Ojos de huevo duro
'Una mujer furiosa' ·
Un escenario rural, Benapujarra, que tiene algo de espacio lorquiano, aunque para el narrador sea como una especie de paraíso, «el hogar de mis vacaciones, de los veranos de mi infancia». Un escenario muy preciso que Antonio Fontana pone en pie con increíble precisión y muestra al lector una época no demasiado alejada: la de Hermanos Malasombra y Ágata LysAl final de la obra, justo en una nota con la que concluyen estas páginas, el autor deja constancia de dos asuntos nada baladíes: de ... un lado, que uno de los personajes, Blasillo, acaso uno de los más destacados y relevantes, es un préstamo de ese otro Blasillo, el bobo, de la genial novela de Unamuno 'San Manuel Bueno, mártir'. Un homenaje que no quiere ocultar al lector. Blasillo era, de entre el resto de las almas de aquel pueblo, el preferido del cura don Manuel. El pobre e infeliz muchacho iba proclamando por toda la comunidad aquellas palabras que el párroco, insistentemente, pregonaba desde el púlpito: 'Dios mío, ¿por qué me has abandonado?'. Y lo que es mucho más interesante aún para entender por qué Antonio Fontana incorporara a este personaje en su novela: en el relato de Unamuno, Blasillo muere en el mismo instante que don Manuel, tomado de su mano. Y hasta ahí se puede contar para no desvelar el argumento de la novela de Fontana.
Hablaba de dos asuntos. El otro, quizá más divertido, aunque de no menor importancia, al que se refiere el autor, es el hecho, como concluye en su 'Nota final', de que todos sus gatos 'se han paseado por el teclado del ordenador y han escrito, cada uno, su parte'. A Dios lo que es de Dios…
Antonio Fontana es un malagueño nacido en 1964 conocido por sus impecables trabajos -incluido el de crítico literario- en el diario 'ABC' desde hace décadas. En el plano estrictamente creativo, son bien conocidas algunas de sus novelas, pero muy especialmente la titulada 'Hasta aquí hemos llegado', con la que obtuvo el prestigioso Premio de Novela Café Gijón en 2020. Y de aquellos polvos estos lodos. Esta nueva obra que ahora saca a la luz, que tiene un arranque vertiginoso, muy prometedor, no defrauda al lector, al que mantiene en vilo hasta la última página.
Para ello crea unos personajes, de los que luego daré debida cuenta, un escenario rural, Benapujarra, que tiene algo de espacio lorquiano, con una atmósfera bien cargada, asfixiante, aunque para el narrador, un tanto al margen de su idiosincrasia sea como una especie de paraíso, 'el hogar de mis vacaciones, de los veranos de mi infancia'. Un escenario, pues, muy preciso, y, sobre todo, un ambiente y un contexto que Fontana pone en pie con una precisión increíble y muestra al lector, en toda su intensidad, una época, no demasiado alejada en el tiempo, pero completamente diferente a la actual. Eran los años de Luis Aguilé y Palito Ortega ('Qué chabocha la chevecha, que che chube a la cabecha…'), de Vicki el Vikingo, de los Hermanos Malasombra, de don Cicuta, del Pequeño Saltamontes y de Curro Jiménez… Y, también, de Bárbara Rey y de Ágata Lys, dicho sea de paso.
El destino y la memoria juegan un papel decisivo desde el punto de vista de la estructura interna. En el primero se deja claro, en una especie de aviso a navegantes, que «el mapa del destino jamás cuadra con el de nuestros sueños»
En ese ambiente, Santi, el narrador de la obra, cuenta uno de esos sucesos que hubiera podido ocupar la portada de 'El Caso', tan leído por entonces. Con Blasillo, con esos ojos de huevo duro, que también podría pasar por uno de los personajes de 'El camino' de Miguel Delibes', los padres de Santi -que algo le deben a 'Cinco horas con Mario' por sus discusiones matrimoniales-, su hermano Fede y sus dos principales amigos, Cecé, el canallita simpático, y Basco, que, juntos, forman el Trío La La La, o los mismísimos tres mosqueteros, Athos, Porthos y Aramis, la vecina Nines, el abuelo Federico o el cura -nunca puede faltar un cura en este tipo de novelas- don Tobalo.
En el primer capítulo, el narrador deja bien claro un elemento que considero decisivo, imprescindible, para entender, con la profundidad que merece, esta buena obra: 'Esta no es una historia de certezas y seguridades, sino de sospechas'. Y, además, una historia de amor se mire como se quiera. Porque no es menos cierto que el destino y, sobre todo, la memoria juega aquí un papel decisivo desde el punto de vista de la estructura interna. En el primero de los casos, se deja muy claro, en una especie de aviso a navegantes, que 'el mapa del destino jamás cuadra con el de nuestros sueños'.
A lo largo de estas páginas, escritas impecablemente por Antonio Fontana, el narrador nos advierte de vez en cuando que «hay recuerdos inventados que la memoria santifica y da por buenos»
Oportunísima cita
Y en cuanto a la memoria -la memoria, cierto, pero, adjunto a la misma está el tiempo, de ahí la oportunísima cita final de Antonio Muñoz Molina-, a lo largo de estas páginas, escritas impecablemente, el narrador nos advierte de vez en cuando que 'hay recuerdos inventados que la memoria santifica y da por buenos'. Que es, si se fija uno bien en ello, lo mismo que aquello que se le atribuye a Valle-Inclán: 'Nada es como es, sino como se recuerda'. Por eso conviene estar atentos. Y discernir entre lo que Juan Marsé denominó 'la verdad verdadera', y esos otros datos que el escritor, por obra y gracia de su portentosa imaginación, se saca de la chistera, 'adornando, rellenando los vacíos, los espacios en blanco'.
'Una mujer furiosa' es, en suma, un relato evocador, sugerente, plagado de ternura, que, sin embargo, no escatima el drama y no huye de las palabras recias; repleto de calor humano, con unos diálogos que parecen extraídos de la vida misma por su realismo, en donde, como en toda buena historia de fantasmas, todo está muy medido, atado y bien atado, para que no quede ningún cabo suelto.
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