'Tres cucharadas de lentejas', ni pescado ni pepino
En esta nueva obra suya, Paco López Mengual demuestra, con creces, ser un espléndido cuentacuentos, un ameno parlanchín de siete pares de suelas que, de proponérselo, no se callaría ni debajo del agua
Paco López Mengual, autor, editor y mercero -el mercero más famoso del mundo, sin duda alguna-, es el mismo que viste y calza con obras ... de tanta enjundia y valía como 'El mapa de un crimen', 'El último barco a América' y la espléndida y conmovedora 'Espinosa Pardo (Historia de un confidente)'. Al margen, claro, de sus más que conocidos libros de carácter juvenil, sus cuentos, sus crónicas y sus romances. En esto de la literatura, sea del género que fuere, López Mengual no da puntada sin hilo, y nunca mejor dicho tratándose de un ilustre y experimentado mercero, siempre con la oreja atenta a los sabrosos comentarios de su clientela, que es, al cabo, la fuente principal de su literatura y de sus deliciosos -tan deliciosos como breves- artículos periodísticos.
'Tres cucharadas de lentejas' es uno de sus libros más raros. Pero también una de sus mejores obras. No es novela, ni un libro de memorias, ni un cuento chino, ni un ensayo antropológico, ni un relato autobiográfico… Y, sin embargo, es todo eso, y alguna cosa más, junto. Es, de entrada, un texto fluido, sin capítulos, con pocos puntos y aparte, con el que el mercero de Molina atrapa al lector -doy fe de ello- desde el primer párrafo, desde la primera línea, cuando asegura, con una contundencia propia de quien ya ha cumplido los sesenta, que nunca come pescado. Para aclarar, más adelante, que tampoco prueba el pepino. Y da sus razones. La del pepino me ahorro explicarlo por si hay menores en la sala. Pero la del pescado tiene que ver con los muchos ahogados a los que terminan devorando los peces sin escrúpulo alguno, como si fuera la cena del rey Baltasar. Así que ni pescado ni pepino.
Paco López Mengual deja claro, desde el principio, que siente gran pasión por escuchar y narrar historias. Y bien que se nota. Una de las primeras narradoras de su vida fue su propia madre, en tanto que le hacía tragar las dichosas lentejas, y las judías y los garbanzos. Y es que, asegura poco después, las buenas historias, como los viejos rockeros, nunca mueren, y producen un alegre cosquilleo en el estómago.
Embobados
La técnica a la hora de elaborar su libro es tan vieja como sencilla, al más puro estilo juglaresco. Paco toma la guitarra o el laúd -ignoro cuál es su relación y su conocimiento de tales instrumentos musicales- y se enrolla como auténtica persiana, dejando literalmente embobado al lector. Y, de vez en cuando, le añade una pequeña dosis de humor para condimentar el guiso. O las lentejas. Como, por ejemplo, cuando elucubra sobre la estrambótica idea de que a los de Ikea les dé por vender ataúdes desmontados en un kit. E imagina, a continuación, a todos los deudos arrodillados, entre un montón de tablas y tornillos, leyendo con suma atención el manual de montaje, en tanto el muerto aguarda sin prisa alguna.
Tiene algo de autorretrato sin retoques. Y también algo de exhibicionismo casero, dejando el autor, en ocasiones, sus mondongos al aire, sin vergüenza alguna, al contar intimidades que muchos de nosotros callaríamos
Paco tampoco oculta su morbosa afición por visitar los cementerios. Y se lamenta de que, en su pueblo, en Molina de Segura, haya ya, a estas alturas, más muertos que vivos. Como para echarse a temblar. Se siente orgulloso, además, de ser de la tierra del 'Acho', que es, como él mismo aclara, como si fuera mismamente un académico de la Real de la Lengua, un prodigio de economía del lenguaje que, ya puestos, debería ser declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
No rehúye hablar, con suma valentía, de cuestiones un tanto delicadas como las relacionadas con la mismísima creación literaria, ofreciéndonos, acaso sin él proponérselo, una verdadera poética personal; su modo de enfrentarse a la página en blanco: un texto no es sólo un compendio de palabras sonoras, de frases bonitas, de flores sin olor, 'un texto literario -apostilla con absoluto convencimiento- debe producir puñetazos en el estómago, lágrimas en los ojos, escalofríos en la espalda, ahogo en la garganta'. Ahí es nada. Ni siquiera Hemingway, que es uno de sus ídolos -al igual que Pérez-Reverte, Cela o Eduardo Mendoza- sería capaz de decirlo mejor ni tan claro.
Deja claro que siente gran pasión por escuchar y narrar historias. Y bien que se nota. Una de las primeras narradoras de su vida fue su propia madre, en tanto que le hacía tragar las dichosas lentejas, y las judías y los garbanzos
'Tres cucharadas de lentejas' tiene algo de autorretrato sin retoques. Y también algo de exhibicionismo casero, dejando, en ocasiones, el autor sus mondongos al aire, sin vergüenza alguna, al contar intimidades que muchos de nosotros callaríamos. Nos explica, con pelos y señales, su manera tan particular de recordar la matrícula de su coche. Así, su último automóvil, que lleva las letras HTP, corresponderían a la expresión 'Hijo de la Tía Puta'.
Pero, de vez en cuando, se va por las ramas y, a la manera de Ramón Gómez de la Serna, que daba sus conferencias subido a lomos de un elefante, se empeña en demostrar lo indemostrable: como la directa relación, a través de unos supuestos genes comunes, entre murcianos y australianos, aunque canguros y paparajotes nada tengan que ver por más que él se empeñe. Sólo hay que darse un borneo por la huerta murciana -por la poca que queda- para divisar con nuestros propios ojos individuos de rostro claro, ojos azules y pelo rubio. Son los mismos vikingos que en el siglo IX asolaron la costa murciana haciendo estropicios entre las damas.
Estamos, en fin, ante un texto sincero, muy humano y conmovedor. Y también divertido. Paco López Mengual no es, como en alguna ocasión se ha dicho, un autor genial sólo en las distancias cortas. Aquí, en esta nueva obra suya, demuestra, con creces, ser un espléndido cuentacuentos, un ameno parlanchín de siete pares de suelas que, de proponérselo, no se callaría ni debajo del agua.
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