Fernando Vallejo o el dictador soy yo
El escritor colombiano renueva el género de la novela de dictadores, huyendo de la perspectiva condenatoria y poniéndose en la piel del tirano con un discurso no exento de humor
IÑAKI EZKERRA
Lunes, 2 de diciembre 2019, 21:43
La literatura es inagotable en su capacidad para renovarse y para sorprender al lector. El tema que parece más trillado puede hallar una inesperada vuelta ... de tuerca en unas manos originales. Es el caso de lo que ha sabido hacer el escritor colombiano Fernando Vallejo con la llamada 'novela de dictadores', que constituye todo un género literario desde el 'Tirano Banderas' de Ramón María del Valle-Inclán hasta 'La fiesta del Chivo' o la aún más reciente 'Tiempos recios' de Mario Vargas Llosa, pasando por obras de referencia como 'El señor presidente' de Miguel Ángel Asturias, 'El otoño del patriarca' de Gabriel García Márquez o 'Yo el Supremo' de Augusto Roa Bastos. En efecto, cuando parecía que ese tema estaba ya estilísticamente agotado, éticamente exprimido y técnicamente condenado a la repetición de una vieja receta, llega Vallejo con 'Memorias de un hijueputa' y le da un revolcón insólito en todos los sentidos: en el fondo y en la forma; en el contenido y en el continente, pero, sin duda, tirando el primero del segundo. Quiero decir que aquí no ha habido un planteamiento formalista de renovar el género estética o estructuralmente. Ha habido un impulso transgresor y después ha venido el resto, la originalidad de retratar al sátrapa en la fórmula de primera persona, como una consecuencia. El impulso de transgresión ha consistido en llevar, al terreno de esa tradición temática, la rabia, la intemperancia, la rebeldía, el rencor desatado y políticamente incorrecto de la voz del personaje dostoyeskiano de las 'Memorias del subsuelo', o sea de dar un salto desde la consolidada herencia de la narrativa latinoamericana a la Rusia del XIX y a las raíces de la novela expresionista europea.
La voz del protagonista y narrador de esta novela de Vallejo, o sea del memorialista, del déspota, del 'hijueputa' propiamente dicho, suena en algunos momentos al Thomas Bernhard de 'El sótano', a 'El hombre acabado' de Giovanni Papini, a 'El enano' de Pär Lagerkvist y a toda esa línea tonal que tiene su origen en el citado subsuelo dostoyevskiano. De este modo, Vallejo puede dar rienda suelta a todas sus fobias sociales y políticas así como a todo su humor negro porque estamos ante un texto que es, ante todo, una cómica impostura, una licencia para disparar al blanco de todas las bestias negras con las que el escritor se ha ido topando a lo largo de sus 77 años de vida; contra todos sus enemigos autobiográficos y contra otros probablemente inventados y arbitrariamente escogidos para adobar y dar verosimilitud al carácter bestial del personaje central del libro.
No. 'Memorias de un hijueputa' no es la biografía interior de Fernando Vallejo ni un riguroso ajuste de cuentas. Puede ser algo de eso, pero es también una obra de ficción y fabulación, una gran broma que el autor se permite jugando de manera deliberada e hiperbólica a ponerse en la piel de un tirano heterodoxo, ateo y homosexual (en esos dos aspectos coincide con el autor), que rompe todos los esquemas conservadores de los dictadores clásicos de su continente y persigue a los empresarios, a los banqueros, a los ricos, a los médicos, a la Iglesia Católica, a los antiguos miembros de la guerrilla, a los políticos, a los expresidentes, a los corruptos, al propio Iván Duque que hoy gobierna el país, a la Parca misma, a la propia Colombia... Nadie se salva del odio y la vesania de ese autócrata dispuesto a fusilar y masacrar a diestro y siniestro desde del Palacio de San Carlos, donde tiene su cuartel general y desde donde le marea y le va dictando sus memorias a una especie de amanuense que responde al apellido de Peñaranda.
«A toda capillita le llega su fiestecita», dice hacia el final de la novela ese protagonista extravagante y aquejado de incontinencia verbal. La originalidad de Vallejo reside en que no ha elegido, para abordar este tradicional género, ni el previsible punto de vista moral y moralizador ni la perspectiva distante e imparcial de un narrador omnisciente sino la mayor venia creativa y el audaz planteamiento de 'el dictador soy yo', recurso que da lugar a un enloquecido y desafiante discurso en el que se mezclan sin orden ni concierto divagaciones, actitudes, rasgos y ramalazos liberales o incluso anarcoides (su encendida apología de la marihuana) con otros autoritarios y reaccionarios como sus violentas diatribas contra la propia democracia que justifican su acceso al poder mediante un golpe de Estado. 'Memorias de un hideputa' es, en fin, una 'novela de personaje'. Y este resulta tan logrado como inolvidable.
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