la Prensa, y un poeta de talante entrañable y estudioso del flamenco, vinculados ambos al Partido Comunista, salían a la calle y se paseaban alrededor de la Glorieta de España, junto al Ayuntamiento. Quienes estábamos en el secreto nos acercábamos a verlos. El tercer personaje era un policía de la secreta. Ninguno de los tres hacía alarde de nada, pero todos sabíamos por qué estaban allí.
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EL COMISARIO QUE HABLABA INGLÉS
La Comisaría estaba en el edificio que antes ocupaba el Gobierno Civil, al lado de la iglesia de los Jesuitas de la plaza de Santo Domingo, donde en su día ajusticiaron al bandido Jaime Alfonso El Barbudo, natural de Crevillente. El interior era destartalado, pero la fachada de piedra añeja tenía pretensiones: mostraba un salvaje a cada lado de la puerta. Alsina pasó allí muchas horas, dedicando lo principal de su atención a una botella de Licor 43 y a sus depresiones. Hasta que se sacudió la modorra vital y se reactivó por el acicate que le supuso la peripecia de la muerte de Ivonne. Apenas tenía relación con sus compañeros, con los que no empatizaba. En el mundo real, el comisario, que se llamaba Maximino Conesa, era sin embargo un hombre popular y, en general, estimado. Además de ejercer de policía, daba clases de inglés y se desplazaba por la capital a bordo de una humilde motocicleta. Los alumnos se lo pasaban en grande cuando, en llegando al aula, comoquiera que la pistola le molestaba pegada a las costillas, la depositaba encima de la mesa a la vista de todos.
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OLIENDO A TERNERA CON GUISANTES
Murcia olía, en la zona urbana, a ternera con guisantes, y en la huerta, a habas tiernas o convertidas en michirones. Detrás del Victoria quedaba la Casa de la Inquisición, que era la sede del periódico 'Línea'. Un poco más allá, frente a la iglesia de San Pedro, lucía un magnífico bar-cafetería, llamado Olimpia. En medio de la fachada, a unos metros del suelo, un enorme camarero de madera anunciaba, bandeja en mano, los atractivos del interior. Por allí pasaba frecuentemente Alsina, camino de su pensión. Probablemente se tomó algún café, mientras escuchaba canciones de moda en el tocadiscos de vinilo gigantesco, que ocupaba toda una pared. Disponía también el local de una báscula automática para personas e imprimía el peso de cada usuario en el reverso de una tarjeta de cartón, en la que venía la foto de un futbolista. Esto último encandilaba a los zagales.
El bocado más socorrido en Murcia era (y sigue siéndolo) el pastel de carne, cuya deliciosa cubierta de hojaldre elaboraba la confitería Bonache. En dulcería, las pastillas de café con leche, preparadas por Alonso, seguro que fueron objeto de regalo por parte de Alsina a su novia Rosa. Un excelente mirador, que el protagonista de 1969 utilizó alguna vez, eran los dos enormes ventanales del Casino, desde donde podía verse la animación de la gente en la calle de Trapería, aunque el policía buscaba frecuentar establecimientos menos señoriales, salvo que el concurrido Casino le fuera imprescindible para sus pesquisas.
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LA FABULOSA CARRERA DEL ESPACIO
Durante todo el 1969, rusos y americanos compitieron duramente en la que dieron en llamar 'carrera del espacio'. Cada día, los informativos de los medios de comunicación traían, en días impares -es un decir- noticias de proezas de los soviéticos y, en los pares, maravillas de los yanquis, con el espacio infinito como terreno de sus juegos. Nada más comenzar el año, la Unión Soviética lanza la nave Soyuz 5. Pocos días después, un Nixon de presidencia explosiva toma posesión del cargo. En julio, contado para España a través de la tele, por el tan cansino y afectado locutor Hermida, el ser humano pisó la Luna, con el patrocinio de los Estados Unidos. Todo esto tiene mucho que ver con la trama que enjaretó Tristante en su novela y viene a ser, en cierto modo, lo que la justifica. Por este tiempo, algo se movía en la rural pedanía murciana de Gea y Truyols, que mucha gente sigue creyendo que pertenece al Campo de Cartagena.
La zona es desconocida para la mayoría de los murcianos, aunque suelen frecuentarla los aficionados al senderismo. Gea y Truyols tiene 1.042 habitantes y una superficie de poco más de cincuenta y un kilómetros cuadrados. La zona es muy tranquila y está llena de sol y silencio, en la ladera de la sierra de Columbares. Google destaca que una de sus calles se llama del Whisky y otra de la Cerveza. El lugar está muy bien elegido por el autor para situar allí actividades que requieran secretismo, con pocas y muy discretas personas que prefieren observar y no hacer comentarios. Salvo que quieran perder la vida.
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LAS BOMBAS ATÓMICAS DE PALOMARES
Tanto aquí como en el resto de Murcia, seguía vivo el recuerdo del accidente de Palomares. Solo tres años antes, a escasos kilómetros del pueblo almeriense de Vera, chocaron un bombardero B-52 y un avión nodriza KC-135, ambos del ejército de los Estados Unidos, a 10.690 metros de altura. Hubo un fallo en la maniobra de acoplamiento y los dos aviones colisionaron, se destruyeron y cayeron. El B-52 llevaba cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones cada una. Dos de ellas quedaron intactas, una en tierra y la otra en el mar. Las que cayeron en tierra se localizaron en seguida. La que cayó al mar fue recuperada ochenta días después, gracias a las indicaciones de un pescador de la localidad murciana de Águilas, conocido desde entonces como Paco el de la Bomba.
El destello que produjo el choque fue visto por un camionero que se dirigía a Murcia por la carretera de Alicante. El conductor telefoneó la noticia a la redacción de LA VERDAD. Tomás y yo nos pusimos rápidamente en marcha, aunque un poco a ciegas, hasta que finalmente llegamos a Palomares. Actualmente, la zona es un enclave mitad turístico, mitad agrícola.
La carrera espacial entre rusos y americanos, muy divulgada durante 1969 por los medios de comunicación, familiarizó a mucha gente con el tema aeronáutico. Y más todavía cuando, llegado julio, se produjo el alunizaje. No pocos senderistas curiosos eligieron aquellas rutas que tenían que ver con el territorio que se describe en '1969', pretendiendo detectar qué clase de relación pudo haber entre Murcia y la Luna. Esta sugerencia aparece escrita como una posibilidad en la contraportada de la novela.
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