Quince años sin el poeta Ángel González
Ya el título de su primer libro, 'Áspero mundo', publicado a sus 30 años, avanza ese ideario pesimista y viene a autodefinirse como «un escombro tenaz que se resiste a su ruina»
JOSé S. CARRASCO MOLINA
Sábado, 18 de febrero 2023, 07:41
El 12 de enero de 2008, sin apenas hacer ruido, en un hospital madrileño murió «un ángel menos dos alas, un santo por lo civil, ... un dandy con un ojo a la funerala», pues eso era, en palabras de Joaquín Sabina, el poeta Ángel González, que había nacido en Oviedo el 6 de septiembre de 1925.
Si seguimos los libros de texto de literatura, se encuadra en la llamada 'Generación del 50', junto con otros poetas como Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, Gil de Biedma, Francisco Brines y, sobre todos, Claudio Rodríguez, poetas nacidos en torno a los años 20, y que crean una lírica intimista que se preocupa por el lenguaje, aportando un cierto coloquialismo que hace que su poesía sea accesible para la inmensa mayoría pues huye de lo impostado y del tono solemne y grandioso.
Pues, entre este racimo de poetas, emerge la figura de un ovetense que amó la vida, que exprimió la vida hasta su último latido pero que, como la inmensa mayoría de poetas, nos deja sus versos teñidos de sentimientos de suave melancolía, de sutil desesperanza (que no desesperación), de delicada tristeza, de suave desencanto, de fina nostalgia.
Y es que la vida no le sonrió, pues ya su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por un sino trágico, pues tuvo que sufrir la muerte de su padre (cuando él tenía solo 18 meses), la muerte de un hermano a manos del bando nacional, el exilio de otro hermano y la prohibición a su hermana de ejercer como maestra, añadiéndose a todo ello la tuberculosis que contrajo el poeta a los 18 años de edad, de la que arrastraría unos problemas respiratorios que lo llevaron a la muerte hace ahora quince años.
Pero, como diría Manrique en el siglo XV, «aunque la vida perdió/ dejonos harto consuelo/ su memoria», aunque en este caso deberíamos decir «sus versos», pues, aunque su obra no es muy abundante, apenas unos 500 poemas reunidos en la obra 'Palabra sobre palabra', publicada en vida, y en 'Nada grave', una obra póstuma de unos treinta poemas cortos, es un referente en la poesía española del siglo XX y merece la pena rescatarla, pues la realidad es que no es demasiado conocida, aunque, por mi parte, en mis más de treinta años de docencia, he sembrado la poesía «angelical» en mis alumnos y sus versos han salpicado todas mis clases y más de uno se ha convertido en «angelólatra», un «club» formado por tantos aficionados a la poesía que sentimos veneración por el vate asturiano. Es este un apelativo creado por Juan García Hortelano quien definiría la voz «ángel» en un supuesto diccionario como «espíritu celeste del coro de los años cincuenta, creado por los dioses para servicio y gloria de la Poesía, fomento de la Música y gozo de la Amistad».
Fue Ángel González un poeta que, en su vida profesional, fue dando tumbos hasta conseguir vivir de la literatura, o mejor, de enseñar literatura, algo a lo que se dedica desde 1972 (ya contaba con 47 años) en la universidad americana de Alburquerque (Nuevo México), precisamente donde conoce a su segunda mujer, Susana Rivera, alumna suya, que era treinta y tres años más joven que él, a la que, según cuentan, le llevaba el café a la cama todas las mañanas como había visto hacerlo a su hermano Pedro, exiliado en Chile, y le regalaba todas las semanas un ramo de flores, como había visto en una película.
Como todo poeta, no pudo sustraerse a escribir versos de amor, entre ellos algunos sonetos, estrofa que emplea de vez en cuando, como este, del que entresacamos los dos cuartetos, que nos pueden dar la idea de que es un lamento por la ausencia de un mujer que ha permanecido mucho tiempo en su vida, dejándole el corazón destrozado al marcharse:
Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti. Cuando respiro,
el aire se me vuelve en un suspiro
y en polvo el corazón, de desaliento.
No es que sienta tu ausencia el sentimiento.
Es que la siente el cuerpo. No te miro.
No te puedo tocar por más que estiro
los brazos como un ciego contra el viento.
Nada más lejos de la realidad, pues este soneto está inspirado por Regina Fradiani, una acróbata del American Cirque que, como es de suponer, estuvo solo unos días en Oviedo, días en los que no faltó Ángel a ninguna actuación del circo, pero su paso fue efímero por la vida del poeta, pues el circo no arraiga en ningún sitio, aunque le dejara una honda huella que fue difuminándose con el tiempo.
Uno de los recursos del poeta asturiano que hace aun más sugerente su poesía es la ironía, algo que él confiesa que es fruto de su pudor y ella salpica muchos de sus versos, como este breve poema que, titulado 'Todo amor es efímero', expresa luego todo lo contrario:
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
mi vida entera.
Pero, siguiendo con el sentimiento amoroso, de pocas maneras se puede expresar mejor la necesidad de tener siempre a tu lado a la persona amada que con esta hipótesis de la que parte el poema 'Me basta así', en la que Ángel se plantea la posibilidad de convertirse en el Creador, de copiar su fórmula, y poder así «clonar» a la amada para que esté siempre cerca:
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti.
Pero no es el amor el tema dominante en la poesía de este asturiano, sino que la mayor parte de sus versos giran en torno a lo que podríamos llamar en sentido amplio, la condición humana, con todo lo que lleva consigo: la actitud ante la vida, el paso del tiempo, el sentimiento religioso, la denuncia social… sin olvidar también el fenómeno poético (metapoesía) o incluso la música, a la que era muy aficionado.
Todo ello está envuelto en una atmósfera de lírica melancolía, de desconfianza en sí mismo, en el hombre y en la sociedad y, por supuesto, en que haya algo más allá de esta vida. Ya el título de su primer libro, 'Áspero mundo', publicado a sus treinta años, nos avanza ese ideario ciertamente pesimista y en uno de sus poemas viene a autodefinirse como «un escombro tenaz que se resiste a su ruina» o como «el éxito de todos los fracasos», antítesis que no puede ser más negativista.
Pero, a pesar de este sentimiento que salpica casi toda su obra, la belleza de sus imágenes, la musicalidad de sus versos, el acierto en la selección del léxico, la arquitectura cuidada de sus poemas son como un imán que nos va atrayendo, casi sin darnos cuenta, y consigue que vayamos poco a poco enamorándonos de una producción lírica tan sugerente.
Y en ella encontramos versos para muchas situaciones vitales que él transfigura poéticamente.
Y así, nos topamos con que las tardes de los miércoles se ponen «casi lunes», o que, a pesar de que caiga mucha agua, «la lluvia no te moja; te resbala»; o sentimos que «el otoño se acerca con muy poco ruido»; o que son «malaventurados los que aman / porque de ellos será el reino de los celos»; o nos da ideas si tenemos que hacer un regalo y podemos disponer o no de dinero, «cuando tengas dinero, regálame un anillo / cuando no tengas nada, dame una esquina de tu boca»; o, si es nuestro cumpleaños, nos hace caer en la cuenta de que «para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho»; o, en un día de mucho frío, nos hace ver que «las calles de la ciudad son láminas de hielo»; o que, al contemplar el mar, observa que «el mar mordía los acantilados / con sus dientes de espuma verde y blanca».
El asturiano no se tiene a sí mismo como un privilegiado que ha recibido de los dioses la inspiración para ser poeta, sino que afirma:
«Me gusta decir que escribo poesía a partir de algunas ocurrencias. La palabra «inspiración» tan grata para muchos, me resulta pretenciosa porque alude a ciertas indeseables interferencias de los dioses en los trabajos humanos. Es una palabra que a mí me asusta».
Esta es la base de su visión del arte poético que para él debe ser algo cercano y accesible al lector, que le diga algo; es por ello por lo que coincidiría con esta visión de la poesía que nos declara en un poema Joan Margarit, tras leer la poesía hermética de Celan:
Al terminar el libro de poemas
de Paul Celan, no sé ni qué me ha dicho
ni qué quiso decirme.
Ni si era para mí a quien quiso decir algo (…)
Porque la poesía (…)
ha de acabar siendo el espejo
donde uno ha de leer sus propios labios.
Pues estas palabras del poeta catalán se acoplan perfectamente a la obra del poeta ovetense que, teniendo a Machado como principal guía, pretende que el lector sienta sus versos como algo cercano, que sean como un espejo donde se ve reflejado, no una construcción etérea, inaccesible y casi sobrenatural que no tiene nada que ver con su realidad personal o social, con el latido de su vida. Y este es uno de los secretos de la importancia y validez de su obra para el lector de su tiempo y el de siempre, pues su poesía es intemporal, no está ligada al hic et nunc, sino que va aparejada a la condición humana cuyos problemas, incertidumbres, desasosiegos… no tienen fecha de caducidad.
Por todo ello, no se puede silenciar este aniversario de su muerte, sino que hay que rescatar del olvido al hombre comprometido y al extraordinario poeta que maneja las palabras con tanta sencillez como acierto, con tanta cercanía como musicalidad, con tanta transparencia como maestría, que huye de las metáforas incomprensibles para aterrizar con sus versos en los afanes e inquietudes de quien se acerca a su obra. Mas, «como fuese mortal», como diría Manrique, un día frío de enero nos dejó «desangelados», y podemos afirmar con sus versos que por nuestra vida:
«Ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre».
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