Baudelaire, la estrofa perdida y encontrada
El catedrático de Filología Francesa y crítico Francisco Torres Monreal, traductor del poeta francés, analiza la estrofa manuscrita que aparece en un ejemplar de 'Las flores del mal' recientemente subastado
FRANCISCO TORRES MONREAL
Lunes, 13 de enero 2020
En fecha reciente ha tenido lugar en París la subasta del ejemplar de la primera edición de 'Les fleurs du mal', de Charles Baudelaire, que ... contiene el poema 'Le bijoux' -Las joyas-, completado con una estrofa final manuscrita que no se incluyó, posteriormente, en la edición de 1861, en vida del poeta, ni en ninguna otra edición hasta nuestros días. ¿Tiene tanta importancia este hecho literario para que de él se ocupen los rotativos y noticiarios del mundo entero? Quizá la tenga si consideramos que, en mi opinión, la poesía en general -de cualquier tiempo y latitud- se divide en un antes y un después de Baudelaire. Mi aserto parecerá excesivo a muchos lectores y críticos. Ahí lo dejo, no obstante, sin dar de ello mayores argumentos, a la espera de poder hacerlo, si ello fuere necesario, en tiempo y espacio más oportunos. Me centraré en el hallazgo de la estrofa baudelaireana. Antes de seguir adelante, me parece que procede poner a la vista del lector los cuatro alejandrinos originales de la misma, seguidos de mi traducción en alejandrinos castellanos, en la que meilleur -mejor- lo he traducido por mayor, por considerar que se adapta más al espíritu de nuestro idioma. Vaya, pues, dicha estrofa:
Et je fus plein alors de cette Vérité:
Que le meilleur trésor que Dieu garde au Génie
Est de connaître à fond la terrestre Beauté
Pour en faire jaillir le Rythme et l'Harmonie.
Y con esta Verdad entonces fui colmado:
que el tesoro mayor que Dios reserva al Genio
es conocer a fondo la Belleza terrestre
para hacer brotar de ella el Ritmo y la Armonía.
«Estamos ante una estrofa emparentable con el neoplatonismo místico, como coronación de un poema cien por cien erótico. El amor, el erotismo, son inseparables de la mística»
El lector que haya seguido la noticia está en su derecho al preguntarse por qué Baudelaire no publicó dicha estrofa en la edición de 1861. ¿Fue una omisión consciente y enteramente voluntaria y razonada, o debe ser achacada simplemente a descuido u olvido? A menos que la crítica de las fuentes originales descubra las auténticas razones, no es posible descartar que el olvido o descuido sea la causa de dicha omisión. Tal descuido vendría abonado, entre otras razones, por sus continuos cambios de domicilio, los que justifican la pérdida lamentable de un ochenta por ciento al menos de la correspondencia recibida por el poeta -por poner solo este ejemplo-.
¿Tiene tanta importancia este hecho literario para que de él se ocupen los rotativos y noticiarios del mundo entero? Quizá la tenga si consideramos que la poesía, en general, se divide en un antes y un después de Baudelaire
De no ser achacada a descuido u olvido, cabría pensar que la omisión de dicha estrofa pudiera ser consciente. Esta hipótesis, que me sirve de pretexto en mi razonamiento, nos lleva a otra pregunta: ¿por qué, entonces, el poeta se negó a su publicación? Creo que los críticos hemos de atrevernos a formular respuestas fundadas, aun asumiendo el riesgo de error que ello conlleve. Veamos el contexto. La estrofa cierra un poema que podría haber sido considerado como lúbrico y condenable por la moral de la época en Francia. De hecho, así ocurrió. Sabemos que, en el verano de 1857, a instancias del Procurador general, el tribunal de justicia de París condenará seis poemas de 'Las flores del mal', unos por atentar contra la moral imperante -ahí se incluye 'Les bijoux'-, otros -como 'La tentación de San Pedro'- por atentar contra la ortodoxia católica. Sin embargo, no creo que Baudelaire se negase a la publicación de dicha estrofa por temor a las represalias de la censura. El talante de Baudelaire, como sobradamente lo prueban sus 'Escritos íntimos', no se avenía a tales componendas. De ser esa la razón, el poeta habría suprimido otras estrofas e incluso poemas enteros.
¿Contradicción?
En mi opinión, la citada estrofa cae del lado del que conceptuaré como el Baudelaire de tendencias místicas. ¿Tendencias místicas en un poeta maldito y padre de poetas malditos? ¿Contradicción? No tanto, incluso pensando que -siempre en el contexto histórico- el propio Baudelaire apele al derecho a contradecirse que, como él afirma, no fue reconocido, desafortunadamente, entre los derechos humanos proclamados por la Revolución francesa. La supuesta contradicción estructura su pensamiento y su obra toda. El título del libro que incluye el poema al que me estoy refiriendo, 'Las flores del mal', ya implica una contradicción: flores (belleza, elegancia, luz, ángel, Dios...) frente a Mal (tinieblas, Satán, fealdad...). El libro entero oscila entre los polos del Esplín, del lado del Mal, y el Ideal, del lado contrario. Pero hay algo más: el propio Baudelaire cayó en la trampa de las clasificaciones en contrarios al dividir parte de sus poemas como poemas del Esplín frente a otros colocados del lado del Ideal. Y es que, en la mayor parte de los poemas, el poeta pasa del Esplín al Ideal con la mayor naturalidad. Ahí radica, en parte solamente, su originalidad y, según su propio convencimiento, su innegable modernidad. Hay, no obstante, algunos poemas dominados por el Ideal -véase 'Elevación' y la segunda parte de 'Bendición'-. Es decir, los poemas rayanos en la mística, en lo que él mismo llamará el sobrenaturalismo, cuyo pensamiento, a través de Swedenborg, entronca con el neoplatonismo y el agustinismo, del que derivarán la mayor parte de las tendencias místicas que han de seguir, particularmente en la escuela franciscana, en la que cabe subrayar el tratado Itinerarium mentis in Deum, de San Buenaventura, libro en el que el místico propugna el paso de la belleza de las cosas terrenas a la belleza sobrenatural.
Pero volvamos con nuestra estrofa y su lenguaje emparentable con el lenguaje místico. Advirtamos que el poeta habla de una Verdad, en mayúsculas, considerada como un don que Dios (también en mayúsculas para que no haya error de apreciación) reserva al Genio. Ese don consiste en posibilitar al poeta un conocimiento profundo de la Belleza contenida en las cosas terrestres para, desde este ahondamiento, saltar al don espiritual consistente en el Ritmo y en la Armonía, nociones que enlazan con lo sobrenatural.
«La sed insaciable de cuanto está más allá, y que revela vida, constituye la prueba más viva de nuestra inmensidad [...]»
Baudelaire, en definitiva, nos está hablando de la transcendencia del arte, según su teoría de las correspondencias, consistente en dar con las analogías entre lo manifiesto y lo oculto, entre lo material y lo espiritual, entre lo terreno y lo celeste. La creación poética equivale a una operación mística. La profundización romántica le lleva a la figuración simbolista y, aún diríamos, superrealista del arte, que él califica de sobrenaturalismo (término que A. Breton le copia, aunque posteriormente adopte el de superrealismo). Más que en la pintura, estas analogías se manifiestan en la poesía y en la música, particularmente en la de Wagner y Liszt, a los que alude en 'Mi corazón al desnudo', párrafos 24 y 68.
Inmortal instinto
No creemos que, de haber desarrollado su doctrina de las Correspondencias, hubiera dejado más explícito su pensamiento sobre la teoría analógica de la creación de lo que lo hizo en sus 'Nuevas anotaciones sobre Edgar Poe'. Escribe en este ensayo: «Este admirable, este inmortal instinto de lo Bello nos lleva a considerar la tierra y sus espectáculos como una imagen, como una correspondencia del Cielo. La sed insaciable de cuanto está más allá, y que revela vida, constituye la prueba más viva de nuestra inmensidad [...]. De este modo, el principio de la poesía consiste, estricta y simplemente, en la aspiración humana a una belleza superior, y en un entusiasmo, en una excitación del alma». En declaraciones similares abunda el ensayo sobre Théodore de Banville, su 'E. A. Poe, vida y obras' y sus artículos sobre Víctor Hugo. Referidas a la música cabe destacar estas transcendencias en su ensayo sobre Wagner, Richard Wagner y 'Tanhausser en París', 1961, y en su poema en prosa sobre Liszt titulado 'El tirso'.
En definitiva: estamos ante una estrofa, de lenguaje emparentable con el neoplatonismo místico, como coronación de un poema cien por cien erótico. El amor, el erotismo son inseparables de la mística. ¿Acaso no ha sido 'El cantar de los cantares', el poema más erótico de la tradición judeo-cristiana, el modelo que ha inspirado, a lo largo de los siglos, los cantos más excelsos de la poesía mística hebrea, cristiana y sufí? Nos guste o no, nuestro poeta maldito está dentro de esta tradición.
Y con esta Verdad entonces fui colmado:
que el tesoro mayor que Dios reserva al Genio
es conocer a fondo la Belleza terrestre
para hacer brotar de ella el Ritmo y la Armonía.
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